miércoles, 10 de julio de 2024

España a ras de cielo - Sandra Ortega ,. - PLANETA CALLEJA - Domingo -28 - Julio ,. / Centenarios - Antonio Fernández Díaz «Fosforito» ,. / Tramoyista - Teatro - Hoja de la caridad ,. / Aquí la tierra - Feria recuerda a los represaliados: «Se cierra una herida 87 años después» ,.

 

TITULO: España a ras de cielo -  Sandra Ortega ,. - PLANETA CALLEJA -Domingo -28 - Julio  ,.

 

España a ras de cielo  ,.

 

España a ras de cielo es un programa de televisión emitido por TVE y se estrenó el 17 de septiembre de 2013. Desde el primer programa, está presentado por Francis Lorenzo Martes a las 22h30,.
 El programa permite conocer lugar de España desconocidos y ya conocidos desde otro punto de vista., etc,.


PLANETA CALLEJA - DOMINGO - 28  - Julio ,.
 

   Planeta Calleja es un programa de televisión de España que se emite cada domingo a las 21:30, en Cuatro de Mediaset España,. Jesús Calleja enfrentará a rostros conocidos a vivir experiencias únicas e irrepetibles fuera de su contexto habitual y en los lugares más remotos y fascinantes ., etc.

 

 Sandra Ortega,.

 

 

Sandra Ortega, la heredera desconocida,.

Nacida en 1968, psicóloga de profesión, casada y con tres hijos, la discreta primogénita de los fundadores de Inditex está llamada a sustituir a su madre como la mujer más rica de España,.

Sandra Ortega Mera, hija de la empresaria Rosalía Mera acompañada de su marido tras asistir al entierro de su madre en Oleiros (La Coruña)
 
foto / Sandra Ortega Mera, hija de la empresaria Rosalía Mera acompañada de su marido tras asistir al entierro de su madre en Oleiros (La Coruña),.

Ganarse a pulso títulos como el de la mujer más rica e influyente del país tiene sus ventajas y también sus inconvenientes: puedes correr el riesgo de que tu nombre quede enterrado tras un porcentaje de accionariado y una cuenta bancaria millonaria. Pero quedar reducida a una cifra –por muy astronómica que sea– no hace justicia al legado de Rosalía Mera, la matriarca del imperio Inditex –que cofundó junto a su ex marido Amancio Ortega–, que el jueves fallecía a causa de un derrame cerebral. Quienes la conocieron de cerca saben que su compromiso social, su inquietud intelectual y esa fama de multimillonaria díscola que se granjeó preceden y –a la vez sostienen– el carácter de esa mujer que supo acumular una fortuna por sus propios méritos. Son algunas de las características que mejor la definen y, a la vez, la herencia inestimable que ha legado a su primogénita, Sandra Ortega, hoy en el punto de mira por estar llamada a suceder a su madre en ese título hostil de mujer más rica del país.

Hasta ayer, haciendo gala de su genética –proclive a huir de los «flashes»–, Sandra era la heredera sin rostro, una silueta indefinida en la cúspide del imperio, la hija fiel y una socia inseparable en los negocios de su madre, junto a quien aparece en el organigrama de algunas de las empresas que tenían en común. A pesar de que su fortuna personal ya se estimaba en más de 350 millones de euros antes del fallecimiento de Rosalía Mera, nadie había conseguido capturar su imagen y la discreción ha sido una constante en su biografía, a excepción de esa juventud rebelde en la que disfrutaba coqueteando con los chicos más subversivos del barrio. Su madre aseguraba, con esa perspicacia que la definía, que «la fama mata proyectos» y quizá escudándose en sus enseñanzas, la primogénita de los Ortega se mantuvo siempre en un discreto y prudencial segundo plano, como sus padres lo hicieron durante lustros –no hay que olvidar que Amancio Ortega mantuvo el anonimato hasta 1999, año en el que apareció en la primera memoria de Inditex–. Ayer la incógnita de su rostro se despejaba (ya que un medio local consiguió fotografiarla) y Sandra Ortega aparecía ante los medios en uno de los momentos más duros y tristes de su vida, mientras acudía junto a sus hijos al velatorio de su madre, en el tanatorio coruñés de Servisa. Salía así de las sombras y se hacía pública su imagen, aunque lo hacía en penumbra, con su cara –que tanto recuerda a la de su progenitora– velada por la pérdida de quien fue una fiel amiga y consejera.

Quienes rodeaban a Rosalía Mera aseguran que entre ella y Sandra había una conexión especial, quizá fruto de un carácter compartido, poco dado a las poses y que defendía la honestidad y el esfuerzo personal como valores fundamentales para caminar por la vida. Sandra nació en 1968 –sus padres se habían dado el «sí quiero» dos años antes–, y estudió en el colegio religioso Esclavas del Sagrado Corazón de La Coruña, aunque completaría su formación en el instituto público Ramón Menéndez Pidal. En su juventud profesó la rebeldía, pero nunca dio demasiados quebraderos de cabeza a sus padres, según aseguran quienes compartieron aula y juegos con ella. De aquellos tiempos mantiene aún sus aires bohemios, algo idealistas, que compartía con su madre, a quien también le unía su fuerte compromiso con una sociedad más justa e igualitaria. De hecho, Sandra, que estudió Psicología, es la vicepresidenta de la Fundación Paideia, el proyecto que más entusiasmó a Rosalía, una organización sin ánimo de lucro con la que ayudan a la integración de las personas con discapacidad y otros colectivos en riesgo de exclusión social.

Aunque el negocio familiar no atrajo a la primogénita del imperio Inditex, sí acabaría encontrando al padre de sus hijos en la nómina de trabajadores de la empresa. Casada con Pablo Gómez, que trabajó en el negocio familiar, el matrimonio tiene tres hijos y reside en Santa Cruz, una zona a las afueras de La Coruña. Cercana y sencilla, Sandra fue el mejor apoyo de su madre, tanto en el cuidado de su hermano Marcos –el segundo hijo de Rosalía y Amancio, que nació con una discapacidad intelectual– como en sus negocios. Madre e hija poseen la sociedad Rosp Corunna, una empresa que ha ido aumentando su capital desde su creación en 2001 y que se ha convertido en la matriz de sus inversiones en diversos sectores como el farmacéutico y el audiovisual, entre otros. Sandra poseía hasta el momento el 14% de esta coorporación y su madre, el 86%, por lo que algunos especuladores económicos ya la señalan como la próxima mujer más rica de España. A su parte correspondiente de los 4.700 millones de euros que poseía Rosalía Mera se le sumará en un futuro la porción que perciba de su padre Amancio, quien controla casi el 60% del gigante Inditex. Y mientras los tiburones hacen cuentas, Sandra Ortega no piensa hoy en lo que puede ganar, sino en todo lo que ya ha perdido y, por desgracia, ya no volverá.

TITULO: Centenarios - Antonio Fernández Díaz «Fosforito»,.

 

 Antonio Fernández Díaz «Fosforito»,.

Fosforito: «Nunca he pretendido parecerme a nadie, siempre he querido ser yo»,.

Leyenda viva del flamenco es uno de los cinco artistas galardonados con la Llave de Oro del Cante. En esta charla aborda, con lucidez, su vida y obra,.

Fosforito
 
fotos / El cantaor cordobés Fosforito,.

Estamos ante una biblia del flamenco, un maestro absoluto de ese arte que desde que ganó, en 1956, el Concurso Nacional de Cante Hondo (hoy Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba) tiene la consideración de clásico en vida. Nacido en Puente Genil, Córdoba, hace 92 años, ostenta el privilegio de ser el último receptor de la codiciada Llave de Oro del Cante, que le fue otorgada en 2005 y que, en sus 156 años de existencia, tan sólo ha recaído en cinco artistas. La suya fue, quizá, la única de consenso: universidades, conservatorios, peñas y diputaciones lo avalaron, algo que no se había dado antes, aunque él le resta importancia a ese carísimo galardón: «No hay oposiciones para eso. Hay alguien por encima de ti que te reconoce unos valores y te dice “tú”, te señala. Aunque, claro, yo la recibí con agradecimiento», y opina que tendrían que crear una Llave de Oro para el baile y otra para la guitarra, «pero eso –dice en un tono que casi suena a disculpa– no está en mi mano». ¿Cómo definiría el flamenco este maestro de maestros, aquello a lo que le ha entregado su vida entera? «El flamenco es un sentimiento, un arte, una musicalidad que te emociona, te estremece, te engancha y te pellizca el alma. Se puede definir de muchas maneras, pero yo no tengo mucho más que decir que eso. Aparte de lo que significa en mi vida, claro, porque yo empecé a cantar en mi pueblo cuando terminó la guerra, con apenas ocho años. Nací en el 32 y me tragué toda la guerra y la posguerra horrorosas, como todas las guerras. Porque en las guerras no gana nadie, pierde todo el mundo. Especialmente la gente más humilde, como era mi caso». Unos años durísimos que prefiere no rememorar: «Pasaron, punto. Con todo lo que he vivido y viajado, toda mi trayectoria, no tengo tiempo para recordar ninguna amargura antigua. Y lo digo sin ningún odio a nadie ni a nada, no soy rencoroso». La afición al cante le vino por vía paterna. De él le viene el apodo, Fosforito, que le pusieron a su padre por sus interpretaciones de Francisco Lema «Fosforito»: «Quiso ser torero y era un cantaor que cantaba muy bien. Cuando hablamos de cantaores y de épocas gloriosas del flamenco, hablamos de cuatro, pero, en realidad, son 40, y mi padre estaba ahí, era un buen cantaor. Terminó siendo pintor de brocha gorda porque muy pronto se cargó con ocho hijos [ríe] y con algo tan desagradable como es una guerra. Cuando los niños empezamos a crecer, cada uno tiró para un lado y yo me puse a cantar, que es lo que había hecho toda mi vida». A pesar de no ser muy taurino, no le ha gustado que el Ministerio de Cultura haya suprimido el Premio de Tauromaquia: «Me parece mal. Los toros tienen una raíz española, no sólo andaluza. Desde la Edad Media se corrían toros. Cuando Góngora, en 1587, con veintitantos años, se hizo racionero de la catedral de Córdoba, un obispo, pariente suyo, lo llamó al orden porque lo acusaba de ser amigo de cantaores y toreros. Quiero decir que Góngora iba a la Corredera de Córdoba a ver los toros en el siglo XVI. Los toros están unidos a nuestra vida desde siempre, a nuestras tradiciones. Y sí, es arte».

¿Hay algún cantaor al que reconozca como su mayor influencia, a quien se quería parecer? «A mí me han interesado todos los cantaores. Pero me interesaba lo que cantaban, no cómo lo cantaban. Nunca he pretendido parecerme a nadie, siempre he querido ser yo». Y no sólo lo consiguió sino que desde muy joven se caracterizó por dominar todos los palos del flamenco, algo infrecuente: «Con 23 años fui ganador absoluto, primer premio en todas las sesiones, en el Concurso Nacional de Cante Jondo, en Córdoba. Y cuando tenía 37 años grabé una antología, con 48 cantes, con Paco de Lucía… ¡en una semana! Eso es una cosa insólita, ahora es inconcebible. Ahora se tarda… Yo qué sé». Aquello fue tras cumplir el servicio militar, donde una anemia casi lo retira del cante para siempre: «Cuando volví de soldado a mi pueblo, por problemillas que tuve de salud, una anemia, perdí la voz. Vivía solo, en una pensión, y comía cuando podía y cuando me acordaba. Cuando en mi pueblo me vieron en tan malas condiciones y entendieron que ya no me podría buscar la vida como cantaor, el ayuntamiento acordó en un pleno comprarme una guitarra –ríe– y convencieron a un guitarrista, Manolo Santos, para que me diera clases. Iba a verle por las noches, cuando el hombre cerraba su bar, y aprendí un poco, las primeras posturas, tocaba un poquito por soleá... Y, por inercia, empecé a encontrarme, hasta que recuperé mis facultades».

Antonio Fernández Díaz «Fosforito» nació en Puente Genil, Córdoba, en 1932
 
Antonio Fernández Díaz «Fosforito» nació en Puente Genil, Córdoba, en 1932Archivo de la familia de Fosforito

Camarón y cantaores jóvenes

Los flamencos jóvenes citan siempre a Camarón como el más grande, y aunque su talento y genio están fuera de toda duda, es como si los cantaores anteriores a él no existieran. ¿Tiene Fosforito esa sensación? «La expresión de cada uno, y su gusto, es libre. Camarón llegó en un momento dado y fue el cantaor de mucha gente joven. Eso mismo pasó conmigo 20 años antes. Camarón impactó, aportó algo nuevo. No es que inventara nada, porque en el cante todo está inventado, pero creó una forma de decir. Él le ponía algo al cante, una cosita más. Y sí, claro que eso es muy importante, por eso lo recuerdan y tiene muchos seguidores. Pero también tenían muchos seguidores Caracol, la Niña de los Peines, Pepe Pinto, Marchena, Juan Valderrama. Son épocas. Y lo mismo pasa con los toreros y los futbolistas».

El cantaor cordobés está al loro de los cantaores más jóvenes, aunque dice sentirse incapaz de señalar a ninguno porque «hay gente muy buena». Le tiro entonces de la lengua dándole algunos nombres. Israel Fernández: «Un cantaor interesante, teniendo en cuenta que todavía tiene un marchamo del que debe desprenderse y aparecer con algo particular. Porque mientras siga queriendo ser Camarón, que es irrepetible… Pero, poquito a poco, como pasa casi siempre, irá encontrándose a sí mismo. Tiene un gran don, es buen artista». Miguel Poveda: «Es un divo en solitario. Además de que canta muy bien flamenco, la copla la borda. Un artista maravilloso». El Niño de Elche: «Eso no tiene nada que ver con el cante, es otra historia. Eso es un payaso, un disparate. ¿Tiene talento cantando? Tiene mucha osadía. Eso también cuenta, sí, pero qué tendrá que ver eso con un cante por soleá, o por seguiriya, o por bulerías, o por petenera. A lo mejor sabe cantarlo, pero se ha montado unos números que me parecen esperpénticos. No puedo enmarcar eso en el flamenco».

ENCIÉNDEME Y VERÁS

Las calles apestaban a pólvora y a miedo, y comer era siempre una fiesta. Cuántas toneladas de nada en las despensas y de gramática parda en las aceras, Antonio. Una confusión de alientos azuzados por el látigo de la necesidad, que nunca bajaba los párpados. Fuego homicida en el verano y hondo puñal de hielo de noviembre a marzo. Y los niños: rostros embadurnados de una gravedad adulta, infancias sin infancia. Pero la carne de cañón nada puede hacer frente a la inoperancia de los políticos y la vesania de los generales.

Antonio Fernández Díaz nació millonario en un par de dones, el del oído fotográfico y el de la garganta insondable. Y en cada centímetro de cada día desde que guarda memoria, se ve a sí mismo deletreando el abecedario salvaje de lo jondo. Tenía aún la estatura de un pigmeo cuando se lanzó a cantar por las tabernas y las ferias de ganado, en la profundidad abisal de los pueblos de la serranía de Cádiz y Málaga, y actuaba en cines que parecían mausoleos para audiencias de sesenta personas como mucho, aunque él sintiera sobre sí el peso de un millón de ojos.

Pero la mala alimentación obró igual que un disparo a cañón tocante y lo debilitó tanto que hizo que su voz se desvaneciera. Trató entonces de sacarle a una guitarra la misma magia que era capaz de extraer de lo más hondo del pecho, y no hubo manera. Menos mal que el solo ejercicio del instrumento le refrescó la memoria al cuello y resucitó su más preciado tesoro. Y cuando le llegó aquella oportunidad desde Córdoba, con las cuerdas vocales en forma y las ganas hincándole fuerte sus espuelas, para allá que se fue con lo puesto, que era, aunque aún no lo supiera, todo lo que hacía falta para conquistar el mundo. Y los eruditos, los entendidos, los que controlaban de la cosa del cante le dieron su bendición y lo distinguieron, entre otras cien fieras, con el grado de capitán general. Y ya nada volvió a ser como antes.

Han desfilado por tu vida tantos nombres en luces de neón que sería una insensatez intentar reproducirlos todos, pero no pienso callarme tres: Juan Valderrama, Paco de Lucía, Antonio Gades. El oro que recubre algunas biografías brilla tantísimo que no es posible sostenerle la mirada, del mismo modo que el sombrero que corona la cima es tan pesado o tan ligero como decide quien se encuentra allí arriba. Pero lo que no admite duda es que el traje de la maestría está confeccionado con el hilo del coraje y del hambre, y con ese gramo de genio que algunos elegidos llevan consigo desde la placenta, y de todo eso Antonio sabe un rato.

El flamenco sana, Antonio, lo puedes jurar por la memoria de tus muertos, por más que lo jondo sea un punzón, una bomba de racimo, un proyectil preñado de explosivo. Porque el rito del cante, cuando la sangre se dispara y tira del alma hacia la garganta, te lleva a un lugar que no has conocido fuera de esos instantes y te hace sentir como el gladiador en el Coliseo, solo ante el abismo pero atravesado por el rayo de la gloria.

Fosforito es hijo de otro tiempo, de una época que nada tiene que ver con esta (aquellas ventas en mitad de la madrugada para saciar el hambre de diversión de los señoritos y aquel refugio hermano de las peñas), pero su juventud es eterna y es por ello que en este mundo de velocidades imposibles e inteligencias algorítmicas aún tiene sitio.

Le dijiste una vez a María Isabel que la amas desde el principio de los tiempos, antes, incluso, de que naciera. Y muchas veces, en la soledad de tus reflexiones, piensas, con sonrisa de corsario, que, aunque ya transites el último recodo del camino, si alguien te enciende verás la que se lía. Porque la antorcha que siempre has sido aún tiene mecha.

 

TITULO: Tramoyista  - Teatro - Hoja de la caridad,.


Teatro - Hoja de la caridad,.

 

foto / Prólogo. El Centro de Artes Escénicas El Canal en Salt se encuentra en la Plaza 1º de Octubre, y un enorme cartel en un lateral indica que la remodelación de este espacio ha sido posible gracias a la financiación de fondos europeos. Empezamos con coherencia, se dice el espectador que se dirige a la puerta para ver el nuevo espectáculo de Angélica Liddell, Caridad, dentro del programa de Temporada Alta 2022. El espectador ha leído algo de la Liddell, de su transgresión, aunque es la primera vez que entra en una de sus propuestas. Y lo hace con la expectación de saber que algo único va a suceder en el escenario. Único e irrepetible como la magia del teatro, la magia recuperada del teatro, el teatro como una ceremonia, una celebración, un interrogante y una posición incómoda ante el mundo. Dos horas después (¿realmente es necesario estirar Caridad hasta agotar las dos horas?), el espectador sale corriendo para no perder el tren regional que le devuelva a Barcelona. Y detrás no deja nada. Nada de ceremonia. Nada de emoción. Nada de transgresión. Nada que no haya visto antes, que no le haya emocionado antes. Nada de confrontación. En más de una ocasión, tuvo intención de gritar que la obra avanzara, como si fuera un ensayo antes que una obra terminada. Pero no se atrevió. Como el resto del público. Todos callados, como ovejas. Como las ovejas que salieron al final de la obra, esas mismas ovejas con las que se practicó el corte certero de la guillotina en el siglo XVIII. Nada de teatro y, mucho menos, nada de magia. Tan solo una pregunta en el aire: ¿Desde dónde se escribe? ¿Desde dónde se hace teatro, arte en el siglo XXI?

Primer capítulo: Cuando menos es más. El escenario vacío. La caja negra. En los laterales, los actores sentados en unas sillas. Casi todos los actores porque, a lo largo de la obra, saldrán 22 personas y un perro. Dos sillas de ruedas, dos máquinas industriales para limpiar el suelo y una enorme guillotina roja, que hace de contrapunto de color…, y algunas luces. Y unas pocas luces, que nunca llegan a cobrar vida en el escenario. Y proyecciones en la pared negra…, y música. Música en directo y música grabada. Música que podría haberse convertido en un elemento más. 22 artistas en escena y Angelica Liddell. Después de dos horas de ir sacando y metiendo elementos escénicos, de ir saliendo niños a escena, un perro mutilado con su ayuda en las patas traseras, un coro de laringectomizados, dos mujeres que limpian el escenario con sus máquinas y algunos más que salieron y entraron y volvieron a salir, y que no recuerdo en estos momentos, el espectador se pregunta: ¿era realmente necesario para lo que se quería contar? ¿Acaso no hay un principio en el arte en que el derroche de objetos, de personas, de acciones esconde más bien la ausencia de contenido, de algo que contar? El barroquismo puede ser una opción estética —y lo es y de qué manera genial cuando nos encontramos ante un genio como Francisco Nieva—, por solo poner un ejemplo clásico, pero en Caridad ni la acumulación se aproxima a esa expectativa. A medida que va pasando la obra muchos de los que allí aparecen comienzan a evaporarse, a desaparecer en su propia invisibilidad. No llegan ni a la categoría de coro. Hay mucho de farsa y de postureo en esta Caridad, de derroche presupuestario.

Segundo capítulo. La transgresión que causa risa. El sexo sigue siendo un tema tabú en nuestra sociedad. Y mostrar el sexo en público, como un cuerpo desnudo que no entra dentro de los cánones oficiales de belleza, es un buen camino para situar al espectador en una zona de transgresión y de desequilibrio, de llevarlo a un espacio de intranquilidad donde brota la emoción, la duda, la confrontación, la magia y la purificación. Pero, ¿a estas alturas es transgresor que unos actores hagan como que se masturban en el escenario, que muestren sus penes y que Angélica haga lo mismo con su coño, como si quitarse las bragas en un escenario ya fuera algo transgresor? ¿A estas alturas una simulación de un acto sexual o un actor apuntando con una flecha terminada en una polla al coño de la actriz alguien piensa que incomoda más allá de la risa? Una risa contenida durante toda la obra, una risa ante un momento que se pensaba catártico. La transgresión en el siglo XXI tiene que ir más allá de lo físico, de un físico muy normativo, que es lo único que se vio en Caridad. Y el grito puede ser transgresión, debe ser transgresión…, pero cuando es el grito que sale del estómago, de la rabia, del dolor, de la plenitud, y no el grito-sirena, ese grito sin fuerza ni emoción, ese grito de academia y de clases nocturnas, ese grito de me quedan solo un minuto para acabar la escena, ese grito falso, de postureo. Sin ninguna caridad.

Tercer capítulo: ¿Hay un público que no sea una oveja? Dos horas de Caridad, dos horas en que las escenas se iban sucediendo sin llegar ni de lejos al ruido de los floretes del inicio en un combate singular de dos deportistas paraolímpicos o el momento en que la leche se vierte sobre el escenario negro. Dos horas de canciones de los setenta, de bailes interminables o de escenas repetidas en una sensación de estar en un ensayo. Hasta el monólogo de Gilles de Rais, a partir del texto de Georges Bataille, magistralmente interpretado por Guillaume Costanza —lo mejor con diferencia de toda la obra, lo único que la justifica— resulta insufrible en su extensión, dado el cansancio acumulado. ¿Se ha querido vengar Angélica Liddell del público por sus críticas a sus últimos espectáculos, a la incomprensión en algunos casos a su propuesta artística? Pues si lo que quería era conseguir un público intranquilo, un público enfadado, un público transgresor, un público enfrentado, Caridad  —o es quizás la aureola mítica que se ha creado alrededor de la Liddell— es todo lo contrario. Durante dos horas solo se oyeron entre el público algunas risas inoportunas, algunas risas nerviosas como diciendo “de esto sí que me he enterado”…, el resto, silencio. Un silencio acumulado. Un silencio de mirar de vez en cuando el reloj para saber el tiempo que faltaba. Un silencio de rebaño de ovejas. Si con Caridad, Angélica Liddell intentaba enfrentarse al público, conseguir del público alguna reacción, la obra es todo un fracaso. Al final, las ovejas dentro y fuera del escenario. En el escenario junto a los actores y en la platea con los aplausos de rigor, el entusiasmo del público, de este público que bosteza y aplaude con el mismo fervor.

Y cuarto capítulo: Un discurso es algo más que unas citas. Justo antes de salir de casa, el espectador había terminado de leer La familia, de Sara Mesa. O mejor dicho, no podía salir sin dejar de leer las últimas páginas de esta novela, que por dos días le había cautivado. Y le había hecho ver cómo hablar de lo (aparentemente) pequeño, lo cotidiano, de retazos de una vida era uno de los caminos para el desarrollo de la escritura en el siglo XXI, más allá de las sagas épicas, de los enredos policiacos, de las tramas amorosas y de poder que llenan la ficción dentro y fuera de los libros. Y de pronto, Caridad. Y de pronto, unas citas de Foucault, de Steiner y de la Biblia, ¿con estos hilos se puede trenzar un discurso tan necesario como reflexionar sobre la visión de los victimarios dentro de nuestra sociedad, en cualquier sociedad? El tema necesita algo más que citas y una frase final, la única que se escucha de la boca de Angélica Liddell: “¿A cuántos ciudadanos modelo habría que ejecutar para que el mundo fuera más hermoso?”. ¿Hermoso? ¿Acaso este es el adjetivo que un escritor, que un artista se puede permitir utilizar para describir nuestro mundo en el siglo XXI? La utilización de este adjetivo banal, de este adjetivo que cualquier escritor de cursillo a distancia hubiera utilizado para completar esta frase es la mejor demostración de que le queda a Caridad todavía mucho recorrido para llegar a convertirse en una reflexión, en un punto de vista necesario para ver nuestra realidad desde otros espejos, desde otras perspectivas.

Coda: ¿Desde dónde se debe hacer arte, literatura en el siglo XXI? Y después de ver Caridad de Angélica Liddell, de haber visto su propuesta llena de efectos manidos y conocidos, de transgresiones manoseadas, de lugares comunes y de gritos que solo molestan a los oídos, de la repetición de unas citas como si fueran guías siendo en realidad anclajes retóricos de un vacío, me atrevo a contestar a la pregunta que me lleva un tiempo persiguiendo: ¿Desde dónde hemos de escribir y crear arte en el siglo XXI, en la sociedad que, entre todos, estamos creando en el siglo XXI? Desde la verdad. Solo desde la verdad, el arte tiene sentido en nuestra sociedad, en nuestros días. Justo esa verdad que le falta a Caridad de Angélica Liddell.

TITULO: Aquí la tierra -  Feria recuerda a los represaliados: «Se cierra una herida 87 años después» ,.

 Feria recuerda a los represaliados: «Se cierra una herida 87 años después» ,.

Los restos de 18 personas que fueron arrojadas a un pozo minero del municipio en 1936 son entregados a sus familiares

Eugenio Becerra, nieto de Francisco, junto a algunos de los restos localizados en el 'Salamanco Chico'.
foto / Eugenio Becerra, nieto de Francisco, junto a algunos de los restos localizados en el 'Salamanco Chico',.

Al agricultor Francisco Becerra Gómez lo sacaron de su casa de campo en Feria el 24 de septiembre de 1936. Lo montaron en un coche, lo llevaron a la cárcel del pueblo y cinco días después, junto a Braulio, otro vecino, lo mataron arrojándolo,.


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