TITULO: Cartas en el tiempo - Insomnios,.
Cartas en el tiempo ,.
Miércoles - 3 - Julio a las 20:00 en La 2 / fotos,.
Insomnios,.
Pedro Simón (Madrid, 1971) es un Livingstone de las periferias. Alérgico a la pureza, lleva treinta años explorando territorios agrietados, poniendo la mirada y la palabra en esa gente que, cuando termina la fiesta de la multimillonaria, rebusca en los cubos de basura algo que llevarse a la boca. En los heridos, en los desterrados, en los invisibles. También en los renacidos, como intentando demostrar que la conjugación del verbo “resucitar” no es cosa exclusiva de Jesús de Nazaret. Pedro, ese progresista de Carabanchel ideológicamente desencantado, ese referente periodístico del Atleti –en fin, nadie es perfecto–, Premio Espasa por Los ingratos, acaba de publicar Las malas notas (Espasa, 2023), una recopilación de reportajes y columnas. Por ello le íbamos a entrevistar, en un primer momento, en el Café Varela. Un abrevadero bien ubicado, céntrico, donde nos conocen, etcétera. Sin embargo, un día antes del encuentro, resulta que estás comiendo con un amigo en común, Jero García, Pedro le llama, Jero le dice que te está invitando en un bar del Lucero cojonudo, Pedro se pica, cambia el lugar de la entrevista y te manda a su territorio, a La Peseta, a un sitio que responde al nombre de La Maluca. Y allí nos plantamos, claro. Hay un robot que no sé muy bien qué hace pero que está hasta arriba de bandejas, platos y cubiertos. “Este barrio se está amariconando”, apunta el periodista de El Mundo.
—Parafraseando al imputado Laporta, ¿existe un colchonerismo sociológico?
—Sí. Creo mucho en aquello que decía Juan Luis Cano: “Todo el mundo es del Atleti, sólo que hay gente que no lo sabe”. Porque, en la vida, casi siempre pierdes más que ganas. Hay mucha final de Lisboa y mucha final de Milán cada mañana, en muchas casas. Trasegar con eso tiene que ver con una sociología del Atleti que me interesa y a la que me arrimo. Me hace mucha gracia: muchos de los protagonistas de mis reportajes suelen ser del Atleti (risas). No sé si es que el batallón de derrotados suele estar llena de gente del Atleti, pero es así.
—Por curiosidad, ¿sabe de qué pie futbolístico cojea Plácid García-Planas?
—Como me equivoque, me va a matar… Le pega ser del Espanyol, pero creo que es del Barça, que es muy culé.
—Se le perdona. Es un periodista tan extraordinario…
—Le admiro muchísimo. Le cito mucho, me encanta lo que escribe, tiene libros maravillosos, es una persona de una generosidad acojonante, muy valiente… Es un tipo que nos lleva a mirar cosas que, generalmente, no queremos mirar. Esa debiera ser la tarea del reportero. Además, me parece que Plácid es un reportero humanista, que es lo que alguien dijo, no recuerdo quién, sobre Aldecoa.
—Cita a García-Planas al comienzo de Las malas notas: “Un reportero es como un taxista porque es alguien que te lleva de viaje”. ¿Ha menguado en los periódicos la oferta de viajes?
—Sí. Esto lo dijo Felipe González en su época: hace tiempo que el poder económico embridó el poder político, y creo que el poder político ha embridado al poder periodístico. Es una especie de juego de muñecas rusas, ¿no? Sobre todo, a raíz de la última crisis grande, la provocada por la quiebra de Lehman Brothers. Ahí noté que se le escapó independencia a los periódicos. De tal modo, lo que más importa en los medios, lo más hegemónico, es lo que tiene que ver con el poder. Ahora, más que nunca. Así, los reportajes que tienen más que ver con las periferias y lo humano se han ido arrinconando. No me quejo, mi periódico se sigue gastando dinero en mandarme a sitios. Pero no es lo habitual. Lo habitual es que tiremos con una tecnología de puta madre que hace que ahora mismo podamos ver lo que ocurre, por ejemplo, en Gaza. Y lo que más me espanta es que tenga la gente el rostro de firmar eso desde Madrid, con su nombre y sus apellidos. Eso me desagrada bastante y es un fenómeno reciente, de hace cinco o seis años. Esto no pasaba ni hace diez, ni quince, ni veinte ni treinta años, esta cosa de refritar teletipos sin citar y poniendo tu nombre. Supongo que es un fenómeno que tiene que ver con recortar costes.
—“La oruga no termina de hacerse mariposa”, como dice Raúl del Pozo, pero, ¿hasta qué punto es responsable el lector, el oyente, el telespectador? ¿Acaso no se le habla en necio al vulgo porque lo paga?
—El que manda es el público. Tu pregunta me lleva a la siguiente reflexión: parte del tinglado se empezó a joder cuando cambiamos a los lectores por los clientes. Además, son clientes de pistolita en la sobaquera que dicen: “Yo pago y tú vas a decir lo que yo digo que tienes que decir”. Eso es muy fascista y muy cabrón y lo detecto en los medios. El tipo que entra en la cantina, como en un western, y dice: “Yo la tengo más grande que nadie y tú vas a hacer lo que yo diga. Porque, forastero, no hay hueco para los dos en este periódico”. Ahí se empezó a joder el tinglado, cuando perdimos al lector y ganamos un cliente que quiere refrendar su propio prejuicio, al que la verdad le importa poco, que quiere decir que los suyos son cojonudos y los otros muy malos. Que los buenos son los tigres y que hay que acabar con los leones. En ese juego de trincheras, el periodismo se diluye, se convierte en algo viscoso, en algo tóxico, en un ecosistema poco respirable. Esto lo noto cada vez más. Además, la gente joven que entra, entra más engorilada.
—¿Sí?
—Entra más dispuesta a hacer reportajes como el que es un soldado. “¿Qué tengo que hacer, mi general?”.
—Usted se refiere al “neolector”, un tipo que “no lee, patrulla”; “no opina, dicta sentencia”; “no simpatiza, milita”.
—Y un tipo que te amenaza de muerte. A mí me han amenazado de muerte. Detesto los comentarios de los lectores en los periódicos. Acabaría con ellos, radicalmente. De hecho, un montón de periódicos europeos ya han quitado los comentarios de los lectores. Porque un comentario del lector equivale a meter a alguien en el salón de tu casa y, la mayoría de las veces, si no hay un control, dejar que te arranquen las cortinas, te pinten las paredes y te orinen en el sofá. Todo eso lo puedes hacer, pero en tu casa, no en la mía. Lo único que hace eso es arañar la marca del periódico. Cuando Carlos Fresneda sacó el libro de su hijo, Querido Alberto… Su hijo falleció atropellado mientras hacía un grafiti en Inglaterra, a los veintipocos años. Manu Llorente le hizo una entrevista cojonuda en el periódico. Hablaba un padre que se dirige a su hijo muerto, grafitero, atropellado en Inglaterra. Y uno de los primeros comentarios que había en aquella entrevista, decía: “Ojalá, en vez de escribir este libro, hubieses educado mejor a tu hijo”. Otro comentario era: “No llames a tu hijo artista, llámale guarro”. Otro día, en una entrevista a Zapatero en agosto, el comentario número siete decía: “Hay que empalar a Zapatero”.
—¿No hay un moderador?
—En ese momento no lo había. O los controles fallan. Entonces, hay dos opciones: o tienes los comentarios absolutamente moderados, o eliminar los comentarios.
—Volvamos a la idea del reportaje como viaje. Usted ha decidido transitar por los caminos más incómodos y, a la vez, más humanos y verdaderos. ¿Qué ha aprendido del Homo sapiens ejerciendo este tipo de periodismo?
—Pues mira, lo que he aprendido es que la felicidad no tiene tanto que ver con las cosas buenas que nos pasan, con los premios que nos dan o con las tres ediciones que sacas con un libro de Pueblo (risas), sino con la gestión que hacemos de las cosas malas. Todo el mundo va a tener problemas en su vida. La gente de mis reportajes me enseña esto. Una señora de setenta y cuatro años, adicta al crack y a la heroína, que encuentra espacios de luz y que, a pesar de su infierno, encuentra su llama. Una mujer, Pilar, de cuarenta y tres años, con una hija de diez, que está en cuidados paliativos, que accede a contar su historia sabiendo que le quedan semanas de vida y que te sonríe, se ríe y te gasta una broma. Una tipa como Irene, que tiene anorexia a los dieciséis años, que esa anorexia se le replica a los cuarenta y tantos, que llega a pesar treinta y ocho kilos y que, a pesar de eso, tiene un proyecto de vida, tiene un hijo, tiene mucha luz y mucha fuerza. Toda esa gente gestiona muy bien el trauma, lo malo. Por eso tienen posibilidades de encontrar espacios de luz y de felicidad. Esta mañana (la entrevista se hizo el 26 de octubre) he estado presentando un acto de Cáritas. Había tres personas sin hogar, con historias muy terribles. Y están bien. Entonces, tu hernia discal o el suspenso de tu hijo en matemáticas pasan a ser una gilipollez. Creo que los reportajes tienen que funcionar como espejo. Y como un tirón de orejas. Y como una señal de stop que le diga a la gente: “¿Dónde vas tú? ¿De qué te quejas? Levántate y anda. Tira, que te doy una colleja”.
—¿Y qué ha aprendido de sí mismo?
—Que me voy endureciendo con los años. Creo que ya tengo piel de rinoceronte. A pesar de todo, me sigue conmoviendo cualquier herida que veo. Y me siga interpelando. Seguramente, porque tengo mis insomnios, mis dudas, mis culpas y mis dolores. Al tocar las heridas de los otros, de algún modo, sello la mía. Me gusta que mis reportajes acaben con luz, por muy tremenda que sea la historia.
—“Hay una grieta en todas las cosas, / así es como entra la luz”, que cantaba el gran Cohen.
—Siempre. Sí, sí. Es la imagen del asfalto agrietado donde se abre paso una flor. La vida es así. Pasan cosas muy terribles, pero sabes que tienes que seguir. Un periodista muy conocido que perdió a su hija siendo muy pequeña me dijo, más o menos, que el tiempo acaba pasando, y te acabas tomando un gin tonic y pasándotelo de puta madre. ¡Aunque tu hijo o tu hija se haya muerto! Porque la vida es eso, tirar p’alante.
—Señala que “en estos días de ruido jaleado y espasmódico, conviene recuperar el silencio”. Sé que la pregunta es jodida, pero, ¿tiene idea de cómo?
—Cualquier revolución empieza por lo que tú haces. No estaría mal empezar a salirse de las redes sociales, por ejemplo.
—Usted no tiene redes.
—No. Y no estaría mal comprarse una caja de metacrilato en la que metes el móvil, metes una clave y ahí se queda el móvil, y no lo puedes sacar, aunque seas un puto yonqui y quieras sacarlo. Mira, cuando llegas a los cincuenta, entras en la etapa de desambicionar. Está muy bien esto. Decir no te empodera para muchas cosas. Decir no a cosas que te convienen. “¿Por qué no vienes a cenar a casa de Zutanito si están este, este y este?”. Tú dices que no, simplemente, porque no te apetece. Sabes que te conviene, pero no te apetece.
—“El descubrimiento más importante que hice pocos días después de haber cumplido sesenta y cinco años fue que no podía perder el tiempo haciendo cosas que no quiero hacer”, que se decía en La gran belleza.
—El no te autoafirma un montón. Porque el tiempo está tasado. Si no crees en Dios, como es mi caso, el tiempo está tasado. Te morirás. Y el día en que te mueras, se acabó. Hostias, conviene hacer lo que te apetece sin hacer daño a nadie. Ver un partido de rugby es mi gran plan del sábado por la noche y luego meterme en la cama. No hay más. Me parece un planazo de sábado fantástico (risas). Ray Loriga dice que, a partir de los cincuenta, él prefiere la tranquilidad a la alegría. Entiendo perfectamente lo que quiere decir. Yo prefiero también la tranquilidad a la alegría. La alegría es un fogonazo que tiene su reverso.
—¿La alegría da resaca?
—Claro, hay algo depresivo en la bajada. Es el domingo por la tarde. Pero si estás tranquilo siempre, si no te acercas a la alegría, no sales dañado por ese reverso. La tranquilidad es estar siempre en un 7. A lo mejor te gusta el 9 de la alegría, pero en el tobogán, no bajas al 6, al 5 o al 4.
—¿Salva de algo la cultura?
—¡Buah, de todo! Lo primero es que la cultura nos salva de nosotros mismos, de esa cosa onanista de estar constantemente mirándonos a nosotros mismos, creyéndonos el centro del mundo. La cultura te acerca a las periferias. Carabanchel es una periferia. Un drogodependiente es una periferia. Una prostituta es una periferia. Un anciano al que nadie va a ver en una residencia es una periferia. Y la cultura te lleva a las periferias de mil modos. A mí, la cultura me ha salvado de perder el tiempo bebiendo. La cultura me ha salvado, seguramente, de alguna patología mental. De obsesiones, de trastornos obsesivo-compulsivos. Me ha salvado del aburrimiento, cómo no. Me cuesta mucho imaginarme un mundo sin la cultura. Sólo veo barbarie ahí, una especie de Mad Max de gente absolutamente enfarlopada yendo a ningún sitio (risas).
—Escribe: “El Gobierno quiere adelgazar el aprendizaje memorístico de los alumnos (ya de por sí podado en las últimas décadas) y propender en el blandiblú facilista de la enseñanza con ositos de peluche. (…) La única llave de progreso está en lo que vas metiendo en la alforja de la memoria, en el saber, en lo que no olvidas”.
—Me considero una persona progresista. El gran referente político de mi vida ha sido Julio Anguita. Y me interesa mucho la educación porque en mi casa hay mucho docente. Con el paso del tiempo, una vez muerto Anguita, he ido desenganchándome de cierta izquierda que viene de una ola de neopuritanismo que me toca mucho las pelotas. De tal modo, me sigo considerando progresita, porque creo en la gente que está jodida, porque creo que hay que estar ahí, porque creo en lo público, en el Estado… Pero muchas veces no sé dónde están los míos políticamente. No tengo clara la papeleta, no tengo claro el partido. Te he soltado este rollo para contarte una cosa sobre la educación que, para mí, es importante: siempre que se habla de la cultura del esfuerzo, se vincula a una opción que tiene que ver con la derecha. Como si la izquierda hubiese tirado esa bandera, como si hablar del esfuerzo fuese algo de derechas. Es un gran disparate: el único modo de que una persona de clase media baja, de un barrio de la periferia, pueda compensar que sus hijos sepan tanto inglés como los de quien puede mandar a los suyos a EEUU es que se exija mucho en la escuela pública. Que la escuela pública sea muy buena y la cultura del esfuerzo esté implantada de tal modo que no haya trampa posible. Abrazar el facilismo como si fuera café para todos es algo ridículo.
—La izquierda ha renunciado a tres conceptos: cultura del esfuerzo, España y libertad.
—La libertad, ¿verdad? ¡Qué bien le ha funcionado a Ayuso! Ha hecho una campaña de marketing de puta madre.
—Y, para finalizar, si le digo “David Gistau”, usted me dice…
—Te digo que el día en que más frío tuve de mi vida, cuando en el Doce de Octubre me dijeron que mi hijo de seis años, posiblemente, tenía un tumor cerebral, David me llamó para ver si jugábamos al fútbol al día siguiente. Esto me emociona al recordarlo: le conté aquello, me puse a llorar, y David me dijo: “No te preocupes”. A la media hora, me llamó y me dijo: “Mañana tienes una cita, a las diez de la mañana, con el mejor neurólogo pediátrico de Madrid, que es Anciones. Al día siguiente, un tío que tiene lista de espera de un año, milagrosamente, gracias a Gistau, estuvo mirando a mi hijo. Desde ese día, David, que ha estado aquí, sentado en esta mesa, fue alguien muy importante en mi vida. Quedábamos mucho Jero García, él y yo por aquí, por Carabanchel. Cada uno pagaba en su territorio. Y el cabrón, cuando venía aquí, siempre preguntaba: “Oye, ¿pero en Carabanchel admitís euros?”. (Risas),.
TITULO: Las rutas de Ambrosio - Futuro incierto ,.
El sabado - 6 - Julio, a las 19:10 por La 2, foto,.
Futuro incierto,.
Lo llamaban Fierro. Y era mentira. La verdad era su pasado, y el pasado una condena que prefería olvidar. No tenía nada, ni siquiera futuro. Por eso vivía en la frontera, un pedazo incierto de tierra olvidado por todos, un lugar maldito donde moros y cristianos sembraban muerte a su antojo. Su único consuelo eran las colmenas.
A ella, perdida en aquel amargo pasado, siempre le gustó la miel. Ahora ese pasado cabalga de nuevo hacia él; con la espada al cinto, dispuesto a atormentarlo. Una vez más. Y, cuando su antiguo compañero de armas lo encuentra, sabe que no tiene escapatoria. La guerra se cruza de nuevo en su camino. Se prepara la batalla más grande jamás contada, y él marcará la ruta. Lo hará por una única razón: ella.
Como antes, como siempre, él será el atajador de los ejércitos de Castilla. Y su única esperanza estará en manos de un enemigo… Ésta es la historia de un hombre; uno cansado, blasfemo y solitario. Un hombre acabado, sin esperanza y, pese a todo, un valiente. Un atajador en la frontera, en tiempos de la Reconquista. Recordarás su nombre.
TITULO: LAS
RUTAS DE VERONICA - El silo de Alarcos,.
El sabado - 6 - Julio , a las 18:10 por La 2, foto,.
El silo de Alarcos,.
Lo llamaban Fierro. Y mentían.
Su verdadero nombre era agua pasada. Y allí el pasado se pagaba caro.
En la frontera no se preguntaba, las respuestas tenían la maldita costumbre de ser tajos de un palmo que aireaban las tripas. Era un pedazo indeciso de tierra maldita. Un erial dejado de la mano de Dios donde se condenaban los que no tenían otra elección: la frontera o el infierno. Allí acababan los desahuciados, los ilusos, los que escapaban de la horca y un puñado de malnacidos que, en lugar de ganárselo, robaban el pan. En la frontera se refugiaban los desechos de aquella guerra interminable.
Y él era uno de ellos.
Espigado y curtido, un manojo de cordeles tiesos. De guedejas canas y barba revuelta. Con ojos azules, clareados por los años y el miedo. Renqueaba y, para caminar, se ayudaba de una vara. Cuando amenazaba tormenta, se le arredraban los huesos. Y tenía la impenitente manía de sacudirse las calzas a todas horas.
Además, se hacía viejo.
Lo acompañaba un chucho de mil leches con algo de bodeguero y mucho de sarnoso. Un animal sin gracia cuya única virtud era la lealtad de su mirada.
Bajo un cielo encapotado, preñado de agua, el uno y el otro se afanaban con las abejas. Y el renco mascullaba entre dientes apretados.
Había encontrado cagajones de ratón en los panales y, tras levantar otra colmena, se llevó el disgusto de descubrir que tenía las trazas de haberse vuelto una inútil zanganera, buena para nada. Otras estaban desencajadas, a unas pocas les entraba el agua si llovía, algunas no miraban al mediodía y unas cuantas ni siquiera tenían enjambre, sólo telarañas. Suponían una colección mísera, mal repartida en tablones sujetos con pedruscos.
–¡Cagüen los bailes de san Vito! Si esto sigue así –le bufó al perro–, para la siega vamos a recoger un cucharón de miel y tres arrobas de cagarros…
Pese a estar bien entrada la Cuaresma, el calor no llegaba. Las abejas andaban todavía atontadas, despabilándose del invierno. Y la lluvia no cesaba, como si tanto aguacero quisiera lavar los pecados de la frontera.
Fierro sacudió su mentón huesudo. El poco vellón que ganaba salía de la venta de la cosecha, y la temporada, otro año más, se presentaba calamitosa.
Pese a tan pobres augurios, no desfallecía. Tozudo, dedicó la mañana a reparar una de las colmenas, desarmada durante los últimos ventiscos. Le quedó coja, y la piquera para que entrasen las abejas, más alta de un lado que de otro. Aun así, la dejó junto a las demás, con la pobre esperanza de que, en cuanto asomase el calor, tendría ocasión de cebarla con trozos de panal y una reina joven, para que enjambrara.
También limpió las malas hierbas de los alrededores. Y echó un vistazo, no fuera a encontrar la madriguera de algún tejón goloso. Todo para que aquel colmenar miserable aparentara algo más de lo que era: un vergoñoso intento de quien no sabía qué diantres hacía.
No era el trabajo de alguien con mañas. Aun así, él porfiaba. Por ella.
A ella le encantaba la miel, y eso le bastaba para empecinarse temporada tras temporada.
Al poco, la lluvia, refugiada entre nubes cenicientas, se desparramó una vez más. El cielo se abrió para encharcar la tierra enfangada y tanto el hombre como el animal quedaron calados hasta los huesos. Y el agua tibia se le escurrió por el cogote y le peinó el espinazo.
Sintió un escalofrío. Se quedó donde estaba.
Por un momento, regresó al silo de Alarcos.
Todo había sido culpa de aquel cabrón con pintas de Castro, a quien el diablo estuviera haciendo tragar pez hirviendo. De no haber sido por aquel vendido, otro gallo cantaría. Habría cobrado la soldada, habría pedido la dispensa y se hubiera ido al norte, muy al norte, lejos de la guerra. Con ella.
Aquel malnacido había dado la orden:
–Al hoyo con él…
Aún resonaba en su cabeza.
Casi sintió aquel frío. Casi oyó de nuevo los lamentos de los heridos. Casi, también, las burlas de los guardias.
Se había ido todo al carajo. Ahora sólo tenía las colmenas. Las colmenas y sus recuerdos.
Cuando el perro gañó, preocupado por el trance de su amo, Fierro reaccionó. Espantó con un gruñido aquella pesadilla y, para ampararse, se caló una vieja cofia colchada en la que, pese a los años, aún se veían restos de robín del yelmo.
Resolvió concluir la jornada y llegarse a la casa para combatir el relente del aguacero con algo de puchero.
Ante él, como una marejada de hierba, se extendía una sucesión de pobres praderías encerradas entre montañas lejanas. Tierras gredosas que sólo daban pasto a ovejas esmirriadas. Al norte, la muy cristiana Toledo, abrazada celosamente por el Tajo. Al mediodía, la sierra, donde campaban infieles mahometanos entre las pilas de calaveras bautizadas que apiñara el malparido de Almanzor. Ésa era la frontera. Una franja cuajada de castillos que habían cambiado de manos demasiadas veces. Un ancho valle por el que el Guadiana se desparramaba en pantanos y humedales donde se agarraban calenturas que lo dejaban a uno listo para entrevistarse con san Pedro. Aun así, desde la masacre de Alarcos, ése era su hogar.
Y Fierro conocía bien su hogar; por eso, cuando el chucho se paró a olfatear junto a una higuera raquítica, no se sorprendió.
–¡Cagüen en el flequillo de san José! Te haces viejo más rápido que yo –le dijo con desgana–, lo he visto antes de que lo olfatearas. Ya no aventas ni tus propios cuescos. ¡Carajo! Deberías lamerte menos el culo y andar más atento…
El chucho no respondió, siguió olisqueando la hierba empapuzada. Y en el rostro de su amo, tras observar las huellas, se astilló el entrecejo.
En la frontera había recovecos para guardar ilusos. Familias que todo lo habían perdido buscaban fortuna en aquellos lares sin dios, rey o patria. Pastores, moros o cristianos, todos muertos de hambre, que se jugaban el pellejo trashumando en busca de pastos. Buhoneros, y algún juglar a quien habían prohibido pisar Burgos y cuidarse de arrimar los hocicos a Ávila. En todas aquellas yugadas de páramos había gualdraperos, talabarteros, un par de herreros, un puñado de alimañeros, docenas de huérfanos que se las apañaban como esportilleros, algún calatravo perdido que echaba de menos las glorias del abad de Fitero, ciertas posadas de escasa reputación y abundantes chinches, su buena palada de putas desaliñadas y más de un ermitaño que esperaba encontrarse con su creador a base de jaculatorias.
Pero ninguno de esos ilusos había dejado aquel rastro.
También había cuatreros, de los que eran capaces de vender las muelas de una madre por un cordero sin roña y la quijada completa por una oveja preñada. Estafadores que prometían sardinas del señorío de Vizcaya y vendían jureles mal salados. Y más de un hato de contrabandistas, que nada sabían de los pagos a la hacienda del rey y que tanto les daba mercar guadamecíes cordobeses que estaños de Compostela, cualquier cosa mientras reluciese la plata; hacían negocio porque al último almotacén al que se le había ocurrido descolgarse más allá del Tajo con su juego de pesas y medidas lo habían encontrado en cueros, al pie de un almendro partido por un rayo, con el gaznate abierto de oreja a oreja.
Pero tampoco eran las huellas de un grupo de facinerosos. Eran de otra calaña. De la peor.
Parecía el rastro de quienes se ganaban la vida con la muerte ajena. De las partidas que hacían negocio con fugitivos y desertores. Cuitados todos, moros y cristianos, los unos acababan con el dogal al cuello, los otros, despellejados.
Bajo la lluvia que arreciaba, se agachó asiéndose a la vara y estudió las huellas. Aquellos asuntos se le daban mejor que las colmenas.
Pronto distinguió las pisadas de cada caballo, también las del mulo de carga.
El chucho se arrimó y, mientras cavilaba, Fierro le echó una limosna de cariño rascándole tras las orejas.
Estaban empapados. Aunque no le importaba, le gustaba la lluvia. Le recordaba los montes de su infancia y espantaba los demonios del desierto, los mismos que a veces venían a buscarlo de anochecida.
Resolvió que no había por qué inquietarse. Al fin y al cabo, él ya estaba muerto para los suyos.
Y se equivocó.
Su pasado cabalgaba hacia él. Con la espada al cinto. Escupiendo maldiciones.
TITULO:
¡ Qué grande es el cine ! - ME RESBALA - AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO
TAN FELIZ ! - EL HORMIGUERO VIERNES - 5 - Julio - Guillermo Fesser Ex Gomaespuma ,.
¡Qué grande es el cine! fue un programa de cine dirigido por José Luis Garci y emitido por Televisión Española por su cadena La 2.
El
programa comenzaba con una presentacLa actriz Juana Acostaión de la
película que se emitía esa noche, posteriormente esta película se emitía
y acababa con una tertulia entre Garci y los invitados del día sobre
ella.1 El programa comenzó a llevarse a cabo en enero de 1995 y comenzó sus emisiones el 13 de febrero del mismo año., etc.
¡Qué grande es el cine! fue un programa de cine dirigido por José Luis Garci y emitido por Televisión Española por su cadena La 2.
El
programa comenzaba con una presentacLa actriz Juana Acostaión de la
película que se emitía esa noche, posteriormente esta película se emitía
y acababa con una tertulia entre Garci y los invitados del día sobre
ella.1 El programa comenzó a llevarse a cabo en enero de 1995 y comenzó sus emisiones el 13 de febrero del mismo año., etc.
¡
Qué grande es el cine ! - ME RESBALA - AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN
FELIZ ! - EL HORMIGUERO VIERNES - 5 - Julio - Guillermo Fesser Ex Gomaespuma , fotos,.
Guillermo Fesser Ex Gomaespuma,.
Guillermo Fesser Ex Gomaespuma,.
«Estoy orgulloso de los proyectos a los que he dicho que no»,.
El periodista se pone al frente de '100% Únicos' en Cuatro, un programa en el que personas con autismo entrevistan a famosos como Rozalén o el chef Dabiz Muñoz,.
A Guillermo Fesser (Madrid, 64 años) le han tentado más de una vez para regresar a España con un proyecto televisivo. Sin embargo, fue la productora Shine Iberia la que le convenció con un formato pionero en nuestro país, pero que ya había triunfado en Francia. El mítico locutor radiofónico, que se hizo famoso con el dúo Gomaespuma, vuelve a la pequeña pantalla con '100% Únicos' (Cuatro), donde dos celebridades son entrevistadas en cada entrega por un grupo de 30 personas con diferentes Trastornos del Espectro Autista (TEA).
El también escritor, afincado en Estados Unidos, lamenta que la sociedad española no escuche a las personas con autismo y prefiera, en ocasiones, no tener contacto con ellas ni darles la oportunidad de conocerlas «porque no sabemos qué hacer». En su regreso esta noche (23:00 horas) a la cadena de Mediaset, la cantante Rozalén y el chef Dabiz Muñoz visitarán el programa, que en próximas semanas recibirá a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso; la periodista Mercedes Milá; los actores Javier Gutiérrez y Daniel Guzmán; la actriz Carmen Maura; o el presidente del Atlético de Madrid, Enrique Cerezo.
-¿Qué tenía este proyecto que le ha hecho regresar de Estados Unidos?
-Para mí fue muy extraño porque fue una llamada de Macarena Rey (de la productora de Shine Iberia) y no sabía lo que era porque estoy en Estados Unidos. Fue sorprendente, pero me pareció maravilloso que me lo ofrecieran. Me mandaron el formato que es francés, donde entrevistaron a Enmanuel Macron. Y dije, esto hay que hacerlo y qué suerte que lo presente yo.
-¿Qué le han enseñado los chicos que han participado en el programa?
-Cada día aprendo más cosas. Yo, por ejemplo, estoy aprendiendo a tener mucha más paciencia con ellos. He aprendido que les cuesta mucho trabajo verbalizar lo que tienen dentro. Según me han explicado, sus pensamientos son como una galaxia, cada uno en una parte del cerebro, y unirlos les cuesta mucho trabajo. También se agobian por verte agobiado por ellos, tienen un sentimiento de culpabilidad enorme. Por eso, mi labor en el programa es también la de tranquilizar al invitado porque pueden levantarse para hacerles una pregunta y quedarse de pie minuto y medio hasta que la hacen. Entonces el invitado me mira, me ve tranquilo, él entiende lo que pasa, y sigue el programa.
-¿Qué invitado le ha sorprendido más?
-Creo que vienen todos con una actitud a favor de obra. A lo mejor unos vienen más sinceros que otros; algunos, quizás más egoístas, pensando que esto les va a hacer quedar bien por un tema de caridad. Yo no sé por qué viene cada uno, pero sí sé que vienen a favor de obra y eso se nota. Estamos hablando que son entrevistas de tres horas.
-¿Cómo era su vida en Nueva York?
-Una vida de corresponsal, preocupado por las noticias que pasaban. Hablando con unos y con otros y preparado para que cuando me llamaran algún día de la semana de 'El intermedio' contar lo que pasaba. A mí lo que más me gusta es interpretar por qué pasa lo que pasa.
-¿Le han ofrecido estos años otros proyectos de televisión?
-Nos han ofrecido varias cosas con Gomaespuma, pero yo no estaba para volver. Aquello fue una etapa, como la primera comunión, que ya la había hecho y no quiero volver a hacer otra. Mira, yo no he tenido carrera en televisión. Estoy orgulloso de los proyectos a los que he dicho que no. Juan Luis y yo, en un momento, podríamos haber hechos cosas con mucho dinero, pero sin mucha dignidad o, quizás, muy superficiales. Y de eso sí que estoy orgulloso. He basado mi carrera y mi vida en lo que me parecía más importante para mi entorno. Cuando dijimos adiós a Gomaespuma en M80 no se creían que me fuera porque no lo hice por dinero. Nos pusieron un cheque en blanco. Juan Luis es un animal más televisivo que yo, soy consciente de que le he imposibilitado hacer cosas en las que él habría brillado porque nos querían a los dos.
TITULO: ¿Dónde estabas entonces? - El milagro de Isabel La Católica, que llega a Roma, Martes - 2 - Julio ,.
Este martes - 2 - Julio , a las 22.30, La Sexta emite una nueva entrega de la tercera temporada de '¿Dónde estabas entonces?', presentada por Ana Pastor , fotos,.
El milagro de Isabel La Católica, que llega a Roma,.
Y el empuje en su causa de beatificación, y contra cualquier leyenda negra, del nuevo presidente de la Conferencia Episcopal, el arzobispo Luis Argüello,.
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