TITULO: VIVA LA VIDA - El escritor Alberto Ruy Sánchez - Ahora, hacia abajo ,. SABADO - 3 - Agosto ,.
El sabado - 3 - Agosto a las 16:00 por Telecinco , foto,.
El escritor Alberto Ruy Sánchez - Ahora, hacia abajo,.
El escritor Alberto Ruy Sánchez,.
Como ya he expresado en alguna ocasión, no
hay ideas perennemente “positivas” o “negativas” (y no me refiero al uso
común de positivo y negativo como “bueno” y “malo”). Una idea que en un
momento dado lo es de gran progreso porque se opone a un sistema
establecido —es decir, una idea negativa, negatividad respecto de lo
preponderante—, puede ganar una positividad histórica inusitada, hacerse
preponderante y, enseguida, conservadora. Nótese cómo, en este caso,
conservadurismo no es negatividad y progresismo no es positividad. Muy
al contrario, cuando la idea que era de negatividad progresista se vuelve de positividad y triunfa, deja de ser una idea de progreso,
comienza a conservarse a sí misma, y puede volverse reaccionaria. Esto
siendo la misma idea antes, durante y después, pero viajando de un signo
a otro. Si además concurre el dogmatismo, es decir, si en esa idea se
detecta que lo que antes era razonable se ha erigido en dogma y ya no
resulta razonable salvo para los militantes, entonces podemos decir que
el papel de la conciencia y el sentido crítico (la negatividad que se
debe ejercer frente a las ideas preponderantes y, cómo no, ante las
dogmáticas) ha cambiado de bando. Pero esto parece ser algo que
difícilmente le puede entrar en la cabeza a alguien que se maneja por el
carril de un sesgo ideológico. La idea de los propios es la “buena” se
encuentre en un estado de negatividad o se encuentre en otro muy
distinto, de positividad.
"La
verdad siempre se encuentra un paso antes del dogmatismo, es decir,
donde aún se puede colegir que no, que no se sabe, que uno no conoce
nada de manera absoluta"
El escritor Alberto Ruy Sánchez, en su ensayo sobre André Gide,
relata el proceso ideológico por el cual el intelectual francés
comprende que el Comunismo no es lo que él cree. El título resulta
esclarecedor: Tristeza de la verdad. Al visitar la URSS como
invitado de honor —el Comunismo que se venera entre la intelectualidad
francesa, celebrado por la izquierda occidental como excelsa conquista
de la justicia social, y que él mismo había enaltecido como tal—, Gide
descubre que lo que se está produciendo en la URSS es de una expresión
política de signo, cuando menos, dudoso. Al volver de su viaje escribió Regreso de la URSS,
cuestionando los logros de la revolución, y ello lo convirtió en un
apestado, en el paria más famoso de la intelectualidad francesa. Leyendo
a Alberto Ruy Sánchez se entiende, además, que el escritor francés pudo
hacer ese gran ejercicio crítico —y autocrítico— precisamente porque
había abrazado las ideas comunistas aun sin la convicción de un
creyente. Nunca dejó de ser un escritor para convertirse en un militante, ello le permitió ser capaz de dudar, cuestionar y cuestionarse, algo que no supieron o no quisieron hacer otros intelectuales de la época.
La verdad siempre se encuentra un paso antes del dogmatismo, es
decir, donde aún se puede colegir que no, que no se sabe, que uno no
conoce nada de manera absoluta, y, por lo tanto, todavía existe la
posibilidad del replanteamiento de todo de nuevo. Otra cosa es la
capacidad de detectar cuáles son los dogmas del propio tiempo y además
atesorar la valentía y el talento para cuestionarlos rigurosamente: no
es algo que se pueda hacer simplemente opinando. Lo que Alberto Ruy
Sánchez describe en su libro es la épica del pensar, la épica propia de
los que piensan, y en sus páginas se asiste a cómo una mente lúcida
comprende sus errores y se enmienda (contra sus propios intereses) en
pos de la verdad, que es lo universal.
"Aferrados
a una misma idea, de manera acaso identitaria y dogmática, podemos
pasar de ser progresistas a reaccionarios sin darnos cuenta"
La verdad es lo que debe ser dicho porque es lo propio del conjunto
de los seres humanos. La verdad no es patrimonio sólo de quien la
expele. Muy al contrario, la verdad pertenece a todos. Por eso el
escritor que la enfrenta y expone realiza un ejercicio de gran
generosidad, y precisamente por esa gran generosidad se le premia.
Por supuesto, sería un error pensar que hay que tirar a la basura
aquellas ideas de progreso que, en un rapto histórico de inusitada
positividad, dogmatizaron la realidad y produjeron el desastre. No es
poco lo que felizmente queda en nuestro mundo de ideas que en algún
momento se volvieron dogmáticas hasta el crimen (sin ir muy lejos, el
Cristianismo y el Comunismo). Estas —las ideas que, en un rapto
histórico de inusitada positividad, dogmatizaron la realidad y
produjeron el desastre—, me parece, pueden ser muy valiosas mientras se
mantienen en un estadio pre-dogmático. Desde luego son valiosas mientras se trata de ideas negativas respecto de las ideas preponderantes,
y también lo son cuando, después de su éxito histórico y su probable
catástrofe, se abandona su dogmatismo y quedan asentadas en la sociedad,
atemperadas por el resto de ideas, en un momento post-dogmático o, si
no, de “dogmatismo interior” (como es el caso de la gran mayoría de los
feligreses católicos en la España de hoy).
Pero me parece muy importante eso: comprender que, aferrados a una
misma idea, de manera acaso identitaria y dogmática, podemos pasar de
ser progresistas a reaccionarios sin darnos cuenta y creyendo que sólo
estamos siendo coherentes y leales y honestos con nuestras ideas, al
mismo tiempo que infligimos o defendemos que se le inflija algún daño a
los otros. Esto hoy lo estamos viendo mucho.
"Creo
que hay que cuestionar seriamente los valores de estas ideas cuando se
vuelven positividad, históricas, preponderantes, esto es, cuando
dogmatizan desde arriba"
En mi caso, en 2022 me considero una persona muy en sintonía,
culturalmente, con los valores genuinos del feminismo, el anti racismo,
el elegetebismo y (aunque un poco menos), el ecologismo y el animalismo.
Pero lo estoy, sintonizado, en su estadio pre-dogmático, es decir, en
su estadio previo a la guerra cultural, el anterior a erigirse en lo que
se ha dado en llamar cultura woke. Estoy de acuerdo
con la no discriminación de la mujer y las personas LGTBI, con la
necesidad de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres
heterosexuales, gays, lesbianas o trans, con no privilegiar al hombre
sin razón, con el buen trato recíproco entre hombres y mujeres
independientemente de cual sea su orientación sexual, y, en definitiva,
con la buena educación; también me considero anti racista, en linea con
las ideas que han promovido la igualdad de derechos civiles de los
negros en EE.UU., una cuestión que, me parece, se defiende mejor con el
ejemplo sencillo, haciendo amistad y familia con el “otro”, tanto los
blancos con los negros como los negros con los blancos (el mestizaje);
en cuanto al ecologismo y el animalismo, me parecen básicos los
principios de no ensuciar el hábitat y no maltratar a los animales. Y
estoy muy de acuerdo con los valores principales de estas ideas cuando
son negativas y se oponen a lo establecido, por ejemplo, 1) lo establecido por el catolicismo (con Franco en el poder la bondad de esa oposición era evidente); 2)
lo establecido por la iglesia ortodoxa (en Rusia se está atacando a
Occidente precisamente acusándonos de ser abyectos debido a nuestro
afecto por estas ideas, debemos ser conscientes de que nos identifican
con ellas); o 3) lo establecido por el islamismo (en
Irán, con las protestas femeninas contra la imposición del velo, se ha
producido un buen ejemplo de negatividad transformadora del feminismo
enfrentado a lo que prepondera, los ayatolás); 4) lo
establecido debido a los intereses de parte de las multinacionales (es
fundamental estar pendientes del cumplimiento de las leyes
medioambientales por parte de las grandes corporaciones), y así
podríamos continuar.
Sin embargo, creo que hay que cuestionar seriamente los valores de
estas ideas cuando se vuelven positividad, históricas, preponderantes,
esto es, cuando dogmatizan desde arriba, como suele suceder siempre en
algún momento con los valores de cualquier religión.
"Los primeros judíos y cristianos ya estuvieron aquí, el antinatalismo no es nada nuevo"
De hecho, creo que el dogmatismo convierte en religión a estas ideas;
en una religión no muy distinta de las anteriores. Si desde fuera de
Occidente nos identifican con ellas, ya hoy son parte distintiva de
nuestra cultura, ya hoy somos esas ideas. Y encuentro cierto
paralelismo entre determinados aspectos de este momento occidental
actual —en el que estas ideas van penetrando en absolutamente todos los
ámbitos de la vida— y el tiempo remoto de los primeros cristianos.
En el siglo II, Celsus reprochaba a los cristianos que no quisieran
formar familias. Curiosamente, hoy, en Occidente, muchos se creen
modernos por no tener hijos, piensan que son ellos los primeros en la
historia con esta idea, y tan contemporáneo les parece que creen que se
debe al exceso de población, al cambio climático, al capitalismo, que es
necesario contra todo ello. Estamos aquejados de un antinatalismo
galopante, en parte debido a nuestro proselitismo en contra de la
familia, también debido a la “problematización” de las relaciones
hombre-mujer y a la creencia de que tener hijos limita la autonomía de
las mujeres. Este proselitismo se está llevando a cabo especialmente por los defensores de la cultura woke,
que es una amalgama que mezcla feminismo, anticolonialismo,
antirracismo, elegetebismo y ecologismo anti cambio climático, con el
anticapitalismo (todas estas ideas coquetean con la impugnación del
sistema económico), para finalmente devenir en decrecionismo. Pero los
primeros judíos y cristianos ya estuvieron aquí, el antinatalismo no es
nada nuevo. Se trata de ideas, las nuestras de hoy, que amenazan con
poner en jaque la totalidad de nuestro mundo, exactamente igual que lo
hicieron las ideas de los primeros cristianos con la cultura
grecolatina.
Celsus sanciona también que los judíos, provenientes de Egipto,
abandonaron este debido a “su espíritu de sedición contra el Estado”,
tras una “insurrección” y “por el desprecio que habían concebido de la
religión nacional”. Hoy nos encontramos ante ideas que finalmente
confluyen, en algún grado, en lo que nosotros conocemos como
“antisistema”. Nuestro “espíritu de sedición” es contra el sistema mismo
—que incluye al Estado, pero también y sobre todo a la economía—: se
desprecia el capitalismo. Al culparnos a nosotros mismos del cambio
climático acertamos (¿casualmente?) en la diana del sistema económico.
El cambio climático antropogénico es una idea que viene a confirmarnos
la pertinencia de nuestra inquina contra el sistema económico: es un
jaque mate, decrecer o desaparecer, desaparecer o decrecer.
"Incluso
hoy, nuestras sociedades avanzan precisamente gracias a la libertad que
—mediante la democracia y el desarrollo del sistema económico— escapa
al iliberalismo de la religión"
Que nuestro espíritu de sedición sea análogo con el de los antiguos
judíos y los primeros cristianos, podría indicar que nos encontramos
ante una pulsión universal, y que es algo que atraviesa la Historia.
En sus primeros tiempos, los cristianos no querían saber nada de las
instituciones, no deseaban participar de la política ni servir en el
ejército (insumisión). Esta es una de las cuestiones que Celsus esgrime
contra ellos. Para él, los cristianos son un peligro social, además son
maleducados e irrespetuosos. En ese momento, la posición de Celsus es prácticamente reaccionaria, ataca a los pobres cristianos.
Otra de las cuestiones que esgrime contra ellos —tal como reza el texto
de contraportada de la edición de Alianza que manejo de El discurso verdadero contra los cristianos—
es el gusto de estos por “las profecías (cuyo determinismo implícito se
opone a la libertad individual)”. Nótese que Celsus, aunque carga
contra los de abajo, lo hace en defensa de la libertad de todos: ya no
sería tan reaccionario. Aunque los cristianos creyesen estar “liberando”
del paganismo y del demonio a la humanidad, ellos eran, en contraste
con la cultura pagana, profundamente iliberales —entonces sólo unos
pocos, como Celsus, lo vieron—, algo que hoy ya no nos puede sorprender,
pues muestras de ese iliberalismo cristiano se han dado sobradamente a
lo largo de la Historia. Incluso hoy, nuestras sociedades avanzan
precisamente gracias a la libertad que —mediante la democracia y el
desarrollo del sistema económico— escapa al iliberalismo de la religión.
Pero los más aventajados de nuestros wokistas anticapitalistas
antisistema, finalmente decrecionistas, sí quieren saber de las
instituciones, de su poder y de su financiación. Comparten, esto sí, con
aquellos cristianos —además de que son iliberales—, una enorme
“división” identitaria: se forman grupúsculos y se enfrentan (feminismo y
movimiento queer, por ejemplo), o se cortocircuitan entre sí cuando
entran en liza los valores de varios de los grupos, por ejemplo cuando
toca elegir entre las premisas del antirracismo y las de la defensa de
la mujer, o viceversa. “Después que se tornaron multitud”, dice Celsus
contra los cristianos, “dividiéronse en sectas y cada una de ellas
pretende formar un grupo aparte” (…) Se aíslan de nuevo de la gran
mayoría, se anatematizan los unos a los otros, teniendo sólo en común,
propiamente, el nombre de Cristianos, por el que todos luchan (…) En lo
demás unos profesan unas cosas y otros otras”.
"En
Occidente, un buen número de grupos identitarios, con intereses
completamente diferentes, sin embargo coinciden en llamarse izquierda"
Hoy observamos cómo, en Occidente, un buen número de grupos
identitarios —ecologismo anti cambio climático dogmático, feminismo
dogmático, animalismo dogmático, anti racismo dogmático, elegetebismo
dogmático—, con intereses completamente diferentes, sin embargo
coinciden en llamarse “izquierda”, y cada uno de ellos es activo en la defensa de lo que le es identitario, pero, además, incorpora lo de los otros en cierto grado.
Los wokistas coinciden con los primeros cristianos 1) en que el motor de ambos es “la víctima”
—víctimas son la mujer, los gays-lesbianas-y-trans, los racializados,
los animales, los desfavorecidos ante el cambio climático, esto es: las
víctimas de los movimientos de hoy guardan una similitud paródica con
Jesús en la cruz y los mártires cristianos—; los wokistas coinciden con
el cristianismo 2) en que cada uno de ellos hace palanca a partir de un “pecado original”
—todos somos machistas desde que nacemos, hombres y mujeres, porque nos
insertamos en el patriarcado, que es todo, no tiene ni principio ni fin
en el mundo; no hemos podido hacer otra cosa que destruir el planeta
desde que nacimos, todos dejamos nuestra huella de carbono desde el
primer minuto de vida; el hombre blanco heterosexual es culpable de
colonialismo, racismo, machismo y homofobia y no puede ocultar todos sus
privilegios por serlo—; los wokistas coinciden con el cristianismo 3) en que quieren redimirse y redimirnos: de nuevo “la redención de la humanidad” —salvarnos
del machismo, de la homofobia, del racismo; y también salvarnos
salvando el planeta—; por último, los wokistas coinciden con el
cristianismo 4) en que son “utópicos”, prometen un paraíso de igualdad que difícilmente podemos imaginar cómo sería de facto —¿en
qué momento podríamos decir que hombres y mujeres somos iguales, cómo
parecería esa igualdad, cómo la reconoceríamos; en qué momento
estaríamos libres de racismo u homofobia, cómo pareceríamos de verdad
iguales, sin posibilidad de introducir una cuña de demagogia que nos
separe y desiguale para denunciar una nueva posible desigualdad entre
nosotros?—.
En la sociedad que Celsus se encuentra, las ideas cristianas son
negativas respecto de la asentada cultura grecolatina, pero esto no duró
mucho. Por supuesto, resultó capital, como es sabido, el concurso de
Constantino, que oficializó las ideas cristianas y marcó el camino de su
imposición sobre todo lo existente. Las ideas cristianas pasaron a ser
las que caían a todos desde arriba, desde el poder político. Sin
embargo, también se percibe cómo, ya desde antes de Constantino, aquella
negatividad de pensamiento contra lo establecido se venía transformando
en una positividad histórica arrolladora: las ideas cristianas penetran
en la sociedad, se extienden por todos los ámbitos, dominan sobre las
demás ideas de un modo que se diría espontáneo y sin oposición posible. Eso es la positividad, algo que no tiene por qué ser “bueno”. Al contrario, también puede ser muy “malo” para muchos.
En ese nivel de positividad, los individuos ni siquiera necesitan
razonar para imponer sus ideas sobre las de los otros, no precisan
argumentar, de tal modo que las personas pueden plantear ideas
insensatas siempre que se encuentren dentro del sesgo adecuado, el sesgo
políticamente correcto, pueden manifestarse de un modo absolutamente
irracional y, sin embargo, a pesar de la falta de razón, producir una
espiral de silencio en los demás, obteniendo el éxito de que muchas
personas, al detectar que esas ideas son las que ahora dominan, las
adopten “por si acaso”, las abracen preventivamente, se conviertan a
ellas por miedo. Ser buena persona era ser cristiano, como hoy lo es ser
de izquierdas, y todo el que se manifiesta de derechas se convierte en
sospechoso de no serlo.
"Ese iliberalismo se manifiesta cuando, de manera aparentemente arbitraria, una turba derriba y decapita una escultura"
En su libro La edad de la penumbra, con el subtítulo “cómo
el Cristianismo destruyó el mundo clásico”, la historiadora Catherine
Nixey comenta cómo, en tiempos de Celsus, los cristianos despreciaban a
los filósofos, se negaban a debatir o simplemente respondían con alguno
de sus dogmas: “Porque lo dice Dios”, y se quedaban tan anchos. Hoy se
suelen producir respuestas dogmáticas similares: la idea de patriarcado
es muy socorrida para zanjar cualquier tipo de diálogo sobre la
situación de la mujer, dentro de esta idea no puedes moverte. Si entras,
quedas cautivo y desarmado por su dogmatismo.
Siempre habrá, claro, unos pocos que lo consideren intolerable y se
opongan desde el minuto uno, como Celsus, que, no olvidemos, pagó con la
desaparición de su obra y hasta de su nombre a manos de los cristianos.
Lo poco que sabemos que dijo ha llegado hasta nosotros por “tradición
indirecta”, gracias a lo que otros dijeron, y de su identidad no nos
queda más que el parco Celsus.
En cierto modo, esa transformación de las mismas ideas —de negativas a
positivas— es lo que observamos en la actualidad en Occidente. El
iliberalismo woke se manifiesta mediante un Black Lives Matter que puede
propiciar que un pequeño grupo de estudiantes negros de una universidad
de EE.UU. se presente en el despacho del director y consiga que expulse
a un profesor por unas declaraciones o algo que dijo en clase; o
mediante un MeToo que puede traducirse en que alguien, públicamente pero
de forma anónima, acuse a un músico de haber cometido una agresión
sexual, provocándole una crisis de reputación y un daño moral,
económico, personal, que en ocasiones ha llevado a la persona a
suicidarse (caso Armando Vega, en México). Ese iliberalismo se
manifiesta cuando, de manera aparentemente arbitraria, una turba derriba
y decapita una escultura, pretendiendo —como los propios cristianos
posteriores a Celsus— borrar el pasado. Se manifiesta cuando
jóvenes activistas contra el cambio climático arrojan sopa de tomate o
puré de patatas contra una obra de arte representativa de nuestra
cultura (aunque no la dañen, es iliberal). De hecho, quienes defienden que ese tipo de performances políticas no
son tan graves, se quejan de la “sacralidad» que parece que le
confiramos a las obras de arte. Es decir, consciente o
inconscientemente, la performance política consistiría en
desacralizarlas. A nadie se le puede escapar que, una vez
desacralizadas, no habrá el menor problema en que sean destruidas
realmente, como hizo cualquier cristiano con las obras de arte
anteriores a su ascensión al poder. Se manifiesta, ese iliberalismo,
cuando una “Ministra de igualdad” ataca a la judicatura tachando a los
jueces de machistas (un ad hominem), pretendiendo condicionar las
decisiones de la justicia, si no cuando desde un ministerio, nada más y
nada menos que de igualdad, se promueven legislaciones injustas, que
privilegian a unos y desfavorecen a otros. Se manifiesta, su iliberalismo, cuando activistas “trans» impiden una conferencia en una universidad.
Se manifiesta cuando se pretende que los hombres se sienten con las
piernas juntas, que es un autoritarismo similar al de quien señala a una
joven porque se ha puesto una minifalda: en ambos casos se trata de
contener la sexualidad del individuo, que la joven no muestre sus
muslos, y que el hombre no se espatarre ni mucho ni poco. Se manifiesta
cuando alguien acusa de racismo a un periodista y se monta un escándalo
hasta el punto de provocar que lo echen del trabajo (ese cobrarse una
pieza, y luego ir a por otra).
"Poco
a poco, escaramuza a escaramuza con cualquier excusa como razón, los
cristianos fueron diezmándolos: su cultura fue borrada, destruida,
desmantelada, sustituida"
Los ejemplos, por desgracia, en nuestra época, son tantos, tan
constantes y variados —se producen a diario y muchos de ellos tienen
reflejo en la prensa—, que no puede caber la menor duda de su carácter
religioso. Aparentemente, es algo que se mueve solo, sin que nadie
realmente lo dirija, aunque sí haya líderes, personas que hacen
proselitismo, dan discursos, sermonean, adoctrinan, curan.
Claro que algunas de estas manifestaciones parecen menores, poca cosa
en un mundo no exento de disparates de todo tipo, pero, por su
naturaleza religiosa, es probable que su gravedad aumente. Tan solo cinco años atrás, en España nada de esto sucedía.
Celsus no vio el auténtico desastre, fue posterior a él. Estas
manifestaciones están muy extendidas, se producen por todo Occidente:
EE.UU., Canadá, México, Perú, Argentina, Chile, Reino Unido, España,
Francia… Y, tratándose de asuntos muy diferentes, sin embargo son de una
categoría muy similar: cancelaciones, revisionismo, puritanismo, y, en
definitiva, destrucción de aquello que represente ideas o expresiones o
manifestaciones que se quieren censurar, abolir, hacer desaparecer… En
ocasiones podemos estar de acuerdo con que una idea, una expresión o una
manifestación sea denostada, pero el problema no es lo parcial, sino el
conjunto todo, que tiende a la demolición de la cultura entera. Y,
precisamente, la fragmentación de las ideas en postulados de distintas
identidades, como en el caso de los primeros cristianos, convierte el
asunto en inabordable, porque siempre habrá algo con lo que sí y algo
con lo que no estemos de acuerdo: el militante anti cambio climático es
hipersensible con todo lo que tiene que ver con ello, pero posiblemente
lo es mucho menos con todo lo que tiene que ver con la igualdad racial o
entre homosexuales y heterosexuales. Lo mismo nosotros, sin llegar al activismo, algunos de estos asuntos nos tocan más que los demás. Eso quiere decir que, unos por otros, la religión sigue tomando todos los ámbitos.
En La edad de la penumbra, Catherine Nixey describe paso a
paso la espiral de violencia desatada en Alejandría: “La velocidad con
la que la tolerancia se convirtió en intolerancia y, más tarde,
directamente en represión, sorprendió a los observadores no cristianos”.
Hay que recordar que los cristianos derribaban las estatuas de los
dioses, cuando no las profanaban y cristianizaban rompiéndoles la nariz y
cincelando una cruz en su frente. Profanaban y saqueaban los templos,
se incautaban de lo valioso, destruían las edificaciones y continuaban a
por otras. Una de las maravillas de la época, el templo de Serapis,
cuenta Nixey, fue reducido a escombros por una turba dirigida por el
obispo de la ciudad. Los no cristianos eran demonizados y nada podían
hacer. Cuando se defendían, era peor. Poco a poco, escaramuza a
escaramuza con cualquier excusa como razón, los cristianos fueron
diezmándolos: su cultura fue borrada, destruida, desmantelada,
sustituida.
Qué necesidad había de esto: aparentemente, ninguna. La convivencia era posible.
"Las
ideas de los cristianos habían pasado de constituir una negatividad en
oposición al sistema cultural de ese tiempo, a ganar una inusitada
positividad"
De manera asombrosa, un grupo humano alejado de la élite, que se
dedicaba a predicar entre la gente más pobre e ignorante (porque, según
Celsus, era a ellos a los que se podía engañar), que denostaba el
funcionamiento de las instituciones, que renunciaba a formar una
familia, que deploraba la tenencia de bienes y hasta la práctica del
comercio, que adoraba la pureza espiritual del ermitaño que se encerraba
a rezar en una cueva alimentándose con un mendrugo de pan y un sorbo de
agua cada día, que tenía como temidos pecados la soberbia, la avaricia,
la ira, la envidia…Aquel grupo humano compuesto por personas leales a
su fe, coherentes, íntegras (o fanáticas), que se dejaban matar antes
que renegar de sus creencias… Los hombres de Jesús, palabra de Dios, amor y paz, muy pronto se convirtieron en un poder sectario de inusitada violencia. Y cómo no: soberbio, avaro, iracundo y envidioso para con sus congéneres paganos.
Catherine Nixey nos habla en su libro de los parabalanos del siglo V,
unos hombres jóvenes, de baja condición, consagrados al servicio de
Dios (“o, más concretamente, de sus representantes en la tierra”), que
realizaban tanto obras nobles como lo más abyecto, constituyéndose en un
perfecto colectivo mafioso. “Si molestabas al obispo de Alejandría,
como bien sabían por su propia experiencia los ciudadanos, este mandaba a
algunos de los 800 parabalanos que te hicieran una visita” (…)
“”Terror” es la palabra utilizada en los documentos romanos para
referirse a ellos”, dice Nixey. Además de derribar estatuas y destruir
obras de arte, además de reducir a escombros un templo tras otro y de
allanar las casas de los no cristianos en busca de cualquier vestigio de
paganismo, también se “encargaban” de las personas. A veces, las hordas
producían algunos muertos. Un conjunto de infortunios, difamaciones y
confusiones ocasionó que esos parabalanos, en supuesta defensa del
obispo, interceptaran a la famosa Hipatia, la hicieran descender de su carromato, la arrastraran hasta una iglesia y allí la asesinaran y despellejaran.
Fue todo un cambio de era que se produjo, como por medio de una
bisagra de ideas, entre el tiempo de los filósofos y el conocimiento (un
tiempo más tolerante, en el que cualquiera podía adorar a los dioses
que quisiera), y el de los obispos cristianos que nada querían saber de
conocimientos si estos no provenían de su único Dios.
Por alguna razón, pero que resulta inexplicable, las ideas de los
cristianos habían pasado de constituir una negatividad en oposición al
sistema cultural de ese tiempo, a ganar una inusitada positividad —en
una aceleración de la Historia—, y, finalmente, a erigirse ellos mismos
como regentes del nuevo sistema cultural (una revolución). Se pretendía
una mejora moral de la sociedad, implícita y explícitamente, pero nada
indica que esa mejora moral llegara finalmente. El resultado fue, cuando
menos, ambivalente. A los obispos, sí, les fue muy bien.
Además, al quedar denostadas la filosofía y las ciencias, se renunció a
muchos conocimientos. Con el tiempo el cristianismo hizo
grandes cosas, pero, con casi total seguridad, no superiores a las que
hizo el mundo que había destruido. Sin embargo, volviendo a la mejora
moral que hoy también se pretende, no creo que a nadie se le ocurra
defender que, después del siglo V, tras la enorme revolución moral que
se produjo, la historia nos muestre signos de que el ser humano fuera
mejor, y mucho menos que mejorara un ápice moralmente. Incluso hoy sigue
siendo un hecho sin probar que el ser humano sea capaz de mejorar
moralmente, lo cual no impide que vuelva a haber mucha gente que crea
que sí, que, mediante un fuerte moralismo, mejoramos y salvamos a la
humanidad.
"Una
de las cuestiones preocupantes de los retos culturales de hoy es,
precisamente, cómo se trata de sustituir el conocimiento sólido por
nuevas ideas carcomidas por la autoayuda"
Una de las cuestiones preocupantes de los retos culturales de hoy es,
precisamente, cómo se trata de sustituir el conocimiento sólido por
nuevas ideas carcomidas por la autoayuda; que se detecta un menosprecio
del saber; que se denuestan como obsoletos valores que son fuertes, y
que estos son remplazados, mediante una neolengua moralista o
confundiendo el orden de las cosas, por valores que no lo son tanto.
Todo ello se encuentra entre las querellas de Celsus contra los
cristianos: “Se esfuerzan por desacreditar a la ciencia”, dice, “Los
maestros de los cristianos ni buscan ni encuentran discípulos, sino
entre hombres sin inteligencia de espíritu obtuso”. Y una cita más, que
puede resultarnos contemporánea: “¿No se diría que están ebrios,
quienes, entre sí, acusan a las personas sobrias de estar ebrias?”
Aquí, ahora, dejamos de hablar de “masculinidad” —demonización
mediante— para tener que hablar de “nuevas masculinidades”; en vez de
hablar de “proveer” y de “trabajar” y de “sostener” y de “mantener” y de
“proteger” y de “cuidar”, evitamos utilizar “cuidar” y hablamos de
“cuidados”, o, incluso, de “autocuidados”, erigiéndolos en valores que
parecen englobar todo lo anterior; en el sexo, ya no somos “hombres” y
“mujeres”, que es lo científico e histórico, y por tanto lo sólido,
prefiriéndose ofrecer un listado de sexualidades a la carta con
denominaciones de fantasía; la maternidad no es un valor en alza, y esto
conlleva cuando menos un problema de madurez y de soledad en la vejez
para las mujeres y para los hombres; las normas gramaticales (sólidas) del español se menosprecian y subvierten para obtener una neolengua impracticable
—ni siquiera sus defensores son capaces de hablarla—, porque, cuando se
intenta, se condiciona la comunicación hasta el punto de empobrecerla y
producir incomunicación; se cuestiona, demagógicamente, que nos
importen más las obras de arte que luchar contra el cambio climático,
cuando la obra de arte la tenemos “en nuestras manos” (es un valor
nuestro, de la humanidad, sólido), cómo comparar la obra de arte acabada
y bella, definitiva —“Los girasoles”, de Van Goth—, con un cambio
climático catastrófico que aún no ha sucedido: la humanidad no se ha
puesto nunca realmente en marcha antes de que los hechos se produzcan, y
cuando lo ha hecho con anterioridad, se ha tratado de superstición, del
temor a una profecía, de ofrendas para que llueva y se produzca una
buena cosecha. Es precisamente en ese vacío del tiempo adelante, sin
base en la realidad porque los hechos aún no se han producido, en
combinación con las limitaciones cognitivas de las personas, donde se
ceba la ignorancia y se hacen las valoraciones más idiotas.
"Es posible que las ideas progresistas de las que venimos hablando hayan dejado de ser progresistas"
Que lo sólido se licúe de este modo es posiblemente un síntoma de
decadencia social. Que las ideas de progreso opten por reeducar a los
hombres para obtener hombres supuestamente más sensibles y considerados,
cuando a la vuelta de la esquina podemos encontrarnos con una guerra y
necesitar como sociedad justo lo contrario, no parece sensato. Que
un gobierno autonómico presente un edificio construido “con perspectiva
de género” debería hacernos saltar todas las alarmas aunque sólo fuera
por su hilaridad. Esta misma semana alguien ha demandado a una
persona por haber domesticado una salamandra, y la salamandra domada sin
saberlo. Se han escrito libros y publicado artículos acusando al Museo
del Prado de tener colgados “cuadros en los que se viola a mujeres”: y
las ninfas pintadas, también, como la salamandra, ajenas a su propia
violación, incluso a su propia corporeidad y existencia en la vida. Se
han modificado aspectos en obras literarias clásicas para que nadie se
ofenda, y se pretende que, para optar a los Oscar de Hollywood, las
historias que cuenten las películas guarden un escrupuloso equilibrio de
inclusividades. Se ha pretendido censurar libros infantiles y cada poco
vuelve a saltar la liebre sobre ello en algún sitio. Se cambian
programas lectivos para suprimir a los clásicos de la música clásica por
ser blancos, confiriendo más importancia al color de su piel que a sus
logros musicales.
Estos son sólo unos pocos ejemplos, se pueden encontrar cientos igual de significativos o incluso más.
Es posible que las ideas progresistas de las que venimos hablando
hayan dejado de ser progresistas (que sí lo fueron mientras enfrentaron
lo establecido), y, ahora, triunfadoras, positividad, debamos aprender a
tratarlas de manera crítica. En este sentido, en España, mientras los
intelectuales de edad más avanzada se limitan a señalar de vez en cuando
su desacuerdo con lo que consideran insensateces —porque, por edad, les
parece que ya no es una batalla que les corresponda librar—, una serie
de periodistas que se declaran progresistas, progresistas liberales o
simplemente liberales, en general un poco más jóvenes que yo, de unos 40
años, se han puesto manos a la obra a cuestionarlas, dando “un paso al
frente” muy similar al que dio Celsus en su día, hasta el punto de
dirigir sus carreras en parte por el nicho de mercado de oposición a los
nichos de mercado en los que se desarrollan las ideas woke, un nicho de
mercado de la información y la escritura que ellos mismos han fundado
con su paso adelante.
"Hay hastío ante la irracionalidad y también ante la imposibilidad de detener esa irracionalidad mediante la razón"
Por destacar algunos de los españoles: la periodista Rebeca Argudo,
el periodista y escritor Juan Soto Ivars, el Catedrático de Filosofía
del Derecho Pablo de Lora, el escritor y periodista Edu Galán… En otros
casos, esa confrontación talentosa de ideas, mediante el humor, la
ironía, el recurso a los datos precisos que desmontan imposturas,
hipocresías y falacias, proviene de la libertad de las redes, como es el
caso de Sergio Candanedo, el youtouber que se hace llamar Un Tío Blanco
Hetero, o se recurre a la precisión científica, como es el caso del Dr.
Pablo Malo, psiquiatra, y su libro sobre los excesos de la moral, en su
caso sin necesidad casi de mencionar quiénes están cometiendo esos
excesos. Por alguna razón, son la psiquiatría y la psicología
clínica las materias que están dando algunos de los mejores
argumentadores en contra del pensamiento religioso woke:
psicólogos clínicos son los canadienses Jordan B. Peterson y Susan
Pinker, dos de los primeros que obtuvieron repercusión con estos temas
en España, a partir de 2018.
Esta es una nómina muy talentosa. Sin embargo, en 2022 se percibe un
cierto cansancio. A pesar del enorme talento desplegado para desmontar
irracionalidades que parecen flagrantes, a pesar de que poco a poco se
ha ido dividiendo la opinión pública y ya no existe la unanimidad que
existía en 2018 a favor de estas ideas, las ideas woke prosiguen su
paso. Es como si nada pudiera detenerlas. Y esto es posible que se deba a
su carácter religioso. Hace unos días, Sergio Candanedo expresaba su
frustración diciendo que alguna vez esto tendrá que parar, que la
estulticia no puede durar para siempre. En los mismos días se ha escuchado a Soto Ivars hablar con asombro de que la gente no entienda que se encuentra ante disparates.
Y Alejandro Zaera-Polo, decano de arquitectura cancelado en la
Universidad de Princeton (en entrevista con Rebeca Argudo) ha afirmado
estar convencido de que “esto se va a acabar”. El cree que “ya ha
llegado al cenit y ahora va a ir hacia abajo. La situación es tan
disparatada que tiene que caer por su propio peso”. Igual que Celsus.
Hay hastío ante la irracionalidad y también ante la imposibilidad de
detener esa irracionalidad mediante la razón. También lo había en
Celsus.
Por ello me parece probable que, cada cierto tiempo, asistamos a una
nueva ola de corrección política, y, con la participación de todos,
también de los que se opongan, estas ideas continúen avanzando y tomando
todo lo existente, como lo hicieron las ideas cristianas. Y mucho me
temo que tal vez no haya alternativa más que la observación y la
crítica, pero una crítica por resistencia, necesaria para preservar la
libertad propia, mientras se pueda, ante algo que nos excede, y,
probablemente, acabe pasándonos por encima, o, si no a nosotros, a los
siguientes.
Esto que digo, claro está, es un arriesgado juicio de valor. No me
cabe la menor duda de que es imposible predecir lo que sucederá en
adelante con estas cuestiones: y es que, además, resulta del todo
imposible que en nuestra imaginación quepa, visto lo visto, una mínima
noción de lo que podría llegar a suceder.
TITULO:
VIVA LA VIDA - Luisgé Martín - Soluciones de futuro ,. Domingo - 4 - Agosto ,.
El domingo - 4 - Agosto - a las 16:00 por Telecinco , fotos,.
Luisgé Martín - Soluciones de futuro,.
Luisgé Martín,.
Luisgé Martín (Madrid, 1962) es uno de los
autores más relevantes del panorama literario actual. Ha publicado,
entre otras novelas y por citar sólo las últimas, La mujer de sombra, La misma ciudad, La vida equivocada y la autobiografía sentimental donde cuenta lo que le supuso asumir su identidad sexual, El amor del revés. Ahora vuelve con el ensayo El mundo feliz: Una apología de la vida falsa (Anagrama,
colección Argumentos) para provocarnos de nuevo (lo ha hecho en cada
una de sus novelas, publicadas en la misma editorial), para revolvernos
el intelecto y las tripas con afirmaciones radicales sobre temas
importantes y controvertidos que nos atañen como seres humanos: la
felicidad, la libertad, el heroísmo, el suicidio, la igualdad, la
bondad… Temas que están en el ámbito de la filosofía y del pensamiento
en autores como Cioran, Camus, Hobbes y Rousseau, y que, sin estar alineados, tras la lectura de este libro pueden llevarnos al deseo de encontrar otros sistemas: el de Aldous Huxley y su novela de anticipación científica, Un mundo feliz, y en Matrix; ambas opciones son las que, resuelto el dilema que trató Cioran en Del inconveniente de haber nacido, el autor querría vivir felizmente en ellas.
Es este un libro escrito con alevosía, en el que su autor no elude en
ningún momento lo escabroso, sino que se sumerge en sus profundidades
para cuestionar el mundo con frases tan desoladoramente pesimistas como
la que arranca este ensayo y repite varias veces a lo largo de él: “La
vida es, en su esencia, un sumidero de mierda o un acto ridículo”. A
partir de aquí, en El mundo feliz de Luisgé Martín se va formando una hipótesis no apta para mentes pacatas y convencionales.
Después de leer este libro hemos elegido hablar con su autor a través de la pantalla líquida del ordenador —y empleo esta palabra pensando en la sociedad líquida descrita por Zygmunt Baumann como una cultura del desapego, de la discontinuidad y del olvido—; para hablar con su autor, decía, en una especie de chat
cuyo resultado podría generar una entrevista al uso, o bien una
conversación en el tiempo —aún no podemos saber lo que dará de sí—
recordando a Michel Houellebecq y Bernard-Henri Lévy en su Enemigos públicos (Anagrama),
libro que Luisgé Martín me recomendó entonces. Ambos escritores se
intercambiaron correos electrónicos entre enero y julio de 2008 para
poner de relieve las relaciones entre la vida y la escritura, la
política, la educación, la religión… con la aspereza que puede surgir
entre un novelista “misántropo, depresivo y asqueado de las polémicas
mediáticas, y “un filósofo bon vivant, erudito y coqueto” que se hizo popular en los años setenta como integrante de los nuevos filósofos franceses, junto a André Glucksmann y Alain Finkielkraut.
Nada que ver esta entrevista con aquel libro, que si traigo a
colación es por la manera de abordar una charla sobre temas que pueden
resultar controvertidos. Ellos con la finalidad de publicarlo en un
libro, nosotros también, pero en una revista, en la web literaria Zenda.
Subvertiré en esta conversación la máxima periodística de tratar de usted al entrevistado, siquiera sea porque si no nos tuteáramos estaríamos ocultando que nuestras vidas contienen rasgos comunes en el tiempo y en el espacio,
puesto que yo también he asistido a algunas de “esas cenas socráticas y
a veces simplemente bárbaras (…) en las que soportamos su cólera de
Aquiles”, como Martín se encarga de citar en las páginas finales de los
agradecimientos.
Yo comparto buena parte de las tesis de esta apología de la vida falsa, que se puede vivir en Matrix
o en el mundo feliz de Huxley, aunque con ciertos matices que me hacen
ser más comedido o más cobarde a la hora de plasmarlos, tal vez porque
aún mantengo algunas dosis de buenismo social, pero en mi yo más
profundo no albergo ninguna fe en que el ser humano logre salvarse, y
mucho menos salvar este planeta de acabar abocado al abismo de una
desaparición cada vez más cercana.
—Bien, Luisgé, antes de plantearte la primera cuestión quiero
preguntarte si quieres añadir algo (conociéndote, seguro que sí),
porque empezar sin más a preguntarte tras esta larga introducción no sería muy educado.
"La mayor parte de las personas son mediocres, no tienen talento, no aportan nada de enjundia al mundo en el que viven"
—Pues para empezar bondadosamente, tengo que advertir que la mayor
parte del tiempo yo mantengo encendida la suspensión de la incredulidad
respecto a la vida y no pienso en nada de lo que expongo en el libro. Es
decir, me comporto como una persona razonablemente satisfecha y vivo
con alegría. Lo que me irrita sobremanera es el pensamiento positivo de
nuestro tiempo: «si tú quieres, tú puedes»; «el esfuerzo tiene
recompensa»; «la felicidad está al alcance de tu voluntad», etcétera. Es
pensamiento casi pornográfico, que no toma en cuenta ninguno de los
problemas del ser humano y que educa en la irresponsabilidad de creer
que Jauja existe. La mayor parte de las personas son mediocres, no
tienen talento, no aportan nada de enjundia al mundo en el que viven.
Aunque quieran, no podrán, el esfuerzo no les servirá de nada y la
infelicidad la tendrán garantizada. No creo que haya que insistir en
ello, decírselo a la cara, pero hacer lo contrario es terriblemente
obsceno.
— «Gracias a la vida que me ha dado tanto”, que cantaba Violeta Parra, por supuesto, pero no a los discursos buenistas de autoayuda que se ceban en tanto ingenuo. Luego intentaremos entrar en los mundos de Huxley y de Matrix, pero ahora me gustaría recordar a Aristóteles. Según él, para “conseguir” la felicidad había que currársela,
porque más que un estado concreto, la felicidad es un estilo de vida
basado en cultivar la virtud. O sea, el bien platónico, la ética, etc.
Por otra parte, es muy saludable que te comportes como una persona
razonablemente satisfecha, lo que recuerda la actitud de Cioran sobre el suicidio. Se cuenta que alguien le echó en cara que escribiera tanto sobre ello y que no practicara con el ejemplo, a lo que parece que respondió que sólo era un recurso teórico y que no tenía ningún interés en abandonar este mundo.
—Yo intento dejar muy claro en El mundo feliz que hay una
diferencia esencial entre el pesimismo, que a veces puede ser desolador,
y la tristeza. El pesimismo no provoca depresión, por ejemplo, sino, a
veces, justo lo contrario, una especie de prisa por disfrutar. La
tristeza, en cambio, anula las ganas de vivir. Por eso reivindico el
papel (sobre todo literariamente) del cenizo, del destructor, del que
pone en duda no sólo las ideas superficiales, sino las creencias hondas.
El mundo feliz pretende hurgar en la raíz de lo que somos o,
mejor dicho, de lo que no somos. Yo tampoco tengo entre mis planes más
próximos el suicidio, aunque me parece una postura razonable. Y respecto
a la felicidad (que es una de las palabras más manoseadas del lenguaje,
y que a pesar de eso sigue siendo una palabra bonita), mi uso es más
epidérmico. Eres feliz si tienes afanes y no tienes deudas; si conservas
las ganas de hacer cosas y no hay nada importante que te perturbe o te
paralice. La felicidad la mayoría de las veces es muy pequeña: el calor
del sol, el vino, la compañía de gente a la que uno quiere, la
despreocupación… En ello no hay componendas éticas. Estoy convencido (y
de ello hablo también en El mundo feliz) de que se puede ser
feliz siendo inmoral. De hecho, creo que esa es una de nuestras grandes
perplejidades, pues derrumba todos nuestros ideales de justicia.
—Tengo una somera información sobre el transhumanismo que mencionas como una de las soluciones para un futuro cercano. Tal vez pudiera ser una manera para no caer en el catastrofismo del final de los humanos el que los dispositivos electrónicos nos sustituyan
por modelos más inteligentes. Si hay algo de polémico en tu libro, que
lo hay, y mucho, esto de «la unión del hombre con la máquina, la mezcla
de la carne y el plástico” es como haber convertido la ficción de la ciencia en realidad inmediata.
"El ciclo de confianza en el ser humano que abrió la Ilustración ha acabado"
—Yo creo que esa idea ya no es tan polémica, cada vez estamos más
abiertos a ella. Es un hecho que los implantes, los órganos fabricados
en impresoras 3D y los auxilios corporales tecnológicos están a la
vuelta de la esquina y sólo tienen ventajas. Cuando a un tetrapléjico le
implantan un dispositivo que le permite volver a caminar, o a un ciego
otro que le reaviva la vista, no hay ni siquiera dudas morales. Quien
las tenga estará a la altura de los Testigos de Jehová que no permiten
transfusiones de sangre porque contaminan el cuerpo de Dios, y eso,
afortunadamente, es una especie en extinción, y desde luego
intelectualmente desdeñable. Habrá, sí, quien vea demoniaco que la
tecnología se use para mejorar características no vitales. Volver a
caminar es un acto necesario, pero correr más rápido no. Pero ¿y qué?
¿Por qué no puedo yo querer ser más veloz? Toda esta transformación
traerá sin duda dilemas éticos importantes. Ya se ha fantaseado mucho
sobre algunos: ¿es ético que un hombre manipule su propia memoria e
inserte en ella recuerdos falsos o elimine otros dolorosos? ¿Será la
longevidad o incluso el fin de la muerte algo provechoso? Yo no veo por
qué no. Cada vez soy más incapaz de entender las razones metafísicas de
los objetores. Somos lo suficientemente insignificantes como para que
todo eso sea menos que una partícula de arena en un desierto. La
tecnología sólo puede mejorarnos. Estamos tan abajo que no hay riesgo.
— Eso me recuerda a Desafío total, el filme basado en la novela de Philip K. Dick interpretado por Arnold Schwarzenegger. La acción transcurre en el año 2084; el protagonista vive atormentado por una pesadilla recurrente que le transporta a Marte y decide acudir al laboratorio Rekall (Recordar), una empresa de vacaciones virtuales para materializar su sueño gracias a un potente alucinógeno… De momento yo me conformaría con poder celebrar un día la aprobación de una ley que regule el derecho a la eutanasia.
—Claro, es que cuando hablamos de política real, de derechos
individuales, estas cosas de la imaginación del futuro nos quedan
lejanísimas. Yo soy bastante partidario de la inmortalidad (y no
entiendo cómo hay tanta gente a la que le da pereza la idea), pero
mientras llega soy un irritado defensor de la muerte digna, de la
posibilidad de que cada cual elija cuándo morir y a qué llama vida. A
veces me parece terrible andar hablando de futuros prodigiosos o de
dilemas morales cuando todavía quedan por el mundo (y cada vez más
cerca) personas que defienden la ley divina, que, por supuesto, coincide
con su propia ley.
—Desde que hemos empezado a conversar han pasado muchas cosas. Por de pronto el tiempo, pero en este tiempo tú has viajado a Dubai, se ha celebrado el macroconcierto Ánimo, animal, en honor a Luis Eduardo Aute, que me has recordado cuando dices «hablando de futuros prodigiosos”, la canción La belleza: “Y me hablaron de futuros fraternales, solidarios…”. ¿Vuelven a estar vigentes estas letras, como la de Rosas en el mar?, ¿este presente político nos está acercando a gran velocidad a un futuro en el que la palabra, y lo que encierra el término de cultura, de verdad… dejará de tener valor? ¿Es El mundo feliz una manera de exponer la perplejidad que sientes ante el mundo real?
"Ser uno mismo es una ilusión, un engaño"
—Aute dice en esa canción: «Reivindico el espejismo / de intentar ser
uno mismo», versos que podrían perfectamente haber estado en el
encabezamiento de El mundo feliz. Ser uno mismo es una ilusión,
un engaño, pero sólo en ese engaño podemos encontrar algún chispazo de
paz. El presente político es desolador, no cabe duda. Produce vergüenza,
pero también impotencia, ver que estamos repitiendo errores históricos
recientísimos y que la humanidad, como especie, no ha aprendido nada. Yo
empecé a concebir y a escribir este ensayo antes de Trump y de
Bolsonaro y de Salvini y de Vox, pero todo lo que ha pasado luego no
hace sino reforzar esa idea de que no tenemos ningún arreglo, de que el
ciclo de confianza en el ser humano que abrió la Ilustración ha acabado,
y que la única posibilidad de arreglo no es ya la educación, sino la
ciborgización. Dejemos de decir que somos grandes, porque somos una
verdadera porquería. Pongámonos cuanto antes implantes cerebrales e
inventemos medicamentos que, al mismo tiempo que mantienen el espejismo
de que somos nosotros mismos, bloqueen nuestros instintos más humanos.
Como dice Escohotado, las máquinas sólo pueden mejorarnos.
—Cioran pensó algo parecido, pero con mucho menos interés a la hora de imaginarnos en un futuro manipulado: “La condición humana es una estafa, burlémosla haciéndonos vegetales”. ¿Tú crees que es concebible un pensamiento que se ve a sí mismo como una empresa ridícula?
—Qué gran frase. Qué sentido del humor corrosivo y destructivo tenía
Cioran. Su grandeza es su capacidad para socavarlo todo, para descubrir
las trampas que hay detrás de cualquier justificación humana. Sí, yo
creo, como él, que la condición humana es una estafa. Y que ya que es
una estafa debemos intentar hacer algo que al menos ponga bajo control
sus efectos más dañinos, como el dolor. A la condición humana hay que
aplicarle los mismos remedios que a la cirugía: anestesia siempre que se
pueda. Podría parecer paradójico hablar de un pensamiento que se cree a
sí mismo ridículo, porque en esa ridiculez estaría su misma
desacreditación, pero yo creo que es el único camino de la filosofía
moderna. No nos va quedando mucho espacio, con los descubrimientos de la
ciencia, para seguir siendo campanudos y solemnes.
—Dices en tu libro: “Un reloj de pulsera de mil dólares se exhibe en la calle con fanfarronería; uno de cincuenta mil se esconde discretamente”, y yo te añado: salvo que seas Cristiano Ronaldo, que exhibe en su muñeca con delectación uno de dos millones de euros…
"No creo que la igualdad sea la base de la felicidad"
—Yo te lo discutiría: lo exhibe en la televisión, entre
guardaespaldas, pero no en la calle. Es más, Cristiano Ronaldo ya no
sabe lo que es la calle. Al ser un personaje de fama global, ni siquiera
puede irse a los confines de Asia y de Oceanía para perderse en el
anonimato. En el caso de Cristiano ya no es sólo el dinero, sino la
propia identidad la que se ha vuelto asustadiza, paranoide y anormal. Me
resultan fascinantes los contratos de confidencialidad que hace firmar a
todos sus colaboradores para que no cuenten lo que ven dentro de casa
en su intimidad. Algún día le veremos derrumbarse justamente por ese
exceso de gloria y de dinero improductivos emocionalmente. Cristiano
Ronaldo (justamente él) compensa con relojes de dos millones y con
exhibiciones de soberbia la peor de las carencias: la del amor
transparente.
—Dices que las grandes obras transformadoras de la humanidad
no han cambiado tu vida en lo sustancial, que sólo han servido “para
alumbrar caminos que a la hora de la verdad no conducen a ninguna
parte”. Yo suelo tener un resorte que me avisa en forma de poema, y esta
frase que subrayo me ha recordado estos versos de Ángel González,
cuando, habiendo hecho el poeta un repaso de su vida
desde orígenes remotos dice que él es sólo “lo que
queda, podrido, entre los restos; / esto que veis aquí, / tan sólo esto:
/ un escombro tenaz, que se resiste / a su ruina, que lucha contra el
viento, / que avanza por caminos que no llevan / a ningún sitio. El
éxito / de todos los fracasos. La enloquecida / fuerza del desaliento…”.
¿La poesía puede ser también un recurso cálido —o un nuevo engaño— para abrigarse de las desavenencias de la vida?
—La poesía está en el centro mismo de la experiencia mística y
mitológica de la condición humana. Y ese canto tan conmovedor al
fracaso, a los despojos en que nos vamos convirtiendo, es justamente
eso. El arte se parece bastante a la autocompasión. Hay una frase de
Nietzsche que no cito en El mundo feliz pero que debería haber
citado: «Tenemos arte para no morir por la verdad». El arte nos
consuela, nos adormece, nos permite creer que algo incomprensible nos
aparta de la paz. Pero no hay nada. Ni incomprensible ni comprensible.
Dicho todo esto, a mí el arte me sigue consolando, aunque sepa que me
hipnotiza. Y Ángel González es uno de los grandes hipnotizadores.
—Llegados a este punto de la Historia, con falta de liderazgo
y aumento de ideas ultraconservadoras en el mundo, más 200 países que
se tapan la nariz para firmar algo decente que acabe
con el desaguisado medioambiental, te dejo esta frase demoledora para preguntarte qué hacer,
no a la manera de Lenin, sino a la de Luisgé: «Si la libertad total se
traduce en desigualdad y la igualdad dogmática conduce a la pérdida de
la libertad nunca será posible alcanzar la igualdad”.
"La igualdad nunca me ha parecido un valor supremo"
—La igualdad nunca me ha parecido un valor supremo. No creo que la igualdad sea la base de la felicidad. En El mundo feliz explico
que a mi juicio lo importante es erradicar la pobreza, conseguir que
todo el mundo tenga vivienda, energía, educación y comida suficiente. Yo
he vivido en entornos humildes, y mi propia familia ha sido humilde, y
no encuentro que esas limitaciones menguaran mi felicidad o aumentaran
mi infelicidad. Por otro lado, hay igualdades que están al alcance de lo
posible, y en las que sí que hay que insistir: la igualdad ante la ley,
por ejemplo. Incluso la meramente formal ya es un éxito, pero se puede
conseguir la real con un tratamiento eficaz de la justicia. Por último,
yo diría que la igualdad dogmática no sólo supone la pérdida de la
libertad (o de la ilusión de libertad, tanto da), sino que además no
consigue el fin de la igualdad. No ha habido en toda la historia de la
humanidad ninguna sociedad igualitaria que no haya sido fugaz.
Hay muchas más preguntas que suscita El mundo feliz de
Luisgé y, sobre todo habría muchas respuestas que nos hubiera dado el
autor con las que seguir reflexionando. La búsqueda de la felicidad es
una aspiración humana que se mantiene a lo largo de los siglos. Sin
embargo, como dijo Gracián, “todos los mortales andan en busca de la
felicidad, señal de que ninguno la tiene”, pero hay que seguir
intentándolo sin ser pacatos en el empeño. Bertrand Russell escribió que
la cautela en el amor es tal vez la más mortal de la verdadera
felicidad.
Lo dejo aquí haciendo constar mi temor al magma que se está gestando
en las cloacas del Estado, el olvido de la virtud, el ínfimo tono del
diálogo político, el creciente aumento de la mentira institucional y ese
tufo infame del sálvese quien pueda que hace que Europa pertenezca cada
día menos a los ciudadanos demócratas.
Cito para terminar dos inquietantes preguntas que plantea El mundo feliz:
¿Habría que corregir las estructuras sociales corruptas o corregir al ser humano?
¿Nos queda la libertad de soñar despiertos, con o sin la influencia de drogas?,.
TITULO:
No sé de qué me habla - Loteria - El Rasca de la Galleta de la Fortuna
- Jacinto Antón - Movilizaciones de encargo,.
No
sé de qué me habla - Loteria - El Rasca de la Galleta de la Fortuna - Jacinto Antón - Movilizaciones de encargo ,
fotos,.
Jacinto Antón - Movilizaciones de encargo,.
El periodista Jacinto Antón repasa en esta extensa entrevista su
trayectoria vital y profesional. En esta primera entrega narra la
formación de su imaginario.
Antes de internet y las redes sociales, la lectura de los diarios era
casi una herencia familiar, una especie de genética cultural que pasaba
de padres a hijos. Uno leía el periódico que encontraba en casa,
atraído, al principio, por el titular, la exclusiva, el escándalo que
había oído comentar durante la comida. Un tiempo después, cuando su
consulta formaba ya parte de los hábitos comunes, se reparaba en que
detrás de cada artículo, titular o reportaje había un nombre y, de esta
manera, se dejaba de seguir una cabecera o línea editorial para buscar a
ese pelotón de cronistas que escribían sobre los temas que te
interesaban.
Jacinto Antón fue de los primeros periodistas que
uno aprendió a reconocer en medio de esa pleamar de iniciales y
apellidos. Él nutría la imaginación universitaria que aún se tenía por
entonces con toda esa pléyade de exploradores, viajeros y
descubrimientos arqueológicos de los que daba noticias y por los que
uno, que ha estudiado en la facultad de Historia, se sentía tan atraído,
y que, él, con el tiempo, ha ido consignando en libros como Héroes, aventureros y cobardes o Pilotos, caimanes y otras aventuras.
Después, quizá porque el destino discurre por senderos secretos, casi
indescifrables, se ha acabado compartiendo con Jacinto Antón este oficio
que es la prensa escrita y, de paso, también, algún viaje, pudiendo uno
conocer muchos más relatos, aunque en esas ocasiones de viva voz, como
sucedió en Siria o, como en el caso de este encuentro, en Egipto, a la
sombra de las pirámides.
—Su abuelo fue piloto de aviones. ¿Le influyó mucho?
"Tener
un abuelo que fue aviador y que tuvo una muerte trágica, porque lo
mataron de un tiro cuando mi padre era muy pequeño, creó una figura
legendaria"
—Sí. Desde pequeño oía en casa historias épicas sobre él y la familia
de mi padre, que habían sido militares de carrera. En mi familia hubo
almirantes. Uno mandaba la flota de Filipinas durante la época de la
pérdida de esta colonia. Mi abuelo era oficial de la armada y piloto
naval, lo que serían los Top Gun ahora. En ese momento la aviación
embarcada funcionaba con unos portaviones antiguos que eran una especie
de barcos reconvertidos con una cubierta. Eran hidroaviones que
aterrizaban en el agua, los recogían con una grúa y los montaban en la
cubierta. Se llamaban “portahidros”. Él había llegado a ser comandante
del primer Dédalo en los años 30. Era aviador naval. Participó en el
desembarco de Alhucemas y las campañas contra las cabilas en Marruecos.
Estas historias que oí, en las que había aviones y sables, me dejaron un
poso. El interés por la aventura crees que se ha generado solo, pero
seguramente estaba inspirado por estas historias que escuché por primera
vez en casa. Tener un abuelo que fue aviador y que tuvo una muerte
trágica, porque lo mataron de un tiro cuando mi padre era muy pequeño,
creó una figura legendaria.
—Y está su familia materna.
—Por ese lado hay diplomáticos. Mi madre desde pequeña viajó mucho,
porque todos acompañaban a mi abuelo, que fue embajador en Dinamarca,
París, Nueva York… Esto me dejó la herencia por viajar. En mi casa había
un viejo baúl de mi abuelo con cartas consulares y diplomáticas.
Recuerdo haber leído, cuando era niño, el protocolo de la corte danesa,
de los años en que estuvieron destacados en Copenhague. Estos dos mundos
se combinan. Mi madre era venezolana, y de esa clase política que había
en Latinoamérica, que ha desparecido completamente, y que era gente muy
cultivada. Mi abuelo materno, aparte de diplomático, también era
catedrático de griego y de latín, con lo cual todo el mundo de las
letras clásicas estaba presente en casa. Mis padres se conocieron porque
mi abuelo estuvo exiliado en Barcelona, con la dictadura de Marcos
Pérez Jiménez en Venezuela. Estuvieron unos años en España y después se
fueron, pero dejaron parte de la biblioteca itinerante a mi padre. Yo he
conservado parte de esos libros, y ahí hay ediciones antiguas de
Virgilio, Ovidio… He convivido con ellos toda mi vida.
—¿Esas son las primeras lecturas que le influyen?
"Mi
madre decía que no entendía por qué llamaban realismo mágico a las
novelas que escribía Gabriel García Márquez, porque era puro realismo"
—Tenía por un lado al abuelo militar y aviador; por otro lado, al
diplomático y viajero. Después esta parte exótica de Venezuela, que me
trajo los relatos, que eran cotidianos, de arañas, serpientes y
tiburones. Mi madre decía que no entendía por qué llamaban realismo
mágico a las novelas que escribía Gabriel García Márquez, porque era
puro realismo. La relación con la naturaleza, este aspecto espiritual
del ser humano, lo tenía presente. Si además añades a eso esta parte de
la historia de la literatura y libros de mi abuelo, pues de aquí sale
todo.
—Pero los clásicos, Heródoto, César, te van definiendo…
—El elemento fundamental que lo une todo son los libros. Todo lo he
buscado en los libros. En mi casa había una biblioteca enorme. En la
biblioteca de mi padre, que había heredado en parte de la de mi abuelo,
había sobre todo clásicos. Desde pequeño estaba familiarizado con la Iliada y la Odisea.
Ahora parece un poco pedante, porque en esta época parece que leer los
clásicos es elitista, pero para mí eran muy cercanos. Todo formaba parte
de un mundo mío. Mi madre también tenía una biblioteca de novela muy
buena. Tenía libros que entonces eran denostados, como considerados de
baja literatura, pero que luego se han convertido en alta literatura.
Ahí estaban todas las biografías de Stefan Zweig, Sinuhé el egipcio,
de Mika Waltari, que era una lectura habitual en la burguesía, o Frank
Slaughter. No eran clásicos, pero también te daban una perspectiva de lo
apasionante que es la lectura.
—¿Dónde te encontraste con Conrad y Stevenson?
—Me hacían regalos de vez en cuando y, entre ellos, recibí los libros
de Karl May, Stevenson, Salgari… “Que el niño vaya leyendo novelas de
aventuras”. Lo más importante era la disponibilidad de libros. Cuando
era joven había solo un canal de televisión, el cine y los libros.
—¿Y Lord Jim? Por el que siente admiración.
"José María Pou me reconoció hace poco que creía que había leído Moby Dick, y lo que pasa es que lo había leído en una versión para jóvenes"
—Primero vi la película, cuando era bastante joven. Hubo muy buenas adaptaciones de novelas de aventuras, como La isla del tesoro.
Todos vimos las películas antes de leer el libro completo, y todos
hemos tenido acceso a los clásicos en versiones más cortas para jóvenes.
José María Pou me reconoció hace poco que creía que había leído Moby Dick, y lo que pasa es que lo había leído en una versión para jóvenes. Cuando lees entero Moby Dick es otra cosa. Cuando lees estas obras de verdad te das cuenta de la intensidad que tienen. Incluso Salgari.
—El cine, ¿como influyó?
—Es muy generacional. Era la vía de escape. En una época en que no se
viajaba, era la puerta de escape. Los libros te ponían en marcha la
imaginación, pero el cine te daba las imágenes para proyectar lo que
leías en los libros. Si leías libros sobre el oeste americano, como James Fenimore Cooper, tendías a revestirlos con las imágenes del western
y el cómic. El cómic juega un papel esencial en la formación del
imaginario de mi generación. Pero películas veíamos muchas. Cada fin de
semana, sábado y domingo, ibas al cine, y como eran sesiones continuas,
podías ver la película otra vez, un fenómeno que la gente ya no
recuerda: disfrutar viendo una película varias veces seguidas. Murieron con las botas puestas la vi tres veces la misma tarde.
—¿Cuál fue su primer viaje?
"Mi viaje iniciático fue a Polonia. Era como ir a la luna. Era el telón de acero, la Polonia comunista"
—Empecé a viajar tarde, porque en mi generación no era habitual. Pero
mi viaje iniciático fue a Polonia. Debía tener alrededor de 18 años.
Había estado antes en Italia y Francia. Pero Polonia era como ir a la
luna. Era el telón de acero, la Polonia comunista. Había que atravesar
Alemania del Este. Fui en tren. Acudí allí, porque estudié teatro en el
instituto del teatro de Barcelona, una escuela oficial, donde aterricé
en un momento muy bueno, porque coincidí con algunas de las grandes
personalidades del teatro. Estaban Lluís Pasqual, Albert Boadella,
Albert Vidal, Iago Pericot… los profesores eran los profesionales del
teatro más renovadores que había en Cataluña y en el resto de España.
Muchos de los compañeros de clase se han convertido en actores
conocidos, como Andreu Benito o Lluís Homar. Me fui a Polonia para ver
el teatro polaco, que estaba de moda y tenía mucha influencia en la
expresión corporal y la pantomima. Vi obras de Jerzy Grotowski, que era
un mito, la parte más legendaria del teatro europeo. Durante ese viaje
visité Cracovia, Varsovia y conocí el gran castillo de los caballeros
teutónicos, Malbork. Todo lo hice en tren. Son cosas que cuando vienes
de la Barcelona de los años 70, con el franquismo todavía, suponen un
descubrimiento. Entonces la gente no viajaba. Ir a Londres era el
equivalente a ir hoy a Estados Unidos o Australia.
—Allí se encontró con la Segunda Guerra Mundial.
—Ya entonces me interesaba mucho, porque era otro de los pilares de
mis intereses. La influencia me viene por cuestiones personales. Mi
padre conoció a Otto Skorzeny, el jefe de los comandos de Hitler, por
casualidades familiares, porque mi tío abuelo había sido oficial en la
División Azul y había luchado en Rusia. Él contaba historias impactantes
sobre la Segunda Guerra Mundial. Desde que era un niño viví toda la
historia de la División Azul y la guerra en Rusia en primera persona a
través de sus relatos. A él le hirieron en el frente, donde participó en
operaciones bastantes cruentas. Nos explicaba que había estado en
posiciones intermedias durante los ataques rusos y que participó en
golpes de mano contra ellos cuerpo a cuerpo, con cuchillo y pala. ¡Esto
configura un imaginario! Todas las Navidades venía a casa, y mientras
trinchaba el pavo, a mi hermano y a mí, que estábamos deseosos de
conocer historias, pues nos contaba las suyas en el frente ruso. Desde
los 7 u 8 años escuchaba esos relatos de los tanques T-34 chafando a la
gente. Esto te lleva a interesarte por la guerra. Me hablaban de Otto
Skorzeny, y de cómo les explicó en primera persona el rescate de
Mussolini del Gran Sasso. Claro, oías estos relatos casi como si fueran
cuentos infantiles. Luego empecé a leer cosas desde muy temprano sobre
la Segunda Guerra Mundial, gracias a una amiga de mi madre que era
alemana y que, más adelante, me enteré de que había estado relacionada
con la red de Odessa, a través de la cual los nazis pasaban a América
del Sur. Estaba vinculada con una empresa de transporte que había en
España y trabajaba para ellos. Ella me regalaba libros, por ejemplo, el
primer libro que yo leí de Cornelius Ryan, que iba sobre la caída de
Berlín y en el cual ya explicaba el tema de las violaciones de las
mujeres alemanas por parte de las tropas rusas y todas las locuras de
Hitler en el último momento. Era una especie de “pre-Antony Beevor” y
que yo ya leía por esos años.
—¿Y la Guerra Civil española?
"Mi
tío abuelo era una especie de “pre-Falcó”, porque, además, él era muy
cínico, como el personaje de Pérez-Reverte. Acabó arruinando a la
familia y trabajando en un serpentario en Brasil"
—Mi tío abuelo había estado en ella como espía infiltrado en Cataluña
por parte de la inteligencia franquista. Había estado en el servicio de
inteligencia republicano, pero como agente de los otros. Era una
especie de “pre-Falcó”, porque, además, él era muy cínico, como el personaje de Pérez-Reverte.
Acabó arruinando a la familia y trabajando en un serpentario en Brasil,
con lo que me conecta con las serpientes. Y es justo a este tío abuelo,
que estuvo en la División Azul, a quien le gustaba mucho el Egipto
antiguo. De hecho, conectó con algunos de los grandes especialistas que
había en esos momentos. Yo conservo libros firmados y dedicados a él por
estos estudiosos que hoy son figuras importantes. En el fondo tu
cultura proviene de la casualidad, es el aluvión de influencias que has
tenido en tu vida.
—También pasó por la veleidad de ser misionero.
—(risas) Es cierto. Estuve en un colegio de curas, como casi todos
por entonces, excepto aquellos que tenían la suerte de que sus padres
fueran unas personas más laicas. Yo crecí en un ambiente muy católico.
El de esos años. De niño, confundía la vocación religiosa con las ganas
de viajar, porque ahí te explicaban el Domund, las misiones… Para mí las
misiones era una vocación antropológica más que religiosa. Este
sentimiento religioso que podía tener es lo que después me acercó a la
poesía, porque en el momento en que te despojas de la religión es muy
fácil que ese lugar sea ocupado por la lírica, con la poesía, que me
gusta mucho. Mi padre era un gran amante de la poesía clásica. Incluso
escribió algún libro sobre crítica literaria y recitaba todo el día. De
las familias heredas las locuras y algunos de los tesoros culturales que
más te marcan. Aunque a veces es difícil saber qué parte es locura y
cuál una herencia aprovechable.
—¿Qué aprendió de estas vivencias?
"Lo que me fascina del nazismo es cómo la gente puede dejarse arrastrar hasta esos límites de maldad"
—La muerte de mi abuelo fue un gran misterio. Se presentaba como una
muerte heroica y no lo fue. Este claroscuro lo sueles proyectar en tu
personalidad. Al igual que, en realidad, mi tío abuelo luchara con los
malos. Me di cuenta entonces de lo que había en muchas de las lecturas
que había hecho de joven. Pienso en Hans-Ulrich Rudel, un piloto de
Stukas, que después estuvo montando la aviación de Perón, refugiando
alemanes allí y que era un verdadero nazi. Leías de pequeño sus libros y
te identificabas con él, pero cuando creces depuras todo eso. Yo tuve
la suerte de leer muy pronto a Leon Uris, un clásico de la novela
popular, que era judío y te presentaba una versión diferente de la
Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Enseguida entendí quiénes eran
los buenos y los malos. Nunca tuve ninguna duda a este respecto. Pero
eso no quiere decir que no sientas una fascinación, y esa fascinación
tiene que ver con el mal. Lo que me fascina del nazismo es cómo la gente
puede dejarse arrastrar hasta esos límites de maldad. Este es mi
interés. En ocasiones la gente me pregunta: “¿Pero por qué te interesan
tanto los nazis, Hitler y la historia del nazismo?”. Bueno, pues no es
más que la fascinación por la maldad.
—El 23-F le tocó haciendo la mili y le enviaron al Congreso.
—(risas) Si eso no es estar en el lugar inapropiado en el momento más
inadecuado… Cuando sucede eso, vives experiencias fuertes. Fue una
verdadera casualidad estar destinado en El Pardo y justo en ese preciso
año. Como tuve una fascinación por lo militar, que proviene por mi
interés para comprender el fenómeno de la guerra, en la cual figuraron
algunos antepasados míos, pues lo viví de una manera especial. Cuando
haces el servicio militar te das cuenta de que todos tus sueños bélicos o
heroicos no se corresponden con la realidad, que lo que tienes es un
romanticismo que no tiene que ver con el servicio militar. Pero ni aquí
ni en Gran Bretaña. He amado siempre los clásicos de la aventura en las
que figura con asiduidad el ejército británico, como Tres lanceros bengalíes,
y todo eso está bien leerlo, pero sabiendo también cuál es la realidad
del ejército. Pero la atracción por la aventura continúa estando ahí,
porque el tema de la cobardía y el valor están muy presentes. Ha estado
mucho en la tradición británica. Admiro a la gente que no tiene miedo,
pero creo que, en el fondo, no tener miedo es un vacío. Porque es una
experiencia primordial. El problema básico es la escala del miedo: el
paralizante, o aquel que te sirve para entender las cosas y para huir de
las cosas que no puedes resolver. La dicotomía valor/cobardía es
fundamental, no solo en la literatura o la historia, sino en la vida de
cada uno de nosotros.
TITULO: LOS TOROS LA SER - Morante corta la temporada de manera temporal por causa mayor ,.
LOS TOROS LA SER,.
Los toros es un programa radiofónico que dirige el periodista especializado Manuel Molés en la Cadena SER.
Desde abril de 2015 se emite los lunes de madrugada tras ser sustituido
de su horario habitual de emisión de los domingos por el programa Contigo dentro. Contó con la colaboración de Antonio Chenel Antoñete, fallecido en Madrid el 22 de octubre de 2011,
siendo uno de los espacios más antiguos del panorama radiofónico
nacional ya que continúa emitiéndose de manera ininterrumpida desde 1982.
Es un espacio taurino
a modo de repaso informativo semanal. Consta de tertulias, entrevistas
con los personajes de actualidad y crónicas de los eventos taurinos más
destacados de la jornada., etc.
Morante corta la temporada de manera temporal por causa mayor,.
Así se ha hecho saber a sólo dos días de anunciarse en Madrid por Beneficencia, este domingo 9 de junio,.
La noticia es un jarro de agua fría. Morante de la Puebla,
el torero sevillano, corta la temporada. Así lo ha hecho saber su
apoderado Pedro J. Marques a El Mundo. Se ha confirmado el secreto a
voces que venía rondando desde hace meses, tanto como que su presencia ya estuvo comprometida en Sevilla, el Domingo de Resurrección.
Pero el torero de La Puebla tiró y tiró de Resurrección pasando por la
Feria de Abril y hasta llegar a la mismísima Feria de San Isidro o la
vuelta de los toros a Cáceres. Haciendo un profundo e íntimo esfuerzo.
Las cosas no están bien.
Fue en el mes de marzo cuando comenzaron los partes médicos de baja. Primero en Navalmoral habiendo toreado en Arnedo en malas condiciones anímicas apenas un día antes.
Brillante fue su paso por la Feria de Fallas donde hizo una faena preciosa y a hombros salió este fin de semana de Cáceres. Entre tanto una lucha titánica consigo mismo. La más dura.
Pero el diestro de La Puebla, de un tremendo calado artístico, ya tuvo la temporada de 2023 un año de muchas idas y venidas, y de una lucha interna que lleva desde hace años.
Morante,
que es un torero de época, que ha logrado lo que nadie: depurar su
toreo y consolidar su estatus de figura con el tiempo, lejos de perder
el interés lo sigue levantando cada vez más. Prueba de ello son esas dos orejas y rabo históricas que sumó el año pasado en plena Feria de Abril de Sevilla. Día
en el que cortó las calles de Sevilla para llevarlo a hombros hasta el
hotel en pleno siglo XXI. Fue un hito que hacía nada menos que 52 años
que no ocurría. El último en lograr la hazaña fue Ruiz Miguel y a un
toro de Miura. De ahí, que la pasión se desatara, también en estos
tiempos.
Con su retirada, esperamos que provisional, se deja huérfano el toreo. Y
los carteles descompuestos. Sin ir más lejos el regreso de los toros a
Marbella y la emblemática fecha de la Corrida de Beneficencia de Madrid
cuando se anuncia con Castella y Fernando Adrián, este domingo 9 de
junio.
No es torero de fácil sustitución. Bien los saben los empresarios, que ya el año pasado sufrieron las idas y venidas del diestro de La Puebla.
Pero en la vida, antes que el torero está el hombre. Y a Morante se le espera. Siempre.
Toda la fuerza del mundo para un torero de época, necesario, y que deja un hueco irreparable en el corazón del aficionado. Que la vuelta sea pronta.
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