TITULO: El paisano - Viernes - 3- Junio - Se instaló en Linares de la Sierra donde restaura instrumentos musicales,.
Viernes - 3- Junio a las 22:10 horas en La 1 , foto,.
Se instaló en Linares de la Sierra donde restaura instrumentos musicales,.
Víctor nació en Antequera, Málaga, en una familia de 15 hermanos. Ha vivido en Córdoba y Sevilla, donde cursó estudios superiores y comenzó a trabajar en una famosa tienda de instrumentos musicales.
Aquí descubrió su pasión: fabricar y reparar todo tipo de instrumentos de cuerda, aunque su especialidad son las guitarras y bajos electrónicos.
Harto de vivir en la ciudad, Víctor decidió marcharse a Linares de la Sierra, un pequeño pueblo que conocía gracias a unos amigos. Ahora es un reconocido lutier en la Sierra de Huelva y no se arrepiente de la decisión tomada.
TITULO: VACACIONES - EUROPA DE PELICULA - La dupla pacense, fuera de la final en Mallorca ,.
TITULO: HOSPITAL -Los pesares de Santiago Ramón y Cajal,.
Escudriñó el sistema nervioso y dibujó las neuronas con primor de artista. Pero antes del Premio Nobel tuvo una juventud marcada por las peleas, el culturismo y los enfrentamientos con su padre, de quien recibió palizas. Un nuevo libro desvela detalles inéditos de su biografía. ( fotos),.
Fue un polímata: consumado fotógrafo, estudioso de los fenómenos paranormales, hipnotista, maestro de ajedrez, escritor de novelas de ciencia ficción y boxeador. Incluso se hizo culturista para vengarse de un chico de ciudad que lo había vencido –a él, un robusto montañés– en un pulso. Alardeó de sus enormes pectorales y de los 112 centímetros de su pecho. Prueba de su orgullo es que, en su autobiografía, no aparece una foto de él, Santiago Ramón y Cajal, ganando el Premio Nobel de Medicina, pero sí una de sí mismo, a los 20 años, en la cúspide de su fase culturista.
Fases tuvo muchas, la primera, anterior a la ciencia, fue la pintura. «Era ya en mí manía irresistible manchar papeles, trazar garambainas en los libros y embadurnar las tapias, puertas y fachadas recién revocadas del pueblo. Una pared lisa y blanca ejercía sobre mí irresistible fascinación. En cuanto afanaba una cuaderna, compraba papel o lapiceros». Con apenas 8 o 9 años, el Ramón y Cajal niño solo quería dibujar.
Y esa 'manía irresistible' –que rememora en su autobiografía Recuerdos de mi vida– habría de durarle hasta la muerte. Incluso después de convertirse en el científico más aclamado de su tiempo, incluso después de ganar en 1906 el Premio Nobel, Santiago Ramón y Cajal siguió explicando los más intricados mecanismos de la vida a través del lápiz y el papel.
Casi todo cuanto sabemos de él procede de esta autobiografía. «Pero no hay testigos, y sí la certeza de que Cajal sabía cómo construir una historia, ya que había escrito ficción durante años». Así, con esta sutileza, el escritor Benjamin Ehrlich siembra la semilla de la duda acerca del nivel de veracidad de los recuerdos del científico. Ehrlich, que se declara su devoto admirador, acaba de publicar El cerebro en busca de sí mismo, una biografía en la que retrata la vida de Cajal con la misma minuciosidad que el Nobel aplicó a sus amadas neuronas.
Repasar su infancia y su juventud es asistir a un duelo entre el padre y el hijo, entre el arte y la ciencia, entre los impulsos y el deber. El padre, Justo Ramón, agricultor desde los 7 años y salido de la más profunda pobreza, consiguió convertirse en un médico reconocido. Capaz de memorizar libros enteros, decidió que su hijo seguiría sus pasos. Pero Santiagüé, a quien llamaban 'el niño demonio', solo quería dibujar.
Ehrlich lo describe como un crío caótico, desorganizado e incapaz de memorizar un texto. Siempre metido en peleas. Lo que no lograron las palizas de su padre –que se estuviera quieto y fijara la atención en algo– lo consiguió la pintura. «Incapaz de concentrarse en clase, podía, en cambio, dibujar durante horas». El duelo formal se produciría cuando Santiagüé, con la inocencia de sus 10 años, anuncia que va a ser un artista profesional. El padre, que consideraba el arte como «una enfermedad de la voluntad, un defecto del desarrollo», echó al fuego sus dibujos, lápices y cuadernos. A partir de ese momento, el niño utilizaría «trozos de papel como pincel, conseguiría pigmentos azules y rojos humedeciendo los librillos de papel de fumar, escondería los dibujos entre las rocas en el campo».
Lo que sigue es la historia de dos feroces determinaciones: la del padre por conseguir que su hijo abandonara el dibujo y abrazara los libros; y la del hijo por seguir pintando. En el bachillerato, pese a que imploró ir a un instituto en el que dieran clases de pintura, el padre lo envió a Jaca, a una escuela en la que impartían Latín y preparaban bien para Medicina.
Fue un niño caótico, desorganizado, siempre metido en peleas, incapaz de concentrarse en clase y que dibujaba durante horas
Vendría un tiempo de horror, palizas y humillaciones. Ramón y Cajal era feliz cuando le confinaban en la 'cárcel': con tiza y carbón de contrabando podía dibujar durante horas por todas las paredes. El descubrimiento de la geografía le abrió el paso al mundo de los atlas, mapas y globos terráqueos, un magnífico material para sus dibujos. «Su memoria visual era tan impresionante como la memoria verbal de su padre, y ese talento le permitió reproducir a la perfección hasta el mapa más intrincado».
Las batallas en casa continuaban. El padre lo puso a trabajar primero como aprendiz de barbero y luego como aprendiz de zapatero. Se le daba bien ese trabajo manual, y con las propinas volvió a comprar los papeles y lápices que le habían confiscado. Le gustaba aquel oficio. Un año entero pasó en la zapatería, tras el cual el padre lo consideró curado de su locura artística. Y se produjo el primer pacto entre ambos: «Estudiaré si me pagas unas clases de dibujo». Y así, en la escuela de arte de Huesca, un Santiago quinceañero encontró al mentor que buscaba. Era León Abadías, quien más de una vez le dijo que era su pupilo más brillante y le fortaleció la necesidad de descubrir «cómo adquirir un alma artística».
Los pactos hay que cumplirlos: con 17 años, y tres días después de graduarse, el padre lo acompaña a matricularse en la Facultad de Medicina de Zaragoza. «Adiós a los ambiciosos sueños de gloria –escribiría, atormentado–. Debo cambiar la mágica paleta del pintor por la pesada y prosaica bolsa de instrumentos quirúrgicos».
Seguía sin querer ser médico y así sería siempre. Para decirlo con más exactitud, nunca quiso ejercer la medicina. Pero sí entendió que la ciencia podía, al igual que la literatura –devoraba libros de aventuras y él mismo escribía historias de ficción–, espolear su imaginación. En una nueva alianza, mano a mano con su padre, comenzó a diseccionar cuerpos y descubrió los misterios de la anatomía. E hizo lo que siempre había hecho al descubrir cosas nuevas: dibujarlas. En vez de rocas, flores y árboles, comenzó a dibujar plexos, ganglios, tendones.
Es así como, en su etapa universitaria, la devoción por el arte y la pasión por la observación y los detalles se hermanan con sus conocimientos de medicina y anatomía. Su hermano Pedro llegaría a decir de él: «Entró en el Castillo de la Ciencia a través de la Puerta del Arte».
En aquellos años haría cientos de bocetos a lápiz e ilustraciones con acuarelas. El duelo padre-hijo terminó en tablas: Santiago se licenció en Medicina, pero no dejó de pintar. Se hizo médico militar e iría a la campaña de Cuba, pero lo único importante fue el descubrimiento del microscopio y, a través de él, de las células. Daría así inicio a un romance eterno que compatibilizaría felizmente con el dibujo. «No importa cómo de exacta y minuciosa pueda ser una descripción verbal; siempre será menos clara que una buena ilustración», dijo. También era un artista con la fotografía, pero él prefería dibujar.
Entre sus primeras fascinaciones microscópicas estuvieron los leucocitos, a los que dibujó con diferentes colores y sombreados dándoles una imagen tridimensional que asombraría a sus colegas. A medida que avanzaba en sus descubrimientos con el microscopio, también lo hacía con sus ilustraciones. De hecho, la exquisitez de uno de ellos le serviría para aprobar la oposición a profesor en Valencia, y cuenta Ehrlich que «un miembro del jurado se llevó a casa la pizarra para conservarla como una obra de arte».
Su hija se estaba muriendo de meningitis. Su mujer lo llamó desesperada, pero él no acudió, no levantó la vista del microscopio
Entregado por igual a la ciencia y al arte, ¿tuvo tiempo para su vida privada? Sí, a juzgar por los siete hijos que tuvo con su mujer, Silveria. Con ella, además, practicaría otro de sus intereses, la hipnosis: fue capaz de ponerla en trance para evitar que sufriera al dar a luz, conformando el primer estudio sobre hipnosis durante el parto en España.
Inspiración para Dalí, Lorca o Buñuel
Si su padre había sido obsesivo, Ramón y Cajal no lo fue menos. En su libro, Ehrlich escribe como una noche en la que su hija, enferma de meningitis, estaba agonizando él siguió trabajando en su laboratorio. Y ni siquiera cuando su mujer gritó y lo llamó, porque había muerto, él dejó de mirar al microscopio y de dibujar.
Los años siguientes lo harían despuntar en el estudio del sistema nervioso. Sus ilustraciones, convertidas en carteles gigantes, pósteres y diapositivas, irían de congreso en congreso y las utilizarían los más prestigiosos histólogos del momento. Era su 'manía tan irresistible' que, en una visita a Cambridge para recibir un grado honorífico, se paró a pintar las fachadas en una calle atestada de gente, impidiendo el paso a los viandantes. Ajeno a cuanto lo rodeaba, tuvo que llegar la Policía y llevarlo al calabozo, hasta el punto de que se perdió el almuerzo en su honor. «Estaba dentro del dibujo, su auténtica vía de escape», dice Ehrlich.
Con el tiempo, Cajal iría diversificando sus técnicas de dibujo. Pero las más admirables creaciones, y por las que siempre será recordado, son sus adoradas neuronas, esas «misteriosas mariposas del alma cuyo batir de alas tal vez algún día pueda revelar los secretos de la mente». Esas imágenes de apariencia alienígena fueron clara inspiración para artistas como Dalí, Lorca o Buñuel. Pero para Ramón y Cajal el ideal en el arte era la naturaleza en sí.
TITULO: VUELTA AL COLE - JOHN HENNESSY, CREADOR DEL PROCESADOR QUE ESTÁ EN TODOS LOS ORDENADORES,.
Con motivo de nuestro 35 aniversario y en colaboración con la Fundación BBVA, hablamos esta semana con ‘el padrino de Silicon Valley’, uno de los hombres que ha diseñado el mundo en el que vivimos. Creó el procesador RISC, que está hoy en todos los ordenadores y teléfonos inteligentes del mundo, ha sido rector de Stanford y es el presidente ejecutivo de Alphabet, matriz de Google.( foto)
Asus 70 años, John Hennessy (Nueva York) es el presidente ejecutivo de Alphabet, la compañía matriz de Google. El colofón a la carrera de uno de los grandes protagonistas de la historia de la tecnología del último medio siglo. Por algo lo llaman 'el padrino de Silicon Valley'. En los años ochenta diseñó, junto con David Patterson, una arquitectura que simplificó la fabricación de ordenadores y que hoy es universal. Y de 2000 a 2016 fue rector de la Universidad de Stanford, cuyos alumnos fundaron compañías como Google, HP, Paypal, Netflix, Linkedin, YouTube... Hennessy compró 65.000 acciones de Google en la primera oferta pública. En 2017 recibió el Premio Turing, el máximo galardón en ciencias de la computación. Y, en 2021, el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA.
XLSemanal. Silicon Valley es un centro de poder mundial. Y en Europa preocupa el tamaño de algunas compañías, más poderosas que muchos países. Algunos proponen dividirlas...
J.H. Dividir estas compañías aumentaría la ineficacia. Y ralentizaría el ritmo del progreso, sobre todo en el caso de la inteligencia artificial, que necesita centralizar los esfuerzos para avanzar. Es muy difícil trocear una gran compañía y que tenga sentido. Entiendo las preocupaciones, pero creo que también hay que preocuparse de todas las industrias que se pierden las oportunidades de la era digital. Es aleccionador, por ejemplo, cómo la industria musical que se resistía al streaming, ahora vende más música que nunca. Pero creo que también hemos cometido errores en Internet.
XL. ¿Por ejemplo?
J.H. El peor fue no implementar un sistema de micropagos que te permita acceder fácilmente a lo que quieras y que, si cuesta menos de un dólar, ni siquiera te pregunte, para que el dinero vaya a los creadores de contenido de una manera más fluida. Es mejor que las pasarelas de pago. No vas a suscribirte a veinte periódicos, pero puede que te interesen noticias de veinte periódicos diferentes.
XL. Hubo un tiempo en que se pensaba que Silicon Valley resolvería los problemas del mundo, ahora muchos creen que solo busca hacer dinero...
J.H. Bueno, es algo intermedio. Cuando yo empecé en Silicon Valley la motivación de la mayoría era hacer una tecnología que hiciera del mundo un lugar mejor. Ahora el objetivo de muchos es económico, pero los que triunfan suelen ser los que aspiran a mejorarle la vida a la mayoría.
XL. ¿Qué pasa cuando un producto fracasa?
J.H. Intentamos identificar cuáles eran las buenas y las malas ideas. Los usuarios no se adaptaron a las Google Glass, por ejemplo, pero se avanzó en el reconocimiento de imágenes. La tecnología rompedora es la que hace historia. Con el PC fue el procesador de textos. Con la realidad virtual y aumentada aún la estamos buscando más allá de los videojuegos.
«La gente tiene derecho a estar preocupada. Si nos fijamos en los albores de la Revolución Industrial, la tecnología creó nuevos trabajos y eliminó otros. Los gobiernos deberán ayudar mucho»
XL. Usted sostiene que un líder debe ser humilde. Difícil con tanto ego...
J.H. Ya, pero no eres tú el que importa, sino tu organización. Y siendo humilde te es más fácil pedir ayuda o consejo. Pero también hay gente arrogante con un gran talento para dirigir.
XL. ¿Por ejemplo?
J.H. Steve Jobs era un líder fuerte. Tenía su forma de ver las cosas... ¡y vaya si te lo dejaba claro! También podía ser humilde, a veces. Pero la arrogancia tiene un peligro y es que te puede llevar a una situación como la de Elizabeth Holmes [la fundadora de la biotecnológica Theranos, condenada por fraude]. Nadie quiere ser mala persona. Pero si das un primer paso en la dirección incorrecta, ya todo es cuesta abajo.
XL. ¿La mentalidad de «miente hasta que lo consigas»?
J.H. Sí, un líder debe decir la verdad, aunque duela. Como decía Abraham Lincoln: «Si no quieres mentir, no digas nunca una mentira» [ríe]. Es la primera mentira la que te lleva a la segunda y a exagerar lo que hace tu producto.
XL. Le cito: «Uno es tan bueno como su última buena idea». ¿Se aplica esta regla a sí mismo?
J.H. Sí, hasta cierto punto. Es un recordatorio de que siempre hay que mirar hacia adelante. O, si no, mejor retírate
XL. ¿De qué pasta está hecho un innovador?
J.H. Debe ser un visionario, pero no para predecir el futuro, sino para explorar las diferentes posibilidades que nos brinda y crear el futuro. ¿Sabe lo que me impresionó de Elon Musk? Que hace diez años dijo: «Vamos a hacer un coche eléctrico». Pero no cogió un coche con motor de combustión y le puso un motor eléctrico. No, cambia el concepto, lo repiensa de arriba a abajo. Y hace un coche totalmente nuevo.
XL. Las tecnológicas recopilan nuestros datos y, a cambio, nos facilitan la vida. ¿Es un trato justo?
J.H. Nadie quiere que la privacidad sea binaria: o todo o nada. Si no dejamos que guarden alguna información de nosotros, cada vez que utilicemos Google Maps deberíamos introducir nuestras credenciales. Se puede hacer, pero si colocas cookies (ficheros de rastreo) es mucho más ágil. Y dejas al usuario que decida si las acepta. La privacidad es una cuestión de matices. Se están haciendo progresos. Hay que dar a la gente más control y algunas tecnologías muy invasivas deberían limitarse.
"La arrogancia tiene peligros. Te puede llevar a una situación como la de Elizabeth Holmes (la fundadora de Theranos, condenada por fraude)"
XL. En España tenemos el espionaje de Pegasus muy reciente...
J.H. Pero eso va más allá, hablamos de ciberseguridad, que se ha convertido en un asunto explosivo. Aunque el mismo razonamiento vale. Hay que gestionar qué nivel de seguridad es apropiado sin perder agilidad en el uso. Puedes tener una seguridad muy alta, pero puede ser inconveniente. ¿Queremos meter contraseñas larguísimas cada dos por tres en cien sitios diferentes? Se necesita un equilibrio.
XL. China no tiene ningún recato en usar la tecnología para vigilar a su población. ¿Le preocupa que el Gobierno chino esté dando ideas al resto del mundo?
J.H. Sí. China ha llegado a la conclusión de que quiere controlar las tecnologías de comunicación masivas. Esto ya ha tenido consecuencias a nivel mundial, dividiendo Internet y poniéndole puertas. Y puede empeorar.
XL. ¿Una inteligencia artificial ganará el premio Nobel algún día?
J.H. Si se alcanza la inteligencia artificial general, que es el santo grial, es muy posible. Pero no el de Literatura [ríe].
XL. La ley de Moore estableció que cada dos años se duplicaría el número de transistores en un microchip. Pero estamos llegando a los límites físicos de la materia. ¿Es el fin de la era del silicio?
J.H. La ley de Moore nos ha garantizado el progreso durante cincuenta años. Cualquier teléfono móvil tiene más memoria que el conjunto de todos los ordenadores que había en el mundo en 1970. Pero hemos llegado a niveles de miniaturización de escala atómica. Precisamente ahora que la inteligencia artificial se ha hecho tan compleja que requiere cada vez más tiempo de procesamiento. Estamos en un rumbo de colisión.
Si la industria del automóvil hubiera progresado tanto como los procesadores, un coche cruzaría Estados Unidos en dos minutos
XL. ¿Tan grave es?
J.H. Seguro que su ordenador va como un tiro, pero a usted le parecerá lento [ríe]. Si la industria del automóvil hubiera progresado tanto como la velocidad de los microprocesadores, un coche cruzaría Estados Unidos en dos minutos. Estamos obligados a pensar nuevas maneras de diseñar ordenadores. Pero las alternativas al silicio, sea el ordenador cuántico o la electrónica orgánica basada en el carbono, todavía están lejos. Los físicos investigan, pero hasta que los ingenieros puedan aplicar los conceptos pasarán veinte años.
XL. ¿El progreso puede estancarse?
J.H. Se progresa a oleadas. Siempre hay puntos de inflexión. Aparece el primer ordenador personal y, de repente, todo el mundo tiene uno en casa, cuando cinco años antes nadie veía la necesidad.
XL. Estamos ante una de esas oleadas: la cuarta revolución industrial, de la que unos hablan con ilusión y otros con inquietud.
J.H. Los ciudadanos tienen derecho a estar preocupados. Si nos fijamos en los albores de la revolución industrial, la tecnología creó nuevos trabajos y eliminó otros. Lo que hace diferente a la inteligencia artificial es que se extiende mucho más rápido que cualquier otra tecnología del pasado. Puede que no nos dé tiempo a adaptarnos. Los gobiernos van a tener que ayudar a mucha gente, reeducarla para esos nuevos trabajos.
XL. ¿Estamos preparados para la inteligencia artificial general?
J.H. No, esta tecnología no solo cambia nuestra forma de trabajar o interactuar. Tiene muchas más implicaciones. No hay acuerdos internacionales y debería haberlos. Hay mucha gente trabajando en esto a la que asusta, por ejemplo, su uso como arma. Debería prohibirse, como se hizo con los gases venenosos y la guerra biológica.
XL. La Universidad de Stanford, de la que usted fue rector, es el motor intelectual de Silicon Valley. ¿Qué la hace diferente de otras?
J.H. Valora mucho la innovación disruptiva y atrae a gente que piensa diferente y que está dispuesta a tomar riesgos. Y es un imán para el talento de todo el mundo. Tu impacto no termina cuando publicas en una revista científica, sino cuando tu idea llega a Silicon Valley. El mejor ejemplo son Larry Page y Serguéi Brin, que crearon el algoritmo que dio lugar a Google cuando eran alumnos de Stanford. Había otros motores de búsqueda muy buenos. Ellos perfeccionaron el suyo hasta que fue el mejor. Todavía me acuerdo del día que vi su demo. Fue impresionante.
XL. Todavía hay pocas mujeres en carreras tecnológicas.
J.H. Pero se está avanzando. Hace veinte años esto estaba lleno de muchachos que habían crecido con los videojuegos. A medida que la tecnología se ha extendido, más chicas se han interesado.
TITULO: EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles -8- Junio - ¿Debe tener la UE bombas atómicas?,.
En la tuya o en la mía - Miercoles - 8- Junio ,.
En la tuya o en la mía', presentado por Bertín Osborne, acerca a los espectadores el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en La 1 a las 22:30, el miercoles -8- Junio , etc.
EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles - 8- Junio - ¿Debe tener la UE bombas atómicas?,.
¿Debe tener la UE bombas atómicas?,.
La conciencia del piloto de Hiroshima
Claude Eatherly fue el encargado de supervisar que las condiciones atmosféricas fuesen aptas antes de que se lanzasen las bombas atómicas sobre Japón. Nunca pudo superar su participación en ese acto,.
foto / Sin conciencia moral no hay humanidad posible. Era lo que nos mostraba el cuento William Wilson, de Edgar Allan Poe. Cada vez que Wilson se disponía a cometer un acto inmoral, aparecía inesperadamente otro William Wilson, la personificación de su conciencia, para impedirlo con un «susurro apenas perceptible».
Pero la conciencia moral pide siempre un alto precio. Así lo demuestra la historia de Claude Eatherly, piloto del Straight Flush, encargado de asegurar que las condiciones climatológicas fueran las adecuadas en la misión del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima. Dio la señal de «adelante» al bombardero Enola Gay y cumplió con su deber de soldado.
Los susurros de Hiroshima
Sin embargo, limitarse a obedecer no le eximió de escuchar los susurros de la conciencia. No dejó de imaginar el infierno que había ayudado a causar al obedecer aquellas órdenes. ¿Cómo se podría permanecer impasible ante tal barbarie? Lo extraño hubiese sido dormir el sueño de los justos.
En sus pesadillas, una voz interior le recordaba el horror de masacrar a ochenta mil personas en un instante. En los días y meses que siguieron, la tormenta de fuego que abrasó la ciudad y las radiaciones causaron atroces sufrimientos a decenas de miles de personas. ¿Cómo podría Eatherly sortear la angustia de su responsabilidad? ¿Cómo alejar de su pensamiento las espantosas imágenes de millares de cuerpos desgarrados por el fuego?
En Japón, los supervivientes de la bomba atómica fueron estigmatizados, discriminados porque se creía que la radiación era contagiosa. Se les llamaba hibakusha y estaban afectados por desfiguraciones físicas, mutilaciones y enfermedades provenientes de la radiación como el cáncer. Para empeorar las cosas, la lluvia negra extendía las partículas radiactivas y, dada la escasez de agua, los desesperados supervivientes abrían sus bocas al cielo para saciar la sed.
La obediencia ciega
En ocasiones, el deber es el deber. Y los susurros de la conciencia se silencian cuando se hallan justificaciones, por malintencionadas que sean. Podríamos decirnos «simplemente cumplía órdenes, luego no soy responsable». O «era imposible actuar de otro modo» y «el fin justifica los medios». Son mecanismos para atenuar la tensión psicológica llamada disonancia cognitiva, es decir, el malestar que sentimos porque lo que hacemos contradice nuestras creencias y valores morales.
La obediencia ciega nos descarga de la responsabilidad moral de nuestros actos. Es como tomar un tranquilizante que anestesia la conciencia y nos vuelve insensibles al dolor ajeno. Acabamos convertidos en meras piezas de un gran engranaje, como advertía el escritor Ernesto Sábato. Y una pieza intercambiable no debe tener conciencia moral sino, sencillamente, funcionar como un autómata.
Elogio de la mala conciencia
La tragedia de Eatherly fue que no pudo mirar para otro lado y dejar de ser humano. Se enfrentó a sus demonios y a su culpa. No se dejó narcotizar por los subterfugios acostumbrados para limpiar la conciencia.
El precio que pagó fue una vida atormentada por la mala conciencia. Su anomalía fue conservar la humanidad y no buscar refugio en el autoengaño. Durante años cometió delitos inexplicables atormentado por la culpa, como robar en comercios sin llevarse el dinero. Lo que buscaba era reafirmar su responsabilidad moral. Intentó suicidarse en varias ocasiones y pasó por correccionales e instituciones mentales militares como la de Waco, en Texas.
La poeta Wislawa Szymborska tituló uno de sus poemas Elogio de la mala conciencia de uno mismo. Permítanme que por su belleza y sabiduría lo cite in extenso:
El ratonero no tiene nada que reprocharse.
Los escrúpulos le son ajenos a la pantera negra.
No dudan de lo apropiado de sus actos las pirañas.
El crótalo se acepta sin complejos a sí mismo.
No existe un chacal autocrítico.
El tábano, la langosta, la tenia y el caimán
viven como viven y así están satisfechos.
Cien kilos pesa el corazón de la orca,
pero en otro sentido es ligero.
No hay nada más bestial
que una conciencia limpia
en el tercer planeta del Sol.
La moral decadente
Podemos trucar el espejo para que no muestre nuestras miserias y desviar la mirada, de modo que las infamias se abismen en el pozo del olvido. Que sea el retrato de Dorian Gray, tal y como escribió Oscar Wilde, el que guarde en secreto el testimonio de nuestras vilezas y no mostremos a los demás más que la fingida belleza de una conciencia maquillada.
El escritor Robert Jungk observó que el caso Eatherly ponía al descubierto la hipócrita y decadente moral de su época: «La bondad es considerada una ingenuidad; la integridad, una estupidez; la compasión, una debilidad; el amor al prójimo, un signo de demencia».
El dolor moral de Eatherly se consideraba poco menos que una traición, puesto que desenmascaraba las miserias de su tiempo. Durante su estancia forzosa en el psiquiátrico de Waco mantuvo correspondencia con el filósofo Gunther Anders. Era una especie de terapia en la que ambos, activistas del pacifismo, mostraban sus inquietudes ante la amenaza nuclear. En una de sus cartas, Eatherly escribió: «La sociedad no puede aceptar mi culpa sin reconocer simultáneamente en sí misma una culpa mucho mayor».
Los ecos de Hiroshima
A su manera, Eatherly también fue una de las víctimas de la locura belicista, el verdugo convertido en otra víctima más del delirio suicida de la guerra. El filósofo pacifista Bertrand Russell escribió con sobrada razón: «Cada individuo que sufre en el mundo representa un fallo de la cordura humana y de la humanidad común».
En el cuento de Poe, William Wilson da muerte a su propia conciencia. Justo antes de morir, el otro Wilson, su espejo moral, le susurra:
«Has vencido y me entrego. Pero también tú estás muerto desde ahora… muerto para el mundo, para el cielo y para la esperanza. ¡En mí existías… y al matarme, ve en esta imagen, que es la tuya, cómo te has asesinado a ti mismo!»
Resonaban en la atormentada mente de Eatherly los estridentes susurros de su conciencia, del otro Eatherly, los infernales ecos de Hiroshima imaginados por el compositor Krzysztof Penderecki.
TITULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes -3- Junio - Isabel Coixet: 'La muerte en directo',.
MI CASA ES LA TUYA - VIERNES -3- Junio ,.
MI CASA ES LA TUYA -', presentado por Bertín Osborne,.
acerca a los espectadores el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en Telecinco a las 22:00, el viernes -3- Junio ,etc.
EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes- 3- Junio - Isabel Coixet: 'La muerte en directo',.
Isabel Coixet: 'La muerte en directo',.
reo que no hay dos hashtags que me horroricen más que #sevienencositas y #estápasando. El primero, el de las cositas, me produce urticaria: no me gusta nada el uso indiscriminado de los diminutivos («un besito», «bebita», «amorcito», «cosita») y veo una amenaza apenas velada en el «se vienen». Es como si oliera un espanto que se avecina. El «está pasando» me produce literalmente pavor.
Normalmente veo que la gente lo utiliza para hablar de cosas estupendas que pasan: inauguraciones, fiestas, estrenos, bodas, bautizos, celebraciones, presentaciones... en fin, los mil y un actos sociales que pueblan Instagram y que muestran la vida formidable que mucha gente que no se pierde la apertura de un sobre tiene y publicita para probarse a sí misma y a los demás su propia y fundamental importancia. Lo que ocurre es que vivimos en un mundo en el que el horror también se retransmite en directo. Un mundo en el que un chaval de 18 años entra en un supermercado con una escopeta comprada en una tienda de antigüedades y retransmite en directo por el canal Twitch, la plataforma teóricamente de juegos, la matanza de 13 personas, 11 de color y 2 blancas. Twitch pertenece a Amazon, y la plataforma tardó dos minutos en parar la retransmisión de los crímenes, pero para entonces ese vídeo, ese criminal #estápasando, ya se había compartido por todas partes, por mucho que Angela Hession, la presidenta de Twitch, alegara que «habían reaccionado con mucha celeridad teniendo en cuenta las circunstancias». Lo que quiere decir que Twitch tardó dos minutos en distinguir la muerte real de 13 personas en directo con un juego más de los que los millones de seguidores de Twitch comparten cada día.
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