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Inspectora de sótano Stassi ,.
En los bares se presentan a la hora del desayuno y en los restaurantes durante el almuerzo. Paralizan el servicio,.
La nueva línea de ayudas de 3.000 euros por beneficiario está dirigida a todos los municipios y pedanías de la que tengan un solo bar y que cuenten con menos de 200 habitantes, aunque los que tengan menos de 100 habitantes tendrán prioridad en el orden de adjudicación,.
Ayudar económicamente a los bares de los pequeños pueblos de Castilla y León es una medida que atiende a los desafíos demográficos de esta Comunidad, al tiempo que persigue el bienestar comunitario, el mantenimiento de las relaciones sociales y la convivencia en los pequeños núcleos rurales.
En este sentido, la nueva línea de ayudas hoy presentada aporta un elemento positivo para la permanencia de los ciudadanos en el entorno rural: los bares, cafeterías y otros establecimientos similares son centros de ocio y de relajación para los habitantes del pueblo, pero también son centros de acogida al visitante y de bienvenida al nuevo poblador.
Por otro lado, ésta es una iniciativa positiva desde el punto de vista social, ya que dichos establecimientos son un lugar de encuentro de los vecinos de estas pequeñas localidades, donde hombres, mujeres y niños comparten su tiempo en todo tipo de actividades lúdicas, de ocio o culturales.
También es beneficiosa desde el plano asistencial y para mantener el bienestar de las personas, dado que la existencia de un bar en un pueblo pequeño ayuda a evitar la soledad no deseada y la desintegración social, e incluso permite detectar situaciones de problemas de salud, vulnerabilidad o desamparo.
Por último, no se puede obviar que también es una medida enfocada a generar empleo y actividad económica, contribuyendo, así, a dinamizar la economía local.
Estas son las razones que han llevado a la Junta de Castilla y León a estrenar la nueva línea de ayudas para el mantenimiento de centros de ocio y convivencia, tales como bares o cafeterías, en los pequeños municipios y entidades locales menores, cuya convocatoria aparece hoy reflejada en el Boletín Oficial de la Comunidad. El plazo de solicitudes estará abierto hasta el 15 de julio.
Pueblos «habitables y con vida durante todo el año»
El consejero de la Presidencia, Luis Miguel González Gago ha presentado estas nuevas ayudas precisamente en uno de estos bares, en la pequeña pedanía de La Santa Espina, del municipio de Castromonte (Valladolid), que por sus características podría ser una de las entidades locales beneficiarias de la subvención. Esta iniciativa fue uno de los compromisos del Gobierno autonómico para esta legislatura, ya anunciado por el titular de la Presidencia en las Cortes de Castilla y León.
El consejero ha expresado su deseo de que «nuestros pequeños pueblos estén bien acondicionados para el día a día de los vecinos, esto es, que tengan buenas infraestructuras y servicios públicos de calidad, pero también que sean habitables, humanos, sociales… en definitiva, que tengan vida durante todo el año».
La cuantía que consigna inicialmente la Consejería de la Presidencia a esta nueva línea de ayudas es de algo más de tres millones de euros. No obstante, está previsto que dicha cuantía pueda verse ampliada para dar respuesta al máximo número posible de peticiones.
Podrán solicitar esta ayuda los pueblos de hasta los 200 habitantes, ya sean municipios o pedanías. En todo caso, los pueblos con menos de 100 habitantes serán los primeros a los que se tenga en cuenta para el reparto, continuando con los de menos de 200 habitantes hasta conseguir atender a todas las solicitudes que permita el límite presupuestario.
El número de municipios castellanos y leoneses que entran en estos márgenes de población, es decir, que tienen menos de 200 habitantes, es de 1.265, lo cual representa a más del 56 % de los 2.248 municipios de Castilla y León. En cuanto a las pedanías, hay 1.996 con menos de 200 habitantes, más del 90 % de las 2.208 que existen en la Comunidad.
De entre estas entidades locales, las que tengan menos de 100 habitantes tendrán prioridad a la hora de recibir la ayuda. En Castilla y León hay 719 municipios y 1.761 pedanías que tienen menos de este número de habitantes.
En total, por tanto, existen en la Comunidad 3.261 entidades locales con menos de 200 habitantes (más de un 73 % de todas las entidades locales castellanas y leonesas), de las cuales 2.480 cuentan con menos de 100 habitantes.
Solicitudes
Los establecimientos que recibirán la ayuda podrán ser tanto públicos como privados. En todo caso, la presentación de la solicitud tendrá que ser realizada por el Ayuntamiento del municipio, que deberá cumplir un requisito más allá del límite de población. Con el objetivo de no interferir en la libertad de mercado, el municipio o la pedanía solicitante deberá tener solo un bar. En el caso de las pedanías, solo cuenta para este requisito el número de este tipo de centros dentro de la propia pedanía, y no los que se encuentren en el municipio al que pertenecen. En ambos supuestos, tienen la obligación de abrir un mínimo de cinco días a la semana y de cinco horas al día, salvo durante el mes de vacaciones.
De esta forma, la Junta de Castilla y León da respuesta a la que es una necesidad particular de los pueblos pequeños: recibir ayuda para no tener que cerrar el único establecimiento de carácter social con el que cuentan.
Por ejemplo, podrá ser beneficiario de la subvención un municipio de más de 200 habitantes al cual pertenezca una pedanía con menos de 100 habitantes y que tenga un bar, siendo el destinatario último de la ayuda el establecimiento situado en dicha pedanía.
Los 3.000 euros de la subvención deberán dedicarse a cubrir gastos de suministros generales, como agua, luz, gas y otros combustibles para calefacción y agua caliente, y también podrán destinarse al pago de internet, televisión o plataformas audiovisuales. La subvención será percibida en última instancia por la entidad pública (municipio o pedanía) o por la empresa privada que haya corrido con los gastos, que han de haberse producido en el último año antes de esta convocatoria.
Como ha declarado González Gago, «todas las personas que viven en el medio rural de Castilla y León saben que un pueblo sin bar es un pueblo en el que la vida se hace muy difícil. En ocasiones, el bar es el último reducto para la socialización y el esparcimiento, y su existencia puede marcar la diferencia para quien pueda estar planteándose si quedarse a vivir en el pueblo o irse a otro lugar con mayor actividad».
En definitiva, el objetivo de esta iniciativa de la Consejería de la Presidencia no es únicamente el de apoyar el buen funcionamiento del negocio o del establecimiento público en cuestión. El verdadero objetivo es el de ayudar a mantener los nodos de encuentro vecinal. También se promueve de esta manera la apertura de nuevos establecimientos, puesto que está previsto que esta convocatoria se repita en 2025 y tenga un carácter permanente en años sucesivos, de tal forma que los bares y centros de ocio que comiencen a funcionar a partir de ahora puedan optar a recibir esta ayuda en futuras convocatorias.
En palabras de González Gago, «el bar del pequeño pueblo es el establecimiento donde realmente socializan las personas que viven en pueblos pequeños. Lugar de conversación, de acompañamiento, e incluso de promoción de la cultura local. En definitiva, es el lugar donde sucede todo».
TITULO: POLICIAS EN LA CALLE - Piden hasta 16 años de cárcel para una familia que ocupó una casa sin pagar durante tres años,.
Piden hasta 16 años de cárcel para una familia que ocupó una casa sin pagar durante tres años,.
La Fiscalía pide que los cuatro acusados, que provocaron daños y robaron enseres, indemnicen con más de 90.000 euros a la empresa con la que firmaron el contrato,.
foto / La Fiscalía solicita siete años de cárcel y el pago de 12.600 euros al padre de una familia que se instaló durante al menos tres años en una casa de Villaviciosa sin pagar el alquiler y reclama penas individuales de tres años de prisión y el abono de 7.200 euros de multa para los otros tres miembros de la familia.
El Ministerio Público también pide que los cuatro acusados, que además de no pagar el alquiler provocaron numerosos daños y robaron distintos enseres, indemnicen de forma conjunta y solidaria con 62.572 euros a la empresa con la que se firmó el contrato por los efectos robados y con 28.500 euros por el importe de las mensualidades no satisfechas.
Ante la vista oral que se celebrará el miércoles, la Fiscalía relata que el 7 de marzo de 2011 el padre de familia firmó un contrato de subarrendamiento que pactaba un alquiler de 750 euros por una vivienda totalmente amueblada en Villaviciosa, pero excluía expresamente el uso del sótano, que permanecería cerrado a disposición de los titulares de la vivienda.
Además, firmó un documento por el cual el contrato quedaría sin efecto para el caso de impago de la comisión pactada con la agencia. La comisión no se abonó, pero el acusado, su esposa y sus hijos se instalaron en la vivienda y permanecieron en ella sin pagar desde marzo de 2011 hasta al menos abril de 2014.
Tras el abandono voluntario por parte de los acusados, el 20 de agosto de 2014 se pudo entrar en la casa, donde se constató que la familia se había apoderado de muebles y enseres y había entrado en el sótano, donde había robado efectos por valor de 1.703 euros.
Los acusados causaron daños tasados en 3.405 euros y daños en elementos constructivos por valor de 25.690 euros, cuya reparación costó 31.084,90 euros y labores de limpieza, 690 euros,.
TITULO: EL DIVAN DE OLGA VIZA - Jaime Campaner - La Constitución es inocente ,.
Jaime Campaner - La Constitución es inocente,.
fotos / Jaime Campaner,.
Jaime Campaner (Palma, 1982) escribe libros sobre Derecho y su nombre aparece en otros dedicados a macro casos de corrupción y mafias internacionales de blanqueo de capitales. Experto en extradiciones, ha defendido al abogado de Sadam Hussein y a la ex primera dama de Perú. Es el penalista de referencia de varias empresas del Nasdaq y abogado del Barça pero, a la vez, tiene clientes del Real Madrid. Entre sus últimas victorias judiciales, la absolución del anciano que mató al ladrón que entró a robar a su casa.
En su vinculación con los libros, Campaner cuenta que estudió Derecho por los que leyó de crío. Pero además, él mismo podría ser un personaje literario. Quizá porque, como abogado penalista, siempre sabe más de lo que cuenta. O porque en un mundo de extremos y polarización, su trabajo consiste en moverse entre los matices, como los personajes de Dostoievski. O sobre todo porque, unas veces como defensor y otras como acusación, es testigo diario de la maldad humana. O simplemente de lo humano.
Si los abogados son los verdaderos confesores de nuestros tiempos, a lo mejor ellos sí saben si somos tan buenos como el mejor de nuestros actos o tan malos como el peor. A Campaner se lo preguntamos en una capilla sagrada para cualquier jurista: la biblioteca de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España, alta institución de la que acaba de ser nombrado académico. En ella iniciamos un viaje jurídico literario en el que intentaremos que el protagonista nos diga la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
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―Ha sido nombrado Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España. ¿Qué supone para un abogado con poco más de 40 años?
—Un orgullo, me siento afortunado.
—¿Cuáles fueron sus primeros contactos con la abogacía?
—Leí muy pronto novelas de John Grisham, como La firma y El cliente. De adolescente aprovechaba las vacaciones de verano del instituto para asistir a juicios penales. Y en tercero de Licenciatura, cuando tuve que decidir si hacía carrera universitaria o me dedicaba a la abogacía, adelanté las prácticas que suelen hacerse en quinto curso. Puede decirse que cuando me colegié como abogado no tenía la sensación de adentrarme en un mundo desconocido, lo cual no quita que recibiera todo tipo de cornadas. A torear se aprende en el ruedo.
—Aprovechando este precioso escenario y esas primeras lecturas que le marcaron el destino, ¿qué han supuesto las bibliotecas en su vida?
—Las bibliotecas han marcado mi forma de ser. Siempre he sentido devoción por ellas. De crío pasaba horas embelesado entre libros. Y eso no ha cambiado nunca. Incluso, ya como abogado, he aprovechado varias vacaciones estivales para hacer estancias de investigación en Universidades extranjeras con bibliotecas realmente maravillosas: Londres, Nápoles, Friburgo…
—¿Todo caso penal es material para una buena novela?
—Sin duda. Pueden cubrirse todos los géneros, desde la novela negra hasta la picaresca, pasando por la romántica.
—Y en los juicios, ¿hay más ficción o realidad?
—Cruda realidad aderezada de ficción, voluntaria e involuntaria. Un juicio tiende a realizar una reconstrucción histórica, pero no a cualquier precio, sino bajo la vigencia de unas reglas del juego: respeto a los derechos fundamentales, esencialmente. A comienzos del siglo pasado, Beling decía que los jueces y fiscales no están en la afortunada situación en la que se encuentra el investigador científico, quien puede investigar libremente y no ex vinculis. En el último cuarto del siglo XX, Fenech, un gran procesalista español, destacó las concomitancias entre la labor del juez y la del historiador, en la medida en que ambos reconstruyen unos hechos pasados. Pero el historiador, al igual que el investigador científico y a diferencia del juez, puede investigar y/o formar convicción libremente. No en el sentido de que pueda hacerlo de modo caprichoso, arbitrario o irrazonable, sino en el sentido de que no se halla vinculado por prohibiciones a la hora de reconstruir. Hablo de la involuntariedad en la reconstrucción porque la memoria nos juega malas pasadas y existen supuestos en los que un testigo está convencido de haber visto u oído algo que en realidad no es así. O identificado a una persona como la autora de un delito cuando lo que había ocurrido es que la había visto días antes. Se me ocurre, a bote pronto, que un taxista que padeció un robo identifique al supuesto autor en un reconocimiento fotográfico porque sus facciones dejaron imprenta en su retina cuando días antes le prestó un servicio de transporte, pero en realidad esa persona ni siquiera estaba en la zona del robo el día de los hechos.
—¿Por qué algunos casos, como el del anciano que mató en Mallorca al ladrón que le atracó en su casa, reciben tanta atención mediática? ¿Reflejo de la sociedad en la que vivimos?
—En realidad, la atención social la determinan los medios de comunicación, quienes filtran y gestionan qué debe ser de interés. Luego, el ciudadano no es tan libre de elegir como pudiera parecer. A partir de aquí, hecha la criba invisible, lo cierto es que en un supuesto de hecho como el que usted plantea es muy sencillo ponerse en la piel de este hombre y preguntarse qué hubiéramos hecho en una situación tan estremecedora como la que le tocó vivir.
—Decía Dickens que «si no hubiera malas gentes, no habría buenos abogados». ¿Verdadero o falso?
—Verdadero, pero desde una perspectiva bidireccional. Existe una cierta tendencia a demonizar al investigado y a pontificar al denunciante por el mero rol que juegan en el procedimiento. No puede darse nada por supuesto; la presunción de inocencia lo impide. La Constitución obliga a dudar.
—Un penalista ¿tiene más de don Quijote o de Sancho Panza?
—Hay perfiles diversos y se complementan entre sí. En mi caso, me identifico mucho más con don Quijote, por aquello de deshacer entuertos, recorrer mundo y vivir amores imposibles, en palabras de Eduardo Mendoza en su discurso en la entrega del premio Cervantes. Esta tríada se da muy a menudo en mis asuntos, por su perfil transfronterizo. El tercer elemento en sentido figurado, por ejemplo cuando me han ofrecido fusionarme en alguna gran firma internacional y/o he descartado cambiar de continente.
—¿Cómo decide qué batallas libra, es decir, qué clientes acepta y cuáles no?
—Para no perder la esencia de lo que hago, que es un trabajo artesanal, muy cuidado, donde el cliente tiene la certeza —y con ello la tranquilidad— de que su asunto está siendo “mimado”, he tenido que aprender a decir no. Aunque sigue siendo mi asignatura pendiente. No es fácil declinar una defensa. Contestando a su pregunta, elijo compañeros de viaje. El proceso penal es muy aflictivo para el cliente, con independencia de que ocupe la posición de acusado o de acusador, por lo que la empatía con mi potencial cliente es, entre otros, un primer factor determinante.
—¿Hay casos que le quitan el sueño?
—Muchos, especialmente los que dependen del testimonio de la persona que denuncia: piense en los delitos sexuales que no dejan vestigios objetivos. Se trata del máximo exponente del riesgo límite para la presunción de inocencia, y hasta que comienza el juicio hay más incertidumbres que certezas, algo que no ocurre, por ejemplo, en la delincuencia económica, donde la prueba documental juega un papel fundamental. En este contexto, los días previos al juicio no es infrecuente que me desvele a las 4:00 am. No falla.
—Suena a que no desconecta.
—En mi caso no. Y aunque el precio es alto no me arrepiento. Hace falta un punto de obsesión para explorar todos los prismas del asunto y agotar todas las vías de defensa. Si uno no se obsesiona es difícil —por no decir imposible— que durante un entrenamiento —nadando, corriendo o montando en bicicleta— se ilumine y dé con la clave. Paradójicamente, actividades que aparentemente me deberían permitir desconectar son las que quizás me hagan más eficaz en mi profesión. Ahora bien, nunca me he iluminado en una competición oficial. Allí tengo claro cuál es la única meta.
—¿Qué les recomienda a sus clientes antes de un juicio? Lo que nos pueda contar.
—En general, a todos, que no se lo tomen como un examen. En particular, depende: desde leer un libro hasta ver un documental. En más de una ocasión me han mirado como si no estuviera en mi sano juicio, pero después me han reconocido la utilidad de los “deberes”, que normalmente tienden a que se relajen y le quiten hierro a su intervención en el proceso. Sinceramente, creo que debemos desprendernos de los viejos ropajes del inquisitivo, donde el proceso giraba en torno a la confesión del sujeto pasivo del proceso. La tendencia debe invertirse y, por ello, mis clientes no suelen declarar en juicio. A lo sumo, a algunas preguntas mías. Es la acusación la que tiene la carga de acreditar su culpabilidad, y además con un estándar muy exigente: el del más allá de toda duda razonable.
—Ha dicho que les recomienda libros.
—Sí, por ejemplo El proceso, de Kafka. Algunos clientes, tras leerlo, han llegado a decirme: “Lo mío es peor”. Ciertamente, la realidad supera la ficción, y las medidas de investigación tecnológica —sumamente invasivas— o la imputación “gratuita” de familiares —singularmente esposas— hacen que Franz Kafka pueda parecer más bien Walt Disney en comparación con lo que ocurre en determinadas instrucciones penales contemporáneas. No obstante, a pesar de compartir estas vivencias y tratar de hallarles explicación en la literatura, no nos quejamos del resultado final, que afortunadamente tiene más de cuento de hadas que de tragedia griega. Todo tiene solución, aunque algunas instrucciones parezcan, a priori, irresolubles. Precisamente por ello también suelo recomendar Riofrío, de Muñoz Machado. Me parece la mejor forma de que cualquiera comprenda que en la fase de investigación de ciertos procesos penales pasan muchas cosas increíbles e inconcebibles incluso para un jurista de la talla del autor: un abogado, catedrático de Derecho administrativo, que decidió intervenir como defensor en un proceso penal seguido ante un Juzgado Central de Instrucción y no podía dar crédito a las situaciones con las que se iba encontrando. Frecuentemente, el objetivo realista en un proceso pasa por “sobrevivir”, sin más, para darle la vuelta a la tortilla en el juicio oral, donde el proceso se equilibra, hay un verdadero árbitro, un tercero imparcial, y existe la igualdad de armas procesales.
—Asesoría jurídico-literaria, por tanto.
—Hay clientes que también me regalan a mí, como Italia oculta, de Giuliano Turone; De profundis, de Oscar Wilde; El hombre en busca de sentido, de Viktor Frank; e incluso el Código de Lekë Dukagjini —»Código de las Montañas», que compila el Derecho consuetudinario albanés— traducido al inglés. Y grandes amigos, compañeros de profesión, más mayores y más sabios, me han obsequiado con ensayos como Semper dolens, de Ramón Andrés, con ocasión de lo ocurrido en algún proceso. Otro buen amigo, abogado mercantilista, suele seleccionarme pasajes bíblicos porque sabe que me gustan y les saco provecho.
—Aboga en su libro Publicidad y secreto del proceso penal en la sociedad de la información (Dykinson) por que las investigaciones puedan realizarse sin tanta publicidad, sin que la prensa desgrane los casos antes de que lleguen a juicio. ¿Sería posible en España?
—Perfectamente posible. Lo que no tiene sentido es la situación actual, donde existe un patente divorcio entre lo que establece la ley, que las actuaciones son reservadas hasta el juicio, y lo que ocurre en la práctica: que las actuaciones se hacen públicas.
—La opinión pública española ¿juzga demasiado rápido?
—Es inherente a la condición humana y, sin duda, se echa en falta cierta prudencia. El problema es que para juzgar en condiciones se requiere, previamente, contar con fuentes fiables. Y, sobre todo, leer. Y más importante todavía, comprender lo que se lee. Me temo que en el ámbito judicial, que es donde puedo aportar algo, aunque la pandemia nos sirvió para tomar la temperatura a la velocidad con la que juzga la opinión pública española, en la medida en que gran parte de ella se erigió en experta en COVID, debo calificar de prematuro criticar o alabar una sentencia de cientos de páginas a los pocos segundos de conocerse el fallo y, por tanto, sin tiempo material suficiente para leer —siquiera sea en diagonal— el texto de la resolución judicial. Es un disparate. Aquí tienen mucha responsabilidad las autoridades españolas, que no solo no han transpuesto la Directiva europea sobre presunción de inocencia —el plazo finalizó en abril de 2018—, que les prohíbe expresamente pronunciarse en público sobre la culpabilidad de los investigados, sino que además la incumplen abiertamente en la práctica.
—El «hombre masa», que decía Ortega y Gasset.
—Ortega y Gasset fue un visionario. En 1914 Ortega pronunció en el Teatro de la Comedia de Madrid una conferencia titulada Vieja y nueva política, donde acuñó este concepto de hombre masa que después desarrollaría en La rebelión de las masas, ya allá por 1930. Lo cierto es que el hombre masa sobre el que alertaba Ortega ha acabado haciendo fortuna, pero con una hipertrofia que ni su creador pudo prever, debido a la amplificación de las redes sociales. Lamentablemente, el pensamiento de Ortega y Gasset se ha malinterpretado, y me atrevería a decir que ya está olvidado. Julián Marías llegó a afirmar, con tino, que La rebelión de las masas ha sido leído de modo ignorante y malévolo. Para mí la clave la ofreció Marías en una conferencia que impartió en Argentina en 1983, Masas y minorías en el pensamiento de Ortega, donde fue muy plástico al afirmar que la minoría no es un grupo permanente, sino que es una función: en el momento de la impartición de la conferencia —explicó— la minoría era él y la masa el auditorio. ¿Pero hasta cuándo? Hasta la finalización de la conferencia, momento en el cual se reintegraría a la masa y sería uno más. ¿Y por qué Marías se erigió en minoría durante una hora? No por elitismo, sino porque se suponía que tenía alguna cualificación para hablar de Ortega. Discípulo y estrecho colaborador suyo, en aquel entonces había escrito más de mil páginas sobre él.
—¿La sociedad se cambia con leyes? ¿O es la sociedad la que cambia las leyes?
—La asignatura pendiente en España es la educación. Cambiar leyes es efectista, balsámico, gratuito y genera votos. Educar no es vistoso, lleva tiempo, requiere una inversión millonaria y dudo que genere votos. La sociedad no se cambia con leyes. La sociedad, en ocasiones, cambia las leyes; no tanto la sociedad, sino la ola de algún caso mediático que haya podido producir indignación. Pero esto, que no es más que legislar en caliente, es muy peligroso. Aunque existe controversia sobre la paternidad del dicho, en sus Episodios nacionales Galdós atribuyó a Fernando VII haber pronunciado la célebre frase “vísteme despacio, que tengo prisa».
—¿Cómo es defender a alguien cuando sabe que es culpable?
—En general este es un falso debate. Pero es la pregunta que más formulan los estudiantes, incluso los del máster de acceso a la abogacía, y comprendo perfectamente el porqué. Si la Constitución impone que ese alguien debe ser presumido inocente, ¿por qué debo yo, como abogado defensor, despojarle de esa garantía constitucional? Precisamente para eso sirve el proceso: para determinar si alguien es culpable o no. No seré yo quien prejuzgue. Ahora bien, esto no quiere decir que yo sea naïf o viva en una burbuja. Al asumir un encargo, trato de analizar el expediente con ojos de fiscal si soy defensa y en los zapatos de la defensa si soy acusación. Y a partir de aquí, pondero los riesgos y se los expongo al cliente. Si el resultado que arroja mi análisis es claramente desfavorable para mi cliente, no doy opción y marco la estrategia sin terceras vías, es decir: o se sigue la senda que marco o el cliente debe cambiar de abogado. De todos modos, añadiré algo para la tranquilidad espiritual del lector: es muy difícil, prácticamente imposible, tener la certeza de que tu cliente es culpable. Además, la defensa admite paletas distintas. Defender no se reduce a plantear la absolución del acusado, sino que existe una amplia gama de posibilidades y líneas de defensa consistentes en obtener una condena lo más ajustada posible, ora en vía contenciosa —celebrando el juicio—, ora en vía de consenso —negociando con la acusación—. En más de una ocasión, la labor del abogado defensor se reduce a la de “policía” del procedimiento, a velar por la salvaguarda de las garantías que sobre el papel asisten a su cliente, a asegurar un fair trial, en definitiva.
—Eso nos lleva a otro de sus libros: La confesión precedida de la obtención inconstitucional de fuentes de prueba (Aranzadi) pone el dedo en la llaga sobre la forma de conseguir pruebas. Sherlock Holmes rebuscando en la basura ¿pasaría su filtro jurídico?
—Sin que sirva de precedente, y sé que algún buen amigo de la Fiscalía va a guardar esta respuesta como oro en paño, me decantaría por considerar que la basura es res nullius y que, por tanto, es utilizable como prueba. Sería una prueba válida. Esa búsqueda no vulnera ningún derecho fundamental. Ahora bien, si Sherlock entrara por la ventana del domicilio o interceptara correspondencia para recolectar pruebas mi respuesta sería tajante: no todo vale.
—¿Nos definen nuestros peores actos?
—No sé si nos definen, pero nos marcan y estigmatizan con más facilidad.
—Ningún abogado gana todos los juicios, ¿verdad?
—Depende de cómo interpretemos el verbo «ganar» en el proceso penal. En sentido laxo, se pueden ganar muchísimos juicios. En sentido estricto, el que nos ha impuesto Hollywood, desde luego que no se pueden ganar todos los juicios. En la abogacía, como en la vida, unas veces se gana y otras se pierde, y es importante que el cliente valore que no ha acudido a mi despacho a hacerse una cirugía estética, sino en paro cardíaco para que le operen de urgencia. En general, y aunque el resultado es crucial, mis clientes valoran los medios.
—Es profesor en la Universidad. ¿Da más vértigo el alegato ante el juez o una clase ante un grupo de veinteañeros?
—Las clases me divierten mucho, así que en ningún caso puedo sentir vértigo. Y ante el juez el vértigo desaparece cuando entonas el clásico “con su venia, Señoría”. Es cuestión de segundos.
—¿Para qué le falta tiempo?
—Para leer. Se me acumulan las lecturas en la mesita de noche.
—¿Qué tiene pendiente?
—El espectador, de Ortega y Gasset; La fábrica de cretinos digitales, de Michel Desmurget; Costo, de Andros Lozano; y Antología de cuento clásico argentino, una obra que adquirí recientemente en el Ateneo de Buenos Aires.
—Si no fuera abogado, ¿a qué le gustaría dedicarse?
—Seguramente sería escritor. Y lo combinaría con crónicas gastronómicas.
—No está en mal sitio entonces. ¿Qué le gustaría escribir? ¿Algo en mente o empezado ya?
—(Ríe). Tengo muchas cosas en mente, pero nada no jurídico empezado. Me gustaría escribir relatos basados en las vivencias de varios de mis clientes, algunas de ellas conmigo, pero no necesariamente. Eso sí, todo convenientemente desfigurado. Paso parte de mi tiempo libre con algunos de ellos, personajes fascinantes de los que aprendo aciertos y errores, y ante todo disfruto de escuchar sus aventuras. Uno por el que siento especial debilidad, y que siempre leía mis escritos en los momentos más difíciles de su procedimiento, me ha propuesto escribir su biografía, y es algo que no descarto a medio plazo, pues no me cabe duda de que su vida amerita ser conocida por el público en general.
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