- fotos--Clara Lago y Dani Rovira: "Por amor hacemos lo que sea"
La pareja más taquillera del cine
español y la más perseguida por los paparazis posa en primicia para
'XLSemanal'. Con ellos hablamos sobre su relación dentro y fuera de la
pantalla cuando está a punto de estrenarse la película más esperada del
año: 'Ocho apellidos catalanes'.
Fueron la pareja del año en la ficción y en la vida real
después de protagonizar 'Ocho apellidos vascos', la película más
taquillera del cine español, en cuyo rodaje se conocieron.
Para Clara Lago (Torrelodones, 1990) era su película decimosexta; para Dani Rovira (Madrid, 1980), la primera y la que lo llevó a conseguir el premio Goya como actor revelación, después de trabajar 15 años como quiropráctico, cuentacuentos y monologuista. El próximo 20 de noviembre vuelven a la carga con el estreno de la segunda parte: Ocho apellidos catalanes. La expectación está servida. XL. ¿Preparados para un segundo tsunami? Dani Rovira. Después de haber pasado la montaña rusa que fue la primera película, estamos más preparados para afrontar lo que pueda pasar con esta: para bien y para no tan bien. Clara Lago. Más éxito es imposible. Es difícil que ese fenómeno se pueda volver a producir. XL. Pero ganas por volver a ver pelearse a Amaia y a Rafa las hay...
C.L. Lo bueno es que la gente les ha cogido cariño a estos personajes y quiere seguir disfrutando de ellos, es lo mismo que te ocurre con una serie cuando te engancha. XL. ¿Vosotros les tenéis el mismo cariño o los personajes os han saturado ya un poco? D.R. Les hemos cogido muchísimo cariño, por supuesto; y no solo a los que nosotros representamos; también al resto. C.L. Yo le tengo mucho cariño a todo lo que se produce con esta película. Le he cogido cariño a Amaia, pero también al equipo. XL. La primera película se hizo con un presupuesto corto y sin porcentaje de taquilla. ¿Habéis mejorado las condiciones económicas por si se repite el éxito? C.L. ¡Eso no se dice! D.R. El éxito nos pilló desprevenidos a todos, y más a mí que era la primera película que rodaba en mi vida. Esta vez hemos mejorado un poco las condiciones, sí [se ríe]. Hemos firmado lo que creíamos que era justo y todo el mundo ha terminado contento: contratadores y contratados. XL. Os habéis quejado los dos del precio que la fama os ha hecho pagar, teniendo en cuenta, además, que ahora sois pareja. D.R. Hay días que te quieres tirar por una ventana. No puede ser que, porque estemos en el momento en el que estamos, no podamos tomarnos una cerveza tranquilos en ningún sitio. Pero, en el fondo, compensa porque la gente que se nos acerca es porque nos tiene cariño. Gracias a Dios no somos políticos o árbitros... A mí nunca me han dicho «hijoputa» por la calle, y esto ya es un punto a favor [se ríe]. C.L. Desde que empecé, con 10 años, a trabajar en Compañeros, conozco esa sensación de no tener anonimato. Lo que no me gusta es el típico que te viene a pedir una foto porque le suena tu cara y lo único que quiere es colgarla en Twitter para decir que te conoce y ya está, sin saber ni cómo eres ni cómo piensas... Me molesta la mala educación de quienes te interrumpen cuando estás en una conversación o comiendo con tu familia... Y si les dices, con respeto, que en ese momento no te vas a hacer la foto, te sueltan una bordería, se cabrean o te ponen mala cara. D.R. Es que el 90 por ciento de las veces, cuando te piden una foto, ni siquiera te saludan. Confieso que he negado muchas fotos, pero jamás una palabra, un saludo, la mano o incluso una conversación. Me he llegado a levantar de la mesa para darle dos besos a quien se me ha acercado y me ha ocurrido que, por negarle la foto, me ha quitado la cara. XL. ¿Es posible que sea mucho peor pasar inadvertido? C.L. Mi trabajo conlleva ser una persona pública y lo entiendo; pero eso no te convierte en un objeto público. D.R. Cada vez que te echan una foto, tu persona, tu imagen, tu cara, tus pelos, tu ropa, la persona con la que estás... se hacen públicos. Imagínate, si te echan 200 fotos al día, dónde queda tu intimidad. Pagamos un alto precio por la popularidad. C.L. Hemos llegado a decir que no nos hicieran fotos, pero que, si querían, se podían sentar un rato con nosotros... ¡Y no han aceptado nunca! Eso significa que les importa poco cómo seamos, que no hay una ilusión real por conocerte ni por compartir un momento: solo quieren llevarse el trofeo, la foto con el objeto para subirla a la Red. XL. Volvamos a la película. En estos momentos, hacer bromitas con los tópicos sobre catalanes ¿os ha obligado a hacer equilibrios en la cuerda floja? C.L. La película no pretende ser polémica; tiene un humor muy blanco que trata de no ofender a nadie, solo queremos que la gente se ría... ¡y punto! D.R. Que en el reparto estén Rosa María Sardá y Berto Romero da mucha tranquilidad, porque son los primeros que se ríen de sí mismos. Son catalanes que aman su tierra; pero, sobre todo, son muy universales. Además, en el guión no hay nada tan importante como para cogerse un rebote: es más una película romántica, una comedia de amor. XL. 'Ocho apellidos vascos' terminó muy bien: Amaia iba a buscar a Rafa a Sevilla y comieron perdices. Sin embargo, esta segunda parte empieza con la relación rota, ¿qué nos hemos perdido? D.R. ¡Son las cosas que pasan en las parejas! La naturaleza de Rafa es la de un metepatas que, a veces por cobardía o por miedo al compromiso, hace tambalear la historia. Pero tampoco vamos a desvelar mucho más. XL. Un poco más... sí: Amaia está en Cataluña, a punto de casarse con Pau (Berto Romero), un pintor hipster y pseudointelectual; y Rafa, claro, tratará de impedirlo. C.L. Después de la ruptura con Rafa, a algún lado se tendrá que ir Amaia a llorar sus penas, ¿no? D.R. Los compadres andaluces están alucinados porque no ven nada bueno para mí que no sea una sevillana de Triana. Ni soportaban a Amaia porque era vasca ni soportan ahora al hipster catalán. Ellos son la parte más loca de la película, los que sueltan los chistes más típicos, porque cumplen un tópico muy de los andaluces: que somos muy exagerados para todo y de todo hacemos un mundo. XL. Por cierto, por lo que veo, el flequillo de la película es falso. C.L. Totalmente: en la primera y en la segunda; aunque he llevado flequillo muchos años y me encantaba. A los 15, me lo cortaba yo misma con las tijeras de cortar las uñas, ¡no te digo más! [Ríe]. XL. Parece que, en esta ocasión, el pique está entre el orgullo de los vascos y el de los catalanes, porque los andaluces han asumido que juegan en otra división. D.R. Cada uno ha tenido una manera diferente de luchar por su independencia y puede ser que, ahora, los vascos tengan un poquito de gusa porque la independencia de Cataluña está más en boga que la suya. Es un tema muy delicado. Entre Koldo (Karra Elejalde) y Rosel (Rosa María Sardá, abuela de Pau) hay un poco de eso, pero en tono simpático: nadie se moja políticamente como ocurría en 'Ocho apellidos vascos'. C.L. Esto sale en la película, pero de una manera muy blanca, sin posicionamientos. XL. ¿Esta película unirá más que echará leña al fuego? D.R. Eso seguro. No es aleccionadora ni moralista, y yo creo que une más a la gente de lo que los políticos pueden conseguir en años. Es una película que le quita muchísimo hierro a un asunto que tiene mucho menos hierro del que nos hacen ver. XL. Una curiosidad: ¿dónde comisteis mejor, en el País Vasco o en Cataluña? Porque ese es otro de los temas clásicos de debate. C.L. Se come muy bien en toda España, pero comimos mejor en el rodaje de la primera, porque lo hacíamos de menú pero en restaurantes. En esta ocasión ha sido todo mucho más de catering. D.R. Ha sido por logística. Aunque es verdad que, en cuestión de cantidades, lo del País Vasco es espectacular: te puedes morir en un almuerzo. ¡Fue apoteósico! C.L. ¡No tienen mesura! [Sonríe]. XL. En esta trama hay una segunda historia de amor: la de Koldo y Merche (Carmen Machi). C.L. Cuando empieza la película, partimos de que ellos se han separado también porque Koldo ha desaparecido sin avisar y Merche está enfadada. Cuando se entera Koldo de que Amaia se va a casar, viajan a Cataluña para conocer al novio. D.R. Vuelven a ser las aventuras de los mismos cuatro personajes, pero esta vez en otra comunidad autónoma. Rafa va a buscar a Amaia, para reconquistarla, sin saber siquiera si le van a dejar salir de Cataluña [ríe]. Es una comedia que trata de decir que el amor lo puede todo, porque Rafa por amor hubiera ido a la Franja de Gaza si hubiera sido necesario. XL. ¿Dani Rovira también va donde haga falta por amor? En una ocasión, lo dejaste todo y te fuiste a Argentina detrás de una mujer. D.R. Yo por amor hago lo que sea necesario, pero he de reconocer que he tenido más éxito en las vueltas que en las fugas [se ríe]. C.L. Yo también hago lo que haga falta... Aunque dicen que la imagen que doy es de tía dura, no es así: yo soy una romántica. XL. ¡Y lanzada! Ya lo vimos en ese beso que le diste a Dani delante de las cámaras, casi a la altura del que Iker Casillas le dio a Sara Carbonero tras ganar la Eurocopa. ¿Te arrepentiste luego?
C.L. No; creo que no hay que arrepentirse de lo que sale del corazón de manera natural. Además, al día siguiente me fui a Estados Unidos y me perdí todo el bombo de después. D.R. Para mí fue una noche muy especial, muy bonita... de esas que no se repiten. Yo llevaba muy preparada la presentación de la gala, todo lo demás ni me lo había planteado: fue muy espontáneo, como habría actuado cualquier persona en nuestro lugar.
XL. Dani, Clara tiene diez años menos que tú. A esta edad, ¿es casi un 'infanticidio'? D.R. ¡No, hombre! Un 'infanticidio' hubiera sido en la época de 'El viaje de Carol'. Pero vamos a ver: ¿tú, al mirarnos, estás notando la diferencia de edad? Mi padre también le lleva diez años a mi madre. XL. ¡Vamos, que en su familia son unos listos! D.R. Bueno, a lo mejor la lista es la otra persona que ya te pilla débil y puede hacer contigo lo que quiera [risas]. C.L. A mí me ha pasado esto con todo, no solo a la hora de enamorarme. Desde pequeña, me flipaba el mundo de los adultos y siempre estaba con ellos. De hecho, una de mis mejores amigas, Ingrid Rubio, tiene 40 años. Al final, conectas con las personas al margen de su edad. XL. ¿Cómo consiguen evitar a los paparazis? D.R. ¡No se puede! Aunque ya no es como al principio, siempre queda el paparazi-residente que te ve y te pega la tralla de fotos cuando vas medio despistado por la calle. Para nosotros, hacer las cosas normales que hacen los demás entraña siempre una cierta estrategia. C.L. Al principio fue horrible, salíamos al portal y allí estaban esperándonos; pero ya se ha reducido bastante. La manera como entiendo que hay que llevarlo es siendo prudente y discreto, no contestando a nada, pero no dejando de vivir. Yo, obviamente, no les dirijo la palabra y ni los considero. D.R. Yo los trato como a Patrick Swayze en 'Ghost': intento no verlos, hacer como que no existen. Para mí son personas a las que, como no me merecen ningún tipo de atención ni de energía, ignoro. Si tienen que hacer su trabajo, que se pongan detrás de un seto y que procuren no dejarse ver. XL. ¿Qué tal anda Clara de sentido del humor y Dani, de genio? Parece que tienen los papeles muy repartidos, en la película y en la vida real. C.L. No, no; yo siempre he tenido bastante sentido del humor. A mí me ponen siempre de contrapunto de todos estos locos, pero luego no soy así. D.R. A lo mejor está feo que lo diga yo, pero soy un tío que tiene bastante buen carácter; me tienes que tocar mucho mucho los cojones para sacar el oso grizzly que llevo dentro. XL. Para terminar, ¿se habla de una tercera secuela de 'Ocho apellidos'...? C.L. Nunca se sabe, supongo que depende de cómo vaya esta. Pero solo haremos una tercera parte si hay otra historia buena que contar. Yo esto no lo concibo como la gallina de los huevos de oro. D.R. Cuando hicimos la primera, no estaba en la mente de nadie hacer la segunda y, ahora, tampoco lo está hacer la tercera. En este momento lo que toca es disfrutar: ya hemos disfrutado con el rodaje, ahora toca hacerlo con la promo y, cuando se estrene, ojalá disfrutemos del proceso de taquilla. XL. Por cierto, ¿os han ofrecido transmitir las doce campanadas en alguna televisión? D.R. ¡Noooo! ¡Virgen Santísima! C.L. ¡Ni hablar! Yo las uvas me las tomo en mi casa con mi gente. D.R. Bueno, pero a lo mejor si no son en directo... [Risas].
Para Clara Lago (Torrelodones, 1990) era su película decimosexta; para Dani Rovira (Madrid, 1980), la primera y la que lo llevó a conseguir el premio Goya como actor revelación, después de trabajar 15 años como quiropráctico, cuentacuentos y monologuista. El próximo 20 de noviembre vuelven a la carga con el estreno de la segunda parte: Ocho apellidos catalanes. La expectación está servida. XL. ¿Preparados para un segundo tsunami? Dani Rovira. Después de haber pasado la montaña rusa que fue la primera película, estamos más preparados para afrontar lo que pueda pasar con esta: para bien y para no tan bien. Clara Lago. Más éxito es imposible. Es difícil que ese fenómeno se pueda volver a producir. XL. Pero ganas por volver a ver pelearse a Amaia y a Rafa las hay...
C.L. Lo bueno es que la gente les ha cogido cariño a estos personajes y quiere seguir disfrutando de ellos, es lo mismo que te ocurre con una serie cuando te engancha. XL. ¿Vosotros les tenéis el mismo cariño o los personajes os han saturado ya un poco? D.R. Les hemos cogido muchísimo cariño, por supuesto; y no solo a los que nosotros representamos; también al resto. C.L. Yo le tengo mucho cariño a todo lo que se produce con esta película. Le he cogido cariño a Amaia, pero también al equipo. XL. La primera película se hizo con un presupuesto corto y sin porcentaje de taquilla. ¿Habéis mejorado las condiciones económicas por si se repite el éxito? C.L. ¡Eso no se dice! D.R. El éxito nos pilló desprevenidos a todos, y más a mí que era la primera película que rodaba en mi vida. Esta vez hemos mejorado un poco las condiciones, sí [se ríe]. Hemos firmado lo que creíamos que era justo y todo el mundo ha terminado contento: contratadores y contratados. XL. Os habéis quejado los dos del precio que la fama os ha hecho pagar, teniendo en cuenta, además, que ahora sois pareja. D.R. Hay días que te quieres tirar por una ventana. No puede ser que, porque estemos en el momento en el que estamos, no podamos tomarnos una cerveza tranquilos en ningún sitio. Pero, en el fondo, compensa porque la gente que se nos acerca es porque nos tiene cariño. Gracias a Dios no somos políticos o árbitros... A mí nunca me han dicho «hijoputa» por la calle, y esto ya es un punto a favor [se ríe]. C.L. Desde que empecé, con 10 años, a trabajar en Compañeros, conozco esa sensación de no tener anonimato. Lo que no me gusta es el típico que te viene a pedir una foto porque le suena tu cara y lo único que quiere es colgarla en Twitter para decir que te conoce y ya está, sin saber ni cómo eres ni cómo piensas... Me molesta la mala educación de quienes te interrumpen cuando estás en una conversación o comiendo con tu familia... Y si les dices, con respeto, que en ese momento no te vas a hacer la foto, te sueltan una bordería, se cabrean o te ponen mala cara. D.R. Es que el 90 por ciento de las veces, cuando te piden una foto, ni siquiera te saludan. Confieso que he negado muchas fotos, pero jamás una palabra, un saludo, la mano o incluso una conversación. Me he llegado a levantar de la mesa para darle dos besos a quien se me ha acercado y me ha ocurrido que, por negarle la foto, me ha quitado la cara. XL. ¿Es posible que sea mucho peor pasar inadvertido? C.L. Mi trabajo conlleva ser una persona pública y lo entiendo; pero eso no te convierte en un objeto público. D.R. Cada vez que te echan una foto, tu persona, tu imagen, tu cara, tus pelos, tu ropa, la persona con la que estás... se hacen públicos. Imagínate, si te echan 200 fotos al día, dónde queda tu intimidad. Pagamos un alto precio por la popularidad. C.L. Hemos llegado a decir que no nos hicieran fotos, pero que, si querían, se podían sentar un rato con nosotros... ¡Y no han aceptado nunca! Eso significa que les importa poco cómo seamos, que no hay una ilusión real por conocerte ni por compartir un momento: solo quieren llevarse el trofeo, la foto con el objeto para subirla a la Red. XL. Volvamos a la película. En estos momentos, hacer bromitas con los tópicos sobre catalanes ¿os ha obligado a hacer equilibrios en la cuerda floja? C.L. La película no pretende ser polémica; tiene un humor muy blanco que trata de no ofender a nadie, solo queremos que la gente se ría... ¡y punto! D.R. Que en el reparto estén Rosa María Sardá y Berto Romero da mucha tranquilidad, porque son los primeros que se ríen de sí mismos. Son catalanes que aman su tierra; pero, sobre todo, son muy universales. Además, en el guión no hay nada tan importante como para cogerse un rebote: es más una película romántica, una comedia de amor. XL. 'Ocho apellidos vascos' terminó muy bien: Amaia iba a buscar a Rafa a Sevilla y comieron perdices. Sin embargo, esta segunda parte empieza con la relación rota, ¿qué nos hemos perdido? D.R. ¡Son las cosas que pasan en las parejas! La naturaleza de Rafa es la de un metepatas que, a veces por cobardía o por miedo al compromiso, hace tambalear la historia. Pero tampoco vamos a desvelar mucho más. XL. Un poco más... sí: Amaia está en Cataluña, a punto de casarse con Pau (Berto Romero), un pintor hipster y pseudointelectual; y Rafa, claro, tratará de impedirlo. C.L. Después de la ruptura con Rafa, a algún lado se tendrá que ir Amaia a llorar sus penas, ¿no? D.R. Los compadres andaluces están alucinados porque no ven nada bueno para mí que no sea una sevillana de Triana. Ni soportaban a Amaia porque era vasca ni soportan ahora al hipster catalán. Ellos son la parte más loca de la película, los que sueltan los chistes más típicos, porque cumplen un tópico muy de los andaluces: que somos muy exagerados para todo y de todo hacemos un mundo. XL. Por cierto, por lo que veo, el flequillo de la película es falso. C.L. Totalmente: en la primera y en la segunda; aunque he llevado flequillo muchos años y me encantaba. A los 15, me lo cortaba yo misma con las tijeras de cortar las uñas, ¡no te digo más! [Ríe]. XL. Parece que, en esta ocasión, el pique está entre el orgullo de los vascos y el de los catalanes, porque los andaluces han asumido que juegan en otra división. D.R. Cada uno ha tenido una manera diferente de luchar por su independencia y puede ser que, ahora, los vascos tengan un poquito de gusa porque la independencia de Cataluña está más en boga que la suya. Es un tema muy delicado. Entre Koldo (Karra Elejalde) y Rosel (Rosa María Sardá, abuela de Pau) hay un poco de eso, pero en tono simpático: nadie se moja políticamente como ocurría en 'Ocho apellidos vascos'. C.L. Esto sale en la película, pero de una manera muy blanca, sin posicionamientos. XL. ¿Esta película unirá más que echará leña al fuego? D.R. Eso seguro. No es aleccionadora ni moralista, y yo creo que une más a la gente de lo que los políticos pueden conseguir en años. Es una película que le quita muchísimo hierro a un asunto que tiene mucho menos hierro del que nos hacen ver. XL. Una curiosidad: ¿dónde comisteis mejor, en el País Vasco o en Cataluña? Porque ese es otro de los temas clásicos de debate. C.L. Se come muy bien en toda España, pero comimos mejor en el rodaje de la primera, porque lo hacíamos de menú pero en restaurantes. En esta ocasión ha sido todo mucho más de catering. D.R. Ha sido por logística. Aunque es verdad que, en cuestión de cantidades, lo del País Vasco es espectacular: te puedes morir en un almuerzo. ¡Fue apoteósico! C.L. ¡No tienen mesura! [Sonríe]. XL. En esta trama hay una segunda historia de amor: la de Koldo y Merche (Carmen Machi). C.L. Cuando empieza la película, partimos de que ellos se han separado también porque Koldo ha desaparecido sin avisar y Merche está enfadada. Cuando se entera Koldo de que Amaia se va a casar, viajan a Cataluña para conocer al novio. D.R. Vuelven a ser las aventuras de los mismos cuatro personajes, pero esta vez en otra comunidad autónoma. Rafa va a buscar a Amaia, para reconquistarla, sin saber siquiera si le van a dejar salir de Cataluña [ríe]. Es una comedia que trata de decir que el amor lo puede todo, porque Rafa por amor hubiera ido a la Franja de Gaza si hubiera sido necesario. XL. ¿Dani Rovira también va donde haga falta por amor? En una ocasión, lo dejaste todo y te fuiste a Argentina detrás de una mujer. D.R. Yo por amor hago lo que sea necesario, pero he de reconocer que he tenido más éxito en las vueltas que en las fugas [se ríe]. C.L. Yo también hago lo que haga falta... Aunque dicen que la imagen que doy es de tía dura, no es así: yo soy una romántica. XL. ¡Y lanzada! Ya lo vimos en ese beso que le diste a Dani delante de las cámaras, casi a la altura del que Iker Casillas le dio a Sara Carbonero tras ganar la Eurocopa. ¿Te arrepentiste luego?
C.L. No; creo que no hay que arrepentirse de lo que sale del corazón de manera natural. Además, al día siguiente me fui a Estados Unidos y me perdí todo el bombo de después. D.R. Para mí fue una noche muy especial, muy bonita... de esas que no se repiten. Yo llevaba muy preparada la presentación de la gala, todo lo demás ni me lo había planteado: fue muy espontáneo, como habría actuado cualquier persona en nuestro lugar.
XL. Dani, Clara tiene diez años menos que tú. A esta edad, ¿es casi un 'infanticidio'? D.R. ¡No, hombre! Un 'infanticidio' hubiera sido en la época de 'El viaje de Carol'. Pero vamos a ver: ¿tú, al mirarnos, estás notando la diferencia de edad? Mi padre también le lleva diez años a mi madre. XL. ¡Vamos, que en su familia son unos listos! D.R. Bueno, a lo mejor la lista es la otra persona que ya te pilla débil y puede hacer contigo lo que quiera [risas]. C.L. A mí me ha pasado esto con todo, no solo a la hora de enamorarme. Desde pequeña, me flipaba el mundo de los adultos y siempre estaba con ellos. De hecho, una de mis mejores amigas, Ingrid Rubio, tiene 40 años. Al final, conectas con las personas al margen de su edad. XL. ¿Cómo consiguen evitar a los paparazis? D.R. ¡No se puede! Aunque ya no es como al principio, siempre queda el paparazi-residente que te ve y te pega la tralla de fotos cuando vas medio despistado por la calle. Para nosotros, hacer las cosas normales que hacen los demás entraña siempre una cierta estrategia. C.L. Al principio fue horrible, salíamos al portal y allí estaban esperándonos; pero ya se ha reducido bastante. La manera como entiendo que hay que llevarlo es siendo prudente y discreto, no contestando a nada, pero no dejando de vivir. Yo, obviamente, no les dirijo la palabra y ni los considero. D.R. Yo los trato como a Patrick Swayze en 'Ghost': intento no verlos, hacer como que no existen. Para mí son personas a las que, como no me merecen ningún tipo de atención ni de energía, ignoro. Si tienen que hacer su trabajo, que se pongan detrás de un seto y que procuren no dejarse ver. XL. ¿Qué tal anda Clara de sentido del humor y Dani, de genio? Parece que tienen los papeles muy repartidos, en la película y en la vida real. C.L. No, no; yo siempre he tenido bastante sentido del humor. A mí me ponen siempre de contrapunto de todos estos locos, pero luego no soy así. D.R. A lo mejor está feo que lo diga yo, pero soy un tío que tiene bastante buen carácter; me tienes que tocar mucho mucho los cojones para sacar el oso grizzly que llevo dentro. XL. Para terminar, ¿se habla de una tercera secuela de 'Ocho apellidos'...? C.L. Nunca se sabe, supongo que depende de cómo vaya esta. Pero solo haremos una tercera parte si hay otra historia buena que contar. Yo esto no lo concibo como la gallina de los huevos de oro. D.R. Cuando hicimos la primera, no estaba en la mente de nadie hacer la segunda y, ahora, tampoco lo está hacer la tercera. En este momento lo que toca es disfrutar: ya hemos disfrutado con el rodaje, ahora toca hacerlo con la promo y, cuando se estrene, ojalá disfrutemos del proceso de taquilla. XL. Por cierto, ¿os han ofrecido transmitir las doce campanadas en alguna televisión? D.R. ¡Noooo! ¡Virgen Santísima! C.L. ¡Ni hablar! Yo las uvas me las tomo en mi casa con mi gente. D.R. Bueno, pero a lo mejor si no son en directo... [Risas].
TÍTULO: SILENCIO POR FAVOR - EL RELAJANTE " DIA SIN ROSTRO",.
El relajante 'día sin rostro' / foto
Una empresa permite a sus empleados llevar máscaras una vez al mes para no verse obligados a sonreír a los clientes.
Imagine que entra en su banco o tienda habitual y se
encuentra a los empleados con una máscara sobre su rostro. Inquietante,
¿eh? Pues bien, la empresa de servicios china Woffice, en Handan, se lo
permite hacer a sus empleados una vez al mes. ¿Por qué? Por salud
mental. En China hay una ley no escrita que obliga a «sonreír siempre» a
los clientes y verse obligado a hacerlo durante horas resulta agotador.
El día sin cara les brinda la oportunidad de liberarse de ese estrés.
Los empleados han recibido tan bien la idea que lo hacen en toda la
oficina, aunque no sea con clientes. Y a estos, a los que al principio
amedrentaba, ahora les hace gracia. El modelo más usado para la máscara
es un personaje de la película japonesa El viaje de Chihiro, pero todo vale mientras no tenga expresión.
Dos empleadas atienden a un cliente en su día sin cara. Los empleados ejercen incluso entre ellos su derecho a no sonreír por obligación ese día.
TÍTULO: LIGA ACB - BALONCESTO - CAJASOL -58- BARCELONA -97-,.
Resultado Final / foto- zapatillas,.
CAJASOL -58- BARCELONA -97-,.
El Barca arrolla sin piedad al CB Sevillas con Ribas de lider,etc.
TÍTULO: LIGA ACB - BALONCESTO -GIPUZKOA B. -61- REAL MADRID -94-,.
Resultado Final / foto- zapatillas,.
GIPUZKOA B.-61- REAL MADRID -94-,.
El Real Madrid realiza un gran partido de baloncesto, etc,.
Dos empleadas atienden a un cliente en su día sin cara. Los empleados ejercen incluso entre ellos su derecho a no sonreír por obligación ese día.
TÍTULO: LIGA ACB - BALONCESTO - CAJASOL -58- BARCELONA -97-,.
Resultado Final / foto- zapatillas,.
CAJASOL -58- BARCELONA -97-,.
El Barca arrolla sin piedad al CB Sevillas con Ribas de lider,etc.
TÍTULO: LIGA ACB - BALONCESTO -GIPUZKOA B. -61- REAL MADRID -94-,.
Resultado Final / foto- zapatillas,.
GIPUZKOA B.-61- REAL MADRID -94-,.
El Real Madrid realiza un gran partido de baloncesto, etc,.
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