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- El desplome de Wiggins, drogas, divorcio y ruina: «Fui adicto a la cocaína» ,.
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LA NOCHE ABIERTA ,.
Progroma presentado por Pedro Ruiz, entrevistas por La 2 los martes a las 22:30, un gran espacio de música, foto etc.
El desplome de Wiggins, drogas, divorcio y ruina: «Fui adicto a la cocaína»,.
El ganador del Tour 2012 confiesa su derrumbe personal después de retirarse del ciclismo,.
Bradley Wiggins, vencedor del Tour 2012,.
Desde Inglaterra llega el penúltimo eco de un juguete roto en el ciclismo. Como Pantani, Ullrich o Chava Jiménez, el ganador del Tour 2012 confiesa su derrumbe personal, su caída en el oscuro pozo de las drogas. La declaración de Bradley Wiggins estremece,.
Sir Bradley Wiggins, el ciclista británico que una vez estuvo en la cima del mundo deportivo tras ganar el Tour de Francia en 2012 y sumar ocho medallas olímpicas a lo largo de su carrera, enfrenta hoy una realidad diametralmente opuesta a sus años de gloria. El exciclista, ahora de 45 años, ha revelado detalles oscuros de su vida después de retirarse en 2016, marcado por una adicción a la cocaína que casi lo lleva a la muerte y por la pérdida total de una fortuna que ascendía a más de 15 millones de euros.
En una entrevista concedida a The Observer, Wiggins reveló hasta qué punto su vida quedó sumida en el caos tras retirarse del ciclismo. “Era un adicto funcional a la cocaína. La gente no se daba cuenta, pero estaba colocado la mayor parte del tiempo durante años”, confesó. Según narró, llegó a consumir grandes cantidades de la droga diariamente, lo que lo puso al borde del colapso físico y emocional. Sus problemas afectaron incluso a su entorno familiar. “Mi hijo pensaba que un día me encontraría muerto en la cama. Era insoportable lo que estaba haciendo conmigo mismo y con quienes me rodeaban”, relató.
La caída de Wiggins comenzó a hacerse visible tras su divorcio en 2020, que puso fin a 16 años de matrimonio. En ese mismo periodo, el exciclista inició una relación con Laura Hartshorne, mientras intentaba encontrar un propósito fuera del ciclismo profesional. Incursionó como analista televisivo, boxeador, trabajador social, concursante de programas de entretenimiento e incluso remero. Sin embargo, ninguna de estas actividades logró brindarle la estabilidad emocional que necesitaba. A medida que su carrera profesional y su vida personal se desmoronaban, también lo hacía su situación financiera, hasta el punto de quedarse sin ahorros ni un lugar donde vivir.
TITULO: Hora Punta, el programa de TVE de Javier Cárdenas - La fuerza del comercio internacional ,.
La fuerza del comercio internacional ,.
foto / La política comercial del presidente Donald Trump y su Administración persigue una alteración radical del orden comercial trabajosamente construido desde la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de otras iniciativas proteccionistas adoptadas en el pasado reciente por la propia Administración estadounidense y por otros países, se trata ahora de imponer una brutal subida arancelaria a casi todos los países y a casi todos los productos importados. Nunca antes en la historia se había anunciado una subida arancelaria tan intensa a una proporción tan elevada de los productos e 'inputs' intermedios consumidos por los individuos y empresas de un país.
Es una política tan evidentemente insensata y especialmente perjudicial para los intereses de Estados Unidos que ha sido corregida, siquiera parcialmente, poco después de haber sido anunciada. Es siempre difícil prever la evolución de los acontecimientos en el futuro inmediato, y aún más cuando Trump anda por medio, pero contemplando un horizonte temporal más dilatado se puede vaticinar que los aranceles y demás barreras al comercio internacional de Estados Unidos y los demás países terminarán volviendo a los niveles previos al día de la liberación. Niveles, por otra parte, que distaban de lo que preconiza el ideal librecambista. Para justificar esta previsión es menester entender los fundamentos y la fuerza del comercio internacional.
El primer entramado de ideas favorables al comercio internacional, la denominada doctrina de la economía universal, viene de muy atrás en el tiempo pues se fraguó por pensadores paganos y cristianos en las primeras tres o cuatro centurias de nuestra era. Según el gran economista e historiador intelectual, Jacob Viner, esta doctrina tenía cuatro elementos constitutivos. Primero, una equitativa preocupación por el bienestar de todos los pueblos humanos. Segundo, la constatación de que los recursos productivos están distribuidos desigualmente sobre la faz de la tierra. Tercero, que el comercio permitía a todos los seres humanos beneficiarse mutuamente del mismo aumentando los frutos de su trabajo. Cuarto, que todo esto obedecía al diseño de la divina providencia encaminado a promover el comercio, el contacto y la cooperación entre los pueblos separados entre sí por la distancia o por las fronteras.
Esta doctrina fue arrinconada durante más de mil años por la eclosión de naciones y fronteras provocada por la disolución del imperio romano de occidente, así como por la pesada carga de Aristóteles y su hostilidad al comercio sobre el pensamiento de la Iglesia cristiana hasta el fin de la Edad Media. Reapareció con la Ilustración y fortalecida con los avances analíticos de Adam Smith, David Ricardo y la escuela clásica de economía (y dejando a un lado el cuarto elemento) se convirtió en el pensamiento económico sobre el comercio internacional dominante hasta nuestros días. Con todo y a pesar de las restricciones ideológicas de uno u otro tipo, las transacciones internacionales se han venido intensificando desde la Baja Edad Media, primero por las conexiones con el Oriente provocadas por las cruzadas y posteriormente con el comercio transatlántico acarreado por el descubrimiento europeo de América. Todas estas interrelaciones, además, han sido espoleadas a lo largo del tiempo por la reducción de los costes de las transacciones internacionales auspiciada por las mejoras de la seguridad y los avances tecnológicos en el ámbito de los medios de transporte marítimos y terrestres, así como en las finanzas y las tecnologías de la información.
En efecto, al menos desde el Renacimiento e indudablemente con vaivenes, el comercio internacional ha crecido y ha hecho crecer proporcionalmente el nivel de vida de los países involucrados en el mismo. En los dos últimos siglos y en lo que llevamos del actual, los avances en la liberalización del comercio internacional, tanto por parte de los países más como de los menos desarrollados, han coincidido con etapas de aceleración del crecimiento económico de los unos y los otros. La renta per cápita de cualquier país, ya sea más o menos desarrollado, sería hoy muy inferior a la que es si no se hubieran adoptado las políticas de liberalización comercial seguidas desde la Segunda Guerra Mundial. Por lo mismo, dicha renta per cápita sería aún superior si la liberalización hubiera sido mayor.
La mecánica mediante la cual el comercio internacional fomenta la prosperidad de un país se asemeja a la del comercio interregional dentro de un país o a la de la tecnología. Una mecánica que lleva a producir más y a menor coste, así como a consumir más y mejores cosas por unidad de esfuerzo productivo. Es innegable que la intensificación del comercio internacional, aún siendo muy beneficiosa para la sociedad en su conjunto, puede ocasionar durante algún tiempo situaciones adversas en algunos segmentos de la población del país. Lo mismo ocurre con la intensificación del comercio interregional dentro de un país o con los avances tecnológicos. Estos problemas son inherentes al progreso económico y son habitualmente resueltos por la propia dinámica del progreso o en todo caso son tratables por las compensaciones que hace posible el fruto de dicho proceso. Si las sociedades humanas hubieran renunciado sistemáticamente a las iniciativas que mejoran el bienestar general para evitar los costes de ajuste que dichas iniciativas ocasionan a unos pocos, el nivel de vida sería hoy día paupérrimo.
La fuerza motriz del comercio internacional es la incesante búsqueda por parte de los consumidores de los mejores precios y calidades que puedan obtener a cambio de su dinero y la competencia entre las empresas del mundo para satisfacer esos deseos en la mayor medida y al menor coste posible. Esta fuerza ha elevado considerablemente el peso de los productos importados en el consumo nacional y ha llevado a la globalización de las cadenas de producción, de forma que la producción nacional de muchos bienes es meramente un ensamblaje final, una línea de producción adicional, de multitud de 'inputs' intermedios importados de varios países. En estas circunstancias, las intensas subidas arancelarias a casi todas las importaciones son enormemente dañinas y además contraproducentes con lo que pretenden conseguir, a no ser que se introduzcan tantas salvedades que terminen dejando las cosas como estaban al principio. En suma, quienes intentan desmontar el semiliberal orden comercial que tenemos no saben lo que hacen porque no saben lo que deshacen.
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