TITULO: Cartas Olvidadas - Los franceses eligen presidente: “Voto con la cabeza, no con el corazón, y cruzando los dedos”,.
Los franceses eligen presidente: “Voto con la cabeza, no con el corazón, y cruzando los dedos”,.
foto / Francia decide este domingo entre el centrista Macron y la ultraderechista Le Pen. A las 17.00, la participación era del 63,23%, dos puntos menos que en 2017,.
Votar este domingo en la escuela Françoise Dolto de Aubervilliers, en las afueras de París, es fácil y rápido. No hay colas en este día primaveral y de comienzo de las vacaciones escolares en Francia en que los franceses están llamados a elegir entre el centrista Emmanuel Macron y la ultraderechista Marine Le Pen que gobernar los próximos cinco años. Ninguno de los dos candidatos finalistas fue la primera opción de la mayoría de los que este domingo vienen a votar a este colegio de primaria en el centro de esta comuna de 83.000 habitantes a las puertas de la capital francesa.
A las 17.00, la participación era del 63,23%, dos puntos menos que en las elecciones de 2017 a la misma hora, cuando alcanzó el 65,3%. A las 12.00, el 26,41% de los franceses llamados a las urnas habían votado, un punto más que en la primera vuelta de hace dos semanas, pero por debajo del 28,23% de la segunda vuelta de 2017 (a la misma hora) que también enfrentó a Macron y Le Pen. No son datos necesariamente indicativos. En 2002, cuando Francia fue llamada por primera vez a hacer un cordón sanitario contra la extrema derecha que resultó en un nivel alto de participación al final de la jornada, este, al mediodía, era más bajo que este domingo (26,19%).
Aubervilliers, como todo el departamento periférico de Seine-Saint-Denis, es territorio mélenchonista, un lugar donde arrasó el líder izquierdista Jean-Luc Mélenchon, que quedó tercero en la primera vuelta presidencial. Los 7,7 millones de votos que recibió el 10 de abril podrían ser decisivos dos semanas más tarde, en unas elecciones a las que la extrema derecha llega más fuerte que nunca y donde la abstención puede volver a hacer inclinar la balanza.
Guillaume Descamps es consciente de esa amenaza. Por eso, no ha dudado en venir a votar este domingo para “cerrarle el paso a las ideas fascistas, racistas, antisemitas y antifeministas” que representa Marine Le Pen “aunque lo oculte bien”, dice este trabajador social de 30 años que, en la primera vuelta, votó por Mélenchon. Catherine, otra vecina de Aubervilliers que prefiere no dar su apellido, también ha votado “con la cabeza, no con el corazón”, y sale del colegio electoral “cruzando los dedos” para que este domingo, como predicen las encuestas, gane Macron, aunque tampoco la convenza. “Pero con él, al menos, habrá una posibilidad de seguir protestando. Con Le Pen no”, razona. Para Samira, una abuela que porta el velo musulmán (su hija treintañera que la acompaña, no) que Le Pen ha prometido prohibir en los espacios públicos, cree que los dos candidatos “son la misma cosa”, pero era importante venir a votar porque, al final, dice, con Le Pen gente como ella acabará pagando los platos rotos.
Casi 49 millones de franceses están llamados este domingo a elegir a la persona que quieren que dirija sus designios durante los próximos cinco años. Pero estos comicios son mucho más que eso, son una elección entre dos modelos de Francia, y hasta de Europa, de la concepción del mundo, que se les ofrecen.
El del centrista Emmanuel Macron es conocido. El presidente saliente, que aspira a convertirse en el primer mandatario reelecto de los últimos 20 años (ninguno de sus predecesores inmediatos lo consiguió), defiende una Francia moderna e integrada firmemente en una Europa que quiere reforzar. Promete una continuidad tras un mandato marcado por conflictos sociales (chalecos amarillos) y crisis sanitarias (pandemia) y hasta internacionales (guerra de Ucrania), pero que pese a todo ha logrado impulsar el crecimiento y el empleo.
El de Marine Le Pen, la candidata de extrema derecha que por segunda vez logra llegar a la final de unas presidenciales, es un modelo antiglobalización, con una visión trumpista de “Francia y los franceses primero”. Busca convertir la actual Unión Europea en una Europa de naciones (lo que significaría una salida de facto del bloque) y privilegia las relaciones con países como Rusia, mientras dice anteponer los intereses, derechos y hasta ayudas sociales a los franceses sobre los de los inmigrantes.
Las de este domingo son las primeras elecciones donde se tambalea el frente republicano, el cordón sanitario que surgió hace justo 20 años, cuando llegó por primera vez a una segunda vuelta un líder de la extrema derecha, Jean-Marie Le Pen, padre de la hoy candidata. El cansancio de tener que votar una y otra vez para impedir la victoria de Le Pen o de su partido y no por la convicción propia ha hartado a muchos franceses, sobre todo a las generaciones jóvenes que han crecido con un Frente Nacional, hoy Reagrupamiento Nacional, integrado en el panorama político. A ello se une el hecho de que, aunque Macron acaba su gestión con una tasa de aprobación alta, de entorno al 40%, genera un profundo rechazo personal en no pocos electores que lo consideran “arrogante” y alejado de sus preocupaciones diarias. Y eso Le Pen lo ha sabido aprovechar, intentando revertir el frente republicano en un frente anti-Macron en el que ella se erige como la defensora del “pueblo” ante la “casta” y la “oligarquía”, como ha reiterado en sus mítines.
Es lo que ha llevado a Richard Serrali, de 69 años que votó en la primera vuelta por Mélenchon, a hacerlo este domingo por Le Pen. “Macron solo protege a los ricos. Otros cinco años de Macron serían el caos”, afirma este jubilado nacido hace 69 años en la isla francesa de la Reunión, al este de Madagascar que, juntando la pensión que recibe como antiguo legionario y como camionero, logra reunir unos 2.000 euros al mes. Los pisos del bloque de viviendas entre Aubervilliers y la vecina La Courneuve, donde lleva viviendo 23 años, se alquilan ya a 1.300 euros, dice. “¿Cómo lo va a pagar un obrero que tenga hijos?”, se pregunta.
La clave: la participación
Una vez más, una de las claves de esta jornada estará en la tasa de participación, más allá de la transferencia de votos mélenchonistas a uno y otro candidato.
La abstención, según los analistas, podría volver a superar el 26%, por encima del 23,7% de la segunda vuelta que hace cinco años enfrentó a los mismos candidatos y, sobre todo, mucho más alta que cuando Le Pen padre intentó disputarle la presidencia a Jacques Chirac en 2002, 20,2%.
Entre los abstencionistas hay mucho voto de rabia y, también, un sentimiento que en Francia ha sido calificado como de ni-ni: ni Macron ni Le Pen. Beatrice Mittedette pertenece a los primeros. No ha ido a votar, como no lo ha hecho nunca, dice esta desempleada madre de un pequeño de dos. “Tengo 39 años y nunca nadie ha hecho nada por mí”, dice enfadada tras contar que lleva desde 2014 esperando la adjudicación de una vivienda social con su marido, Mohammed, un argelino que también lleva años esperando poder regularizarse. “Pero siempre hay un problema y me piden un papel más”, añade él, harto.
Elodie Lebourd tampoco pisará este domingo un centro de voto. “No voto entre la peste y la cólera”, resume esta educadora y “comunista de corazón” su decisión. Se mantiene firme, aunque sabe que con Le Pen las cosas podrían ponerse más difíciles para los muchos niños migrantes con los que trabaja, o incluso para su pareja, oriundo de Cabo Verde y con quien tiene una hija de tres años. “No puedo votar por Macron, no puedo. He visto cómo destruye la escuela”, se justifica esta mujer que dice “militar por el voto en blanco” como voto protesta.
Conscientes de que hay que dar ejemplo para alentar una mayor participación, la mayoría de los dirigentes políticos acudieron pronto a votar. Entre los más madrugadores estuvieron el exprimer ministro de Macron, Édouard Philippe, que votó minutos después de que abrieran los colegios electorales, a las 8.00, en Le Havre, de donde es alcalde. Poco antes de las nueve votaban en París la socialista Anne Hidalgo y la conservadora Valérie Pécresse. Los resultados desastrosos de ambas en la primera vuelta, por debajo del 5% necesario para reembolsar los gastos de campaña, han supuesto la implosión total de dos partidos, el Socialista y Los Republicanos, que vertebraron la política francesa las últimas décadas y ahora buscan cómo sobrevivir y volver a tener peso político.
Le Pen votó a las 11.00 en Hénin-Beaumont, la localidad en el norte del país que ha convertido en su bastión (es diputada por esta región de Pas-de-Calais). Macron lo hizo pasado el mediodía en Touquet, la localidad costera donde tiene la casa familiar de su mujer, Brigitte Macron, y donde pasó la jornada de reflexión del sábado paseando por la playa. Ambos deben regresar durante la jornada hasta París para seguir los resultados finales y pronunciar su discurso de victoria, o derrota.
TITULO: Cartas en el Cajon - Vayan a votar; es bueno para el corazón ,.
La UE ha creado una cooperación real entre cientos de millones de personas, sin imponer un gobierno único. Si el experimento europeo fracasa, ¿cómo podemos esperar que triunfe el resto del mundo?,.
Algunas personas no se molestan en participar en las elecciones europeas porque creen que un voto nunca cambia nada. No es verdad. Quizá el voto que usted deposite no cambie el equilibrio de poder en el Parlamento Europeo, pero desde luego le transformará a usted. Es importante adoptar una posición moral para mantener su corazón en forma: si no, el corazón se endurece y se osifica, y la próxima vez que necesite luchar por algo —no necesariamente en las urnas— le costará más hacerlo.
Otros justifican su indiferencia diciendo que “todos son igual de malos”. No es verdad. Incluso cuando todos los bandos son malos, pocas veces son igual de malos. En la historia, muchas veces, no nos encontramos con luchas entre buenos y malos, sino entre malos y peores. Se podría escribir toda una enciclopedia sobre los crímenes de los aliados en la II Guerra Mundial, los horrores del régimen soviético, el racismo del Imperio Británico y las injusticias de la sociedad estadounidense. Aun así, había que apoyar a los aliados, y no permanecer indiferentes y decir: “Qué me importa quién gane, son todos iguales”. En 1933 hubo muchos alemanes que no se molestaron en votar. “Qué más da”, se dijeron a sí mismos, “todos los políticos son iguales”. Pues no. Algunos políticos son mucho peores que otros.
De hecho, en la mayoría de los casos, hay algunos políticos honrados. El que utiliza el argumento de que “todos los políticos son iguales, todos son unos corruptos, todos son unos mentirosos” suele ser el más corrupto de todos. Un político que quiere justificar sus vicios elevándolos a universales. No caigan ustedes en esa trampa.La Unión Europea ha aportado paz a Europa y estabilidad al mundo entero. Pero ahora está en crisis. Los europeos, por tanto, se enfrentan a unas cuantas decisiones morales de crucial importancia, que conformarán el futuro de Europa y de la humanidad en su conjunto. Los que ven esas decisiones con indiferencia son personas que han perdido la brújula moral. Quienes esperan a que aparezca una alternativa perfecta para tomarse la molestia de salir de casa seguirán esperando hasta el fin de los tiempos.
No esperen. Salgan. Vayan a votar.
¿Por quién votar?
No soy quién para recomendar a un partido o un candidato concreto. Pero sí puedo decir que la prosperidad y la supervivencia de la humanidad en el siglo XXI dependen de que haya una verdadera cooperación regional y mundial. Es la única cosa capaz de prevenir la guerra nuclear, detener el cambio climático y regular tecnologías disruptivas como la inteligencia artificial (IA) y la bioingeniería. De modo que hay que votar por partidos que promuevan esa cooperación regional y mundial.
Recuerden que ningún país, por fuerte que sea, puede construir un muro contra el invierno nuclear. Ningún país puede construir un muro contra el calentamiento global. Y ningún país puede regular la IA y la bioingeniería por sí solo, porque no controla a todos los científicos e ingenieros del mundo. Pensemos, por ejemplo, en la realización de experimentos de ingeniería con seres humanos. Todos los países dirán: “No queremos hacer estos experimentos, somos los buenos. ¿Pero cómo sabemos que nuestros rivales no los están haciendo? No podemos permitirnos quedar atrás. Así que debemos hacerlos antes que ellos”. Lo único que puede impedir unas rivalidades tan catastróficas es construir confianza entre los países, en lugar de muros. Una confianza como la que existe hoy entre Francia y Alemania, y que parecía pura fantasía hace solo 70 años.
Sin embargo, algunos políticos insisten en que existe una contradicción fundamental entre globalismo y nacionalismo e instan a la gente a rechazar el primero y adoptar el segundo. Pero esto parte de un error fundamental. No existe contradicción entre nacionalismo y globalismo. Porque el nacionalismo no consiste en odiar a los extranjeros. El nacionalismo consiste en cuidar de nuestros compatriotas. Y en el siglo XXI, para proteger la seguridad y la prosperidad de nuestros compatriotas, debemos cooperar con los extranjeros. Por consiguiente, un buen nacionalista debería ser también globalista.
El globalismo no significa abandonar todas las lealtades y tradiciones nacionales, ni tampoco abrir la frontera a una inmigración sin límites. El globalismo significa dos cosas mucho más modestas y razonables.
En primer lugar, un compromiso con ciertas normas mundiales. Unas normas que no niegan la singularidad de cada país ni la lealtad de su gente. Unas normas que se limitan a regular las relaciones entre países. Un buen ejemplo es la Copa Mundial de Fútbol. Se trata de una competición entre países, y la gente suele exhibir una feroz lealtad a su selección nacional. Pero, al mismo tiempo, es un despliegue asombroso de armonía global. Francia no puede jugar al fútbol contra Croacia si los franceses y los croatas no se ponen antes de acuerdo sobre las reglas del juego. Hace mil años habría sido absolutamente imposible reunir a personas de Francia, Croacia, Argentina y Japón para jugar juntos en Rusia. Aunque se les hubiera podido llevar allí, nunca habrían acordado unas reglas comunes. Pero hoy, sí. Eso es el globalismo. Si a usted le gusta el Mundial de fútbol, es un globalista.
El segundo principio del globalismo es que, a veces, es necesario dar prioridad a los intereses mundiales por encima de los nacionales. No siempre, pero sí a veces. Por ejemplo, en la Copa del Mundo, todas las selecciones aceptan no emplear drogas prohibidas para mejorar su rendimiento. Es posible que una selección pudiera ganar si administra drogas a todos sus futbolistas, pero no debe hacerlo porque, en ese caso, las otras selecciones también lo harían, el Mundial acabaría siendo una competición entre bioquímicos, y eso destruiría el deporte.
Igual que en el fútbol, también en economía debemos encontrar un equilibrio entre los intereses nacionales y los mundiales. Incluso en un mundo globalizado, la inmensa mayoría de los impuestos que pagamos van dirigidos a pagar la sanidad y la educación de nuestro propio país. Ahora bien, en ocasiones, los países acuerdan frenar su desarrollo económico y tecnológico para impedir catástrofes ecológicas y la difusión de tecnologías peligrosas.
La Unión Europea, hasta ahora, ha sido el experimento más logrado de la historia en la búsqueda del equilibrio adecuado entre los intereses nacionales, regionales y mundiales. Ha creado una cooperación real entre cientos de millones de personas, sin imponer un gobierno único, una lengua única ni una nacionalidad única a todos. Ha creado armonía sin imponer la uniformidad. Si Europa puede enseñar al resto del mundo a fomentar la armonía sin uniformidad, la humanidad tendrá muchas posibilidades de prosperar en este próximo siglo. Si el experimento europeo fracasa, ¿cómo podemos esperar que triunfe el resto del mundo?,.
TITULO : REVISTA TENIS -Nadal es eterno: 14 títulos en París, 22 de Grand Slam,.
Nadal es eterno: 14 títulos en París, 22 de Grand Slam,.
El balear vence a Ruud para recuperar el trono de Roland Garros con su 14º trofeo y suma dos más que Federer y Djokovic en majors.
Una vez más, y van 14, los astros se alinearon en Roland Garros para que ( foto ) Rafa Nadal triunfara en un lugar donde no fue querido al principio y del que ahora es amo y señor. Al balear le rodea una mística en París, un halo mágico que hace que prácticamente casi siempre las cosas le vayan bien. Este domingo se esperaba tormenta en la capital francesa a la hora de la final, pero la lluvia no apareció y el sol, poco a poco, empujó hasta que las nubes se abrieron completamente, dejando libre justo el espacio que ocupa la pista Philippe Chatrier. Allí, Nadal, con el pie izquierdo anestesiado, ganó a Casper Ruud por 6-3, 6-3 y 6-0 en dos horas y 18 minutos para recuperar el trono y levantar su 14ª Copa de los Mosqueteros (nadie ha ganado tanto en un mismo evento), 17 años justos después de morder la primera el 5 de junio de 2005. Así sumó el 22º título de Grand Slam, dos más que sus perseguidores del Big Three, Djokovic y Federer (el suizo estaba en la ciudad). Sin muchos aspavientos, con respeto hacia su oponente y amigo al que abrazó, Rafa dejó caer su raqueta, se tapó la cara con las manos antes de agacharse y erguirse después con los brazos en alto y lágrimas en los ojos. Aunque uno lo haya visto en tantas ocasiones, siempre emociona.
Nadal logra por fin ganar en Melbourne y Roland Garros en un mismo curso, y con su ranking de entrada más bajo, el número cinco (el lunes será el cuatro). Y es el cuarto tenista que vence a cuatro top-10 seguidos (Auger-Aliassime (9º), Djokovic (1º), Zverev (3º) y Ruud (8º)) camino del título de un major tras Mats Wilander en París (1982) y Federer en Melbourne (2017). Con 36 años y dos días, también es el campeón más mayor del torneo, honor en el que sucede a otro español, Andrés Gimeno, que lo fue con 34 años y 10 meses en 1972. "No sé lo que me espera en el futuro, pero voy a seguir luchado para continuar", dijo en la entrega de trofeos.
on su hábil narrativa, Rafa, consumado experto en manejar situaciones delicadas en los torneos más importantes, se colocó en un papel secundario, por debajo de otro candidatos como el propio Djokovic e incluso Carlos Alcaraz. Venía con dudas reales por culpa de su dichoso pie, el que casi le hizo retirarse en Roma cuando jugaba contra Shapovalov. Semanas antes, una lesión en las costillas había frenado su impecable trayectoria con los títulos de Melbourne, el Open de Australia y Acapulco. Cabalgaba con 20 victorias consecutivas hasta que le sobrevino ese problema costal en la final de Indian Wells ante Fritz. Ya había logrado lo imposible antes, en la antípodas con aquella remontada increíble frente a Medvedev. Y en Roland Garros, entre rumores de retirada generados por sus propias palabras, repite éxito, sin tanta épica, pero con idéntico mérito. Lo consumó el último día, aunque, con todos los respetos para Zverev y Ruud, Nadal ya había ganado la noche en la que derribó a Djokovic, justo después de que fuera eliminado Alcaraz, que hubiera sido su siguiente rival.
De menos a más
El mejor jugador sobre tierra batida desde 2020, con 66 triunfos, nueve finales y siete entorchados, se sintió sobrecogido ante la presencia de su ídolo y mentor en la Academia de Manacor, donde progresa desde 2018. Era el peor escenario posible ante el rival más complicado, al que además nunca se había enfrentado, aunque le conozca bien por los entrenamientos compartidos, para estrenarse en una gran final, y eso fue demasiado para él. Sin recurrir a su mejor tenis, Nadal minó la resistencia de Casper en el primer set, remontó tras un mal inicio en el segundo y le pasó por encima en el tercero cuando la luz solar y el calor impulsaron su estilo de juego, con la pelota menos hinchada y más viva para coger las revoluciones y los efectos que maneja con maestría el manacorí.
La final quedó un tanto deslucida, no nos engañemos, lo que no quita importancia ni virtud a la gesta de Rafa, un gigante que convive con el dolor desde el inicio de su carrera, y aun así ha logrado prevalecer como el mejor tenista de todos los tiempos. Seguro que él recordará este título como uno de los más especiales por todo lo sufrido antes y durante. Jugando fenomenal, bien, regular e incluso mal, es capaz de ser el más grande en casi cualquier circunstancia, por esa mentalidad inquebrantable que tantos admiran y que algunos envidian. La que le ha convertido en leyenda, por los siglos de los siglos. El deporte, y sobre todo la gente a la que hace tan feliz, le desean una larga vida.
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