El
primer trimestre del año toca su fin y, con él, comienzan las campañas
de promoción en los centros formativos con el objetivo de cubrir las
plazas vacantes y llegar al número de alumnos necesario para arrancar y
planificar el próximo curso académico.
La presencia de
pantallas en las aulas y en el proceso educativo es uno de los grandes
puntos de interés y, además juega un papel importante en el proyecto de
muchos centros educativos. Tras varios años de implantación, después de
mucho esfuerzo e inversión, en los últimos meses el debate ha vuelto al
origen. Padres, expertos en educación y profesores se preguntan si
suponen un avance, si son un recurso más o si, por el contrario,
representan un lastre para los alumnos.
La presencia de pantallas
en las aulas no es algo nuevo. Desde la implantación de las primeras
pizarras digitales en los primeros años de este siglo XXI y pasando por
los proyectores, el proceso de digitalización de los centros educativos
ha ido dando pasos adelante. El debate está servido.
Despejarlo
no es el objetivo de este reportaje, si bien todo parece apuntar a que
la digitalización ha venido para quedarse, pero depende de los
protagonistas (centros educativos, profesores y padres) saber utilizar
este recurso que, aunque tiene muy buenas aplicaciones para la docencia
(organización, comunicación, etc.), aún está por probar científicamente
su aportación a la educación y formación de los alumnos. Prueba de ello
es que países como Suecia han paralizado los planes de digitalización
para revisarlos a fondo. La solución a esta ecuación no la conoceremos a
corto plazo, y todo parece indicar que habrá que esperar pacientemente
para ver cómo evoluciona la cuestión.
Para conocer el momento en
que nos encontramos en cuanto a la digitalización se ha consultado a
diferentes actores del proceso educativo. LA RAZÓN ha hablado con
expertos, asociaciones de padres y colectivos de profesores para
analizar la cuestión. Catherine L’Ecuyer, doctora en Educación y
Psicología, Begoña Ladrón de Guevara, presidenta de la Confederación de
Padres de Alumnos (COFAPA), y Juan Torija, secretario general de la
Federación de Enseñanza de USO de Madrid (FEUSO), ofrecen una mirada
desde sus respectivos puntos de vista del proceso formativo, en lo
relacionado a la digitalización en la educación.
La
posibilidad de dar y/o recibir clase a través de tabletas no debe ser
una imposición. En ningún caso, al menos, se debe imponer por encima del
método, digamos, tradicional. Si un colegio apuesta por las tabletas,
parece lógico dar la opción de mantener los libros en formato físico
para las familias que así lo deseen. Esto lo exige un gran número de
padres y profesores, pues es parte de la libertad de elección de centro
escolar presente en varias comunidades autónomas y, también, alude a la
libertad de cátedra, en el caso de los profesores y docentes.
Entonces,
¿dónde está el debate? Juan Torija explica cómo los colegios, de un
tiempo a esta parte, se afanan en encontrar alicientes atractivos para
que nuevas familias decidan matricular a sus hijos en el centro. «Tener
que competir con el colegio de al lado para llenar aulas no había
ocurrido nunca, pero la crisis de natalidad que vivimos actualmente ha
puesto en riesgo a muchos colegios, que han visto en la digitalización
un potente reclamo. En muchos casos, se pone por delante (erróneamente)
la viabilidad de una empresa antes que la coherencia con el proyecto
educativo del centro».
Los
colegios han querido adaptar la docencia a través de pantallas
valiéndose de soportes (las tabletas) que no están concebidos para que
los niños reciban clase con ellos. L’Ecuyer opina que se les da carta
blanca a las empresas tecnológicas para entrar en las aulas: «Pedir a
las tecnológicas que proporcionen una herramienta educativa es como
pedir a una cadena de comida rápida que haga el menú de los comedores
escolares».
En cuanto al profesorado, es innegable que la
tecnología ayuda de manera importante al trabajo de los adultos, pero
también tiene su lado menos agradable. Juan Torija comenta el nivel de
extremo cansancio al que están sometidos los docentes, pues «por su
fuerte componente vocacional, es muy difícil para los profesores dejar
de contestar un correo electrónico, corregir exámenes o trabajos o
actualizar las notas en el sistema a horas intempestivas», completamente
fuera del horario laboral.
Importancia del modelo tradicional
Begoña
Ladrón de Guevara defiende la presencia de dispositivos digitales en
las aulas como un recurso más dentro de todas las posibilidades que
existen para hacer más eficaz el proceso educativo y formativo de los
alumnos. «De ninguna manera puede sustituir a la escritura o a la
lectura en libros físicos», apunta la presidenta de COFAPA. L’Ecuyer
defiende desde hace una década la importancia de retrasar el contacto de
los niños con las pantallas lo máximo posible. «La mente aún inmadura
del niño se vuelve pasiva y dependiente ante la pantalla», explica. En
este caso, «sí que existen evidencias científicas que prueban los
efectos en la memoria y la forma de aprender de los alumnos, y son ellos
mismos los que dilucidan, llegados a cierto nivel de madurez (segundo
ciclo de ESO o Bachillerato), si estudiar con una tablet es bueno o no
para ellos», comenta Torija a este respecto.
Como
conclusión, la falta de evidencias científicas del valor aportado por
la tecnología a la educación es un gran hándicap, que debe ser
oportunamente valorado por los centros antes de decidir (mejor si es en
consonancia con los padres y profesores) si apostar por esta opción.
En
opinión de Begoña Ladrón de Guevara, es obligación de las familias
conocer el proyecto educativo del colegio y, si se llega a diferir en
algún punto del mismo, confiar en los cauces de comunicación habituales
para contactar con el centro. «Solo así, caminando colegios y familias
juntos», comenta, «se puede llegar a un entendimiento beneficioso, para
los alumnos (sobre todo)», verdaderos protagonistas del entorno y el
proceso formativo y educativo.
Por
ello, no se puede tomar a la tecnología como algo absoluto y
excluyente. «Es incongruente hablar de libertad educativa y, después,
imponer las tabletas sin ofrecer una alternativa analógica a los
padres», explica Catherine L’Ecuyer.
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