TITULO: España a ras de cielo - Eva Baltasar ,. - PLANETA CALLEJA -Domingo -7 - Julio ,.
España a ras de cielo ,.
España a ras de cielo es un programa de televisión emitido por TVE y se estrenó el 17 de septiembre de 2013. Desde el primer programa, está presentado por Francis Lorenzo. Martes a las 22h30,.
El programa permite conocer lugar de España desconocidos y ya conocidos desde otro punto de vista., etc,.
PLANETA CALLEJA - DOMINGO - 7 - Julio ,.
Planeta Calleja es un programa de televisión de España que se emite cada domingo a las 21:30, en Cuatro de Mediaset España,. Jesús Calleja enfrentará a rostros conocidos a vivir experiencias únicas e irrepetibles fuera de su contexto habitual y en los lugares más remotos y fascinantes ., etc.
Eva Baltasar ,.
Eva Baltasar: «Vamos hacia una sociedad cada vez más medievalizada»,.
La escritora catalana, nominada al Booker por 'Boulder', publica 'Ocaso y fascinación', un angustioso y oscuro retrato de la precariedad y la vida al borde del abismo,.
Una poderosa voz poética surca el trabajo de Eva Baltasar. Lo hizo hace dos años en Permafrost, la novela que nos descubrió a la autora, y lo hace ahora en Boulder (Literatura Random House), la segunda parte de un tríptico de ficción protagonizado por mujeres solitarias.
Después de quince años dedicada a la poesía, Eva Baltasar se zambulló en la escritura de prosa, lo hizo “por casualidad”, y se convirtió en uno de los títulos más aclamados de aquel año. Tras el exitoso recorrido de su primera novela, la autora se centró en Boulder, protagonizada por una mujer solitaria que se adentraba, un poco más, en el universo de la maternidad.
La poesía es un páramo circundado por palabras e imágenes. Precisamente de una imagen personal de Baltasar surgió la protagonista de Boulder. Con la llegada de la protagonista, llegó el amor por una historia que se desliza desde el mar a la isla de Islandia. Sus protagonistas, dos mujeres, se encuentran lejos de todo, y poco a poco el amor que crean sostiene una maternidad asentada en Islandia, donde pronto conforman un hogar. Soledad, amor y maternidad son los tres ejes en los que se cimenta la novela de Eva Baltasar, que llega estos días a nuestras librerías.
Conversamos telefónicamente con la autora sobre la creación de esta novela, sobre las voces que escuchamos en su obra, sobre personas que son islas y sobre poesía. Descubrimos con Eva Baltasar la piedra que se esconde libre en medio del océano.
—¿Qué es Boulder?
—Es el título de mi novela [se ríe]. Creo que es una metáfora de la protagonista. Son esas piedras grandes que puedes encontrar en sitios aislados como un valle, una montaña, o incluso en medio del océano. Son piedras enormes que parece que lo están soportando todo, que lo aguantan todo, pero que también están expuestas a las inclemencias. Veo en esa palabra la metáfora de la protagonista de la novela.
—La novela nace de una imagen. ¿Puede contarnos de dónde surge la historia?
—Boulder es la segunda entrega de un tríptico. Escribí primero Permafrost, sin saber que iba a hacer tres novelas relacionadas. Y al terminar me lo había pasado tan bien que pensé: “Voy a hacer dos más, porque quiero profundizar en algunos temas: quiero ver a una protagonista viviendo en pareja o viviendo la experiencia de la maternidad, por ejemplo”. Esto está más a fondo trabajado en Boulder. Fue una novela que luché dos veces. No estuve conforme con ella, porque Permafrost me gustaba más, y creo que una segunda novela como mínimo tiene que gustarte igual que la primera, y si puede ser, un poquito más. En el momento en que me rendí, dije: “Necesito una imagen para empezar”. Y la imagen que me vino fue un recuerdo de cuando yo tenía 20 años e iba de mochilera en Chiloé (esta escena es la primera del libro), cogiendo un pasaje para un mercante que iba a llevarnos por la noche hacia el continente, a Puerto Montt. En cuanto ya encontré esta escena, enseguida vi a la protagonista y vi cómo se sentía, cómo hablaba. Cuando la encuentro, cuando me enamoro de ella, en seguida la novela sale sola, a partir de un apunte autobiográfico. Le hice vivir la vida que yo no viví. Porque en el barco sí que me encontré muy a gusto, y lo pasé muy mal por la noche, con un temporal. Pero por la mañana fue una mañana muy bonita, entramos en Puerto Montt, estuve en el puente con el capitán y pensé: “Me encantaría quedarme aquí”. Yo no me quedé, pero ahí la puse a ella, ahí vi esa vida.
—La protagonista recibe de su amante, Samsa, el sobrenombre de «Boulder». ¿Quién es Boulder antes de llamarse así? ¿Quién es después?
—Boulder antes de llamarse «Boulder» es una mujer solitaria, una mujer que siente que para estar en paz en este mundo tiene que estar sola. Se encuentra muy a gusto en la provisionalidad. Es en ese barco donde no está en un sitio fijo. Ella allí descubre la felicidad, y lo reconoce en el libro. Lo que pasa es que, primero a través del sexo y luego a través del amor, se enamora de Samsa, y ahí sí que Samsa la bautiza, le cambia el nombre. Un nombre que no sabemos cuál es, pero sí que se lo cambia. En ese momento ella tiene que tomar una decisión. Siente que tiene que estar sola, pero también siente que quiere acompañar a Samsa —porque está enamorada— en su proyecto de vida, a Islandia. Creo que el sentimiento de soledad es más fuerte que el otro, pero ahí ella comete una incoherencia, que es hacer algo sintiendo que debería hacer otra cosa. Eso le produce una incoherencia importante que la debilita, y que hace que la problemática aparezca tarde o temprano. Comete una segunda incoherencia mucho más grande y mucho más problemática: asumir una maternidad no deseada. El gran error creo que es este, porque al fin y al cabo si tú decides por amor dejar tu vida e irte donde sea y no funciona, pues lo dejas y ya está. Pero en el momento en que aparece un bebé no es tan fácil.
—Me da la impresión de que Boulder es al tiempo una novela que tiene un tono muy frío, y también es muy sensorial. ¿Por qué la escribió con esa doble tonalidad?
—¿Frío? Permafrost también. Me dicen que son protagonistas muy frías. Igual sí dan esa impresión. Son mujeres, yo creo, muy honestas. Con el lector o la lectora son 100% transparentes. Te cuentan lo que sienten y lo que piensan tal cual. Sí que es cierto que son mujeres que no terminan de encajar en sociedad. Se encuentran incómodas, tienen esa mirada crítica, y están un poco en la periferia. Las periferias son muy frías. Desde dentro se ven muy frías, y cuando estás en la periferia te puedes llegar a sentir muy sola. Ella es una mujer que sabe estar sola. Ahí no veo problema. ¿Sensorial, decías? Sí, para mí el cuerpo es muy importante. Al final es la herramienta que tenemos para experimentarnos en la vida. Yo venía de 15 años de escribir y publicar poesía, una poesía muy del cuerpo, donde el cuerpo está muy presente. Para mí es importante: yo vivo a través de mi cuerpo y no concibo una historia sin que el cuerpo tenga protagonismo.
—Al inicio de la novela, a Boulder le causan desazón los niños. ¿Qué le provoca desazón a Eva Baltasar?
—Defíneme «desazón».
—Diría que es una mezcla entre un poco de angustia y bastante mala leche.
—[Risas] Vale, a mí las injusticias me provocan bastante mala leche [vuelve a reír], ¡y puede que angustia también! Simpatizo con la parte que está sufriendo la injusticia. Pero cada vez lo vivo todo con más tranquilidad, sabiendo que, si tú quieres, de cualquier situación que vivas, aunque te parezca injusta, puedes aprender algo, y puedes trabajar para ser mejor persona, para sobrellevar eso de otra forma, para crear una sociedad más justa. Pero me cuestan las injusticias cuando las veo infligidas sobre otros, no sobre mí.
—La novela se aleja de una visión que es casi normativa de la maternidad, acompañada de un embarazo muy feliz. ¿Cómo es la maternidad en la novela?
—Creo que hay dos maternidades muy extremas: Samsa, que es una mujer que es supercoherente, que sabe lo que quiere, lo exige y lo obtiene. Vive la maternidad, un embarazo muy feliz, con exuberancia; y luego está Boulder, que no tiene ningún tipo de instinto maternal, los niños la molestan, y ella no quiere ser madre y cometer el error de asumir una maternidad no deseada, pero también lo asume y logra vivir su maternidad a su manera. No es cuestión de hacer spoiler, pero sí es cierto que al final, creo, Boulder logra una maternidad muy salvaje y muy libre, que es válida. La suya es ver a la niña cuatro días al mes, y está contenta, le va bien. Samsa le cubre el resto. Lo importante es que un niño no quede desatendido. Son maternidades que no creo que sean las únicas. No hay una cara y una cruz. Maternidades hay tantas como madres. Yo sí que he sido madre gestante en dos ocasiones. Me he sentido muy Samsa, muy exuberante y muy feliz, pero a la vez me he visto a mí misma con la mirada de Boulder. Me identifico con Boulder porque sí que me he juzgado en algunos momentos. Encontrarme en una clase de preparación al parto, rodeada de más mujeres embarazadas superfelices y yo estar incomodísima y preguntarme: “Pero, ¿qué estoy haciendo aquí? ¿Lo hago porque toca? ¿Lo hago por encajar en esa especie de construcción social acerca de lo que tiene que ser la perfecta maternidad?”. Pues no, en ese momento decidí hacer un ejercicio de coherencia y si aquí no estoy a gusto, me largo. No significa que sea mejor o peor madre, me largo y ya está. Lo interesante es que cada cual viva su maternidad, su paternidad, de una forma coherente con uno mismo.
—La cocina salva a Boulder. ¿Qué salva a Eva Baltasar?
—La soledad me salva, porque me da ese tiempo para estar conmigo misma, para conectar, para saber qué quiero hacer con ese tiempo de vida que tengo, que no sé cuándo va a terminar. Esto hace que tenga más claras cuáles son mis prioridades y cuándo estoy con los demás, porque al final hemos venido a compartir. Estar sola me sirve muchísimo para estar más presente cuando estoy compartiendo mi vida con la gente que quiero. Hay más cosas: la literatura también me salva. Poder escribir y leer me salva.
—Tras el éxito de su primera novela, ¿qué espera que ocurra con Boulder?
—¡Uy!, yo no espero nada, nunca, nada de nada. Lo que sea, lo que tenga que ser. Permafrost salió y fue como un boom, y yo muy contenta y agradecida a lectores, a libreros que recomendaban mi libro, a los medios que habéis hablado de él… Y con Boulder no tengo ni idea. Yo escribo sin pensar en los lectores, escribo para mí, y luego me desentiendo del resultado porque estoy en paz, porque he escrito lo que yo quería escribir. Si no gusta, mala suerte; si gusta, genial. Boulder precisamente salió el 12 de marzo, dos días antes de empezar todo. Fueron cayendo todas las presentaciones. Iba a viajar a Madrid a presentarlo, a varios sitios… Al final no se hizo nada, y yo he ido acompañando el libro como he sabido. Creo que si esto es lo que tiene que ser, se hará lo mejor para el libro, y ya hará su recorrido, y quien quiera leer, por supuesto lo va a leer. Se puede seguir comprando literatura y leyéndola en casa. Entonces, no espero nada. Me gustaría que gustara. Pero voy a aceptar lo que venga, porque estoy en paz.
—¿Qué papel tienen los escenarios en su novela?
—Permafrost era una novela sin paisaje. En Boulder hay exteriores. Al escribirla me di cuenta de que iban saliendo paisajes y que eran muy importantes. Paisajes vastos, sin gente, un poco desolados, con horizonte. Chile, el océano, la isla de Islandia, son un reflejo de las protagonistas y para Boulder son una forma de dialogar consigo misma. Al final, cuando la vemos en aquel barco, en un crucero trabajando. Los momentos que tiene paz son los momentos en que puede salir y mirar el horizonte. Son espejos de la inmensidad interior que tienen las protagonistas.
—Boulder es el segundo título de una trilogía. ¿Sobre qué va a tratar el cierre?
—En Mamut, la tercera, vamos a encontrar a otra mujer que en primera persona nos cuenta su vida, y es otra solitaria. Las tres son grandes solitarias. Pero el tema de la maternidad que se insinuaba en Permafrost y que en Boulder coge más cuerpo, en Mamut va a seguir porque es una mujer que sí quiere ser madre, una madre sola. Vamos a ver cómo se desarrolla. También es una novela más rural, donde el paisaje tiene aún más peso, un paisaje de montañas… Estoy en ello. Tampoco te puedo avanzar mucho, porque a veces voy escribiendo y luego recorto y voy para otro lado. Pero en principio va a ser otra protagonista dura.
—Ha escrito también poemarios. ¿En qué género se siente más cómoda escribiendo? ¿A qué género, en el que aún no haya escrito nada, le gustaría aproximarse?
—¿Un género al que me gustaría aproximarme? No tengo ni idea. Empecé escribiendo poesía porque es lo que me salió, y llegué a la narrativa de casualidad. Estaba muy contenta escribiendo poesía, hasta que un día fui a una psicóloga que me dijo: “Te iría muy bien ir a casa y hacer un ejercicio de escribir en cuatro páginas tu biografía para estructurarte”. Yo lo hice, pero me di cuenta que era aburridísimo. Ahí descubrí la voz de Permafrost. Una mujer que empezó hablando de mí y al final se fabuló y salió una novela completamente ficticia. Encontré una forma de expresarme sin abandonar la poesía. No siento que haya abandonado la poesía. La narrativa me ha dado algo que la poesía no me daba. Es un proyecto largo, y eso me encanta. Un poemario en dos o tres meses está. Una novela es un trabajo de un año o un año y pico. Y es un año de levantarme enamorada de una historia. Esto me gusta muchísimo. También el hecho de crear una tercera voz, un personaje, una tercera persona, la protagonista, me da como mucho aire. Yo venía de escribir una poesía muy intimista, muy del ego, y al final, sin darme cuenta, tanto hablar desde el ego crea una burbuja un poco tóxica. Con una protagonista ahí, hago que diga lo que le apetece, que al final son cosas que yo pienso, que he sentido, que opino… pero es ella, no soy yo. Esto es para mí muy sanador. De momento voy a seguir por aquí porque me apetece y porque me encuentro muy cómoda. Ahora, yo qué sé más adelante, ya lo veré. Si siento que tengo que hacer otra cosa la haré; si no, no. No puedo anticipar.
—¿Somos todos una piedra?
—No sé. No sé qué somos. Me gusta pensar cómo nos sentimos. A veces me he sentido una piedra, y puedo ver a otra gente y pensar: “¡Ostras! Son como una roca”. Pero igual no se sienten así. Al final lo importante es cómo se siente cada cual, y si eso le hace sentir bien. Porque si eres una piedra y te sientes bien, perfecto. Si eres una roca y sientes que estás soportando cosas que no deberías soportar, pues esto no está tan bien.
—¿Suele planificar sus novelas y su escritura?
—No. Nunca. Para nada. Me pongo a escribir y nunca sé cuándo se terminará la novela, qué personajes van a aparecer… Cada día me sorprendo descubriendo cosas. Soy muy intuitiva. Hay gente que dice que hay dos tipos de escritores: los que escriben con mapa, lo tienen todo trazado y todo localizado; y los que van con brújula. A mí una vez me dijeron: “Tú eres de brújula”. Yo pensé: “Puede ser”. Pero creo más que soy como de mirar las estrellas, ¡es que ni brújula! Sería incapaz de planificar.
—¿Cómo elige o como desecha la historia que merece ser contada?
—Creo que la historia me va eligiendo un poquito. Se me va presentando sola o me elige a mí, no sé. Voy escribiendo y voy viendo que por ahí voy bien. Es una cuestión instintiva que no sé explicar. A veces cojo un derrotero y voy por ahí, y digo: “¡Ostras!, esto no”. Pero es instintivo, no es que detecte elementos… Lo que sí que hago es meterme mucho, muchísimo, en la piel de la protagonista y que para mí sea creíble todo lo que hace. “¿Yo en esa situación habría podido actuar así? Sí”. Pues entonces va bien. Yo actúo raro, también lo sé [Risas]. Todo lo que escribo podría haberlo hecho o podría haberlo pensado, porque me dejo guiar por mi propio instinto. Esta sería mi única hoja de ruta: ponerme en su piel y ver si por allí yo podría pasar o no.
—¿Nos puede comentar qué libros está leyendo?
—Ahora mismo casi nada. Para escribir y leer me gusta estar sola. Tengo la suerte de poder trabajar en casa y durante el día mi mujer y mis hijas se iban: una a su trabajo, otra al instituto, al cole… y pasaba muchas horas sola en casa. Ahora estamos las cuatro aquí y me cuesta un montón. He leído y me ha gustado Emilie Paine (Todo lo que no puedo decir); durante este período de confinamiento releí a Nikos Kazantzakis (Cristo de nuevo crucificado); releí también a Deborah Levy… releí la autobiografía de Doris Lessing, que me encanta. Tengo también los de cabecera: Sylvia Plath, una poeta que leo a menudo.
—¿Qué libros le han influido como autora?
—Creo que la poesía de Anne Sexton y Sylvia Plath me ha influido mucho como poeta, y esto quiere decir que me han influido como autora, escriba lo que escriba. También Mercé Rodoreda es una autora que me encanta, lo tiene todo, tiene prosa cargada de poesía y de lecturas políticas muy interesantes. Me encantan los escritores norteamericanos de mediados del siglo XX: Philip Roth, Lucia Berlin, James Salter, John Cheever… ¡Me gustan muchísimo! Me crié mamando Antonio Machado, García Lorca, Salinas… los poetas españoles.
—¿Para qué sirve la literatura?
—Cada cual sabrá. A mí me sirve para vivir de forma poética, que es algo que me encanta. Es una pregunta que tiene que responder cada cual, creo yo.
TITULO: Centenarios - Los reyes de Les Corts,.
Los reyes de Les Corts,.
Como la de tantos ancianos, su luz se apaga. Y yo les pongo el foco para no quedarnos ciegos,.
Escondido detrás de la puerta, el niño observa a su versión futura desabotonar la blusa de una joven. Debe bajar la mirada. No puede robarse a sí mismo lo excepcional de ese segundo que todavía no existe. Se da la vuelta y cierra con cuidado la puerta.
Baja al parque, donde los niños juegan en los columpios y se pelean sobre la arena. Desde la calle alza la vista hacia la ventana de su casa y contempla el lento movimiento —casi inapreciable— de dos sombras atascadas en el tiempo. Piensa que todavía es un niño y no sabe nada del amor, tampoco de las sombras. Ya tendrá tiempo de saber.
El niño se remanga y se lanza sobre sus amigos en la arena, dispuesto a pelear por ningún motivo en absoluto.
Primero estamos limpios. Luego llega el barro. Nos pasamos los demás días raspándonos el barro de la piel. Buscamos morir limpios.
TITULO: Tramoyista - Vanhee - la imagen imprecisa,.
Vanhee - la imagen imprecisa,.
foto / “El cartones” yacía tumbado boca arriba con los ojos bien abiertos y los dientes apretados de puro dolor. Necrosis isquémica. Definición técnica del infarto. En el caso de “El cartones”, un par de ellos. Doble infarto de miocardio el día de Navidad. Imposible sobrevivir a eso, ni siquiera para un profesional de la supervivencia como “El cartones”.
El primer vehículo policial llegó a los dos minutos de recibirse el primer aviso. Extraño. Cruzar el poblado y llegar hasta la chabola de “El cartones” requería pericia al volante y cierto conocimiento de los caminos que lo horadaban. Rodolfo dejó a su compañero en el vehículo policial mientras entraba a echar un primer vistazo. La chabola no dejaba de ser eso, una construcción provisional e impersonal construida a base de necesidad y esfuerzo. Sin embargo, en el caso de la casa de “El cartones”, la decoración interior aproximaba a la chabola a algo parecido a un hogar. Lo primero que vio Rodolfo no fue el cuerpo sin vida del propietario. Centró su atención un niño de unos ocho o nueve años sentado sobre sus propios talones y con las manos extendidas sobre los muslos. Oscilaba hacia delante y hacia atrás. La mirada arrasada. La cara congestionada y deshecha. No era exactamente tristeza. El gesto era de frustración, incomodidad, rabia…
–Hola chaval. ¿Estás bien? – Probó Rodolfo.
Sentxo era el único hijo de “El cartones”. Su madre murió en un parto innecesariamente cruel para cualquier ser humano, probablemente aceptable y lógico para quienes malviven en un poblado rodeado de escasez de todo. Perdió la vida a borbotones.
“El cartones” entendió desde el principio que estarían solos ante todo lo que viniese. Y venía toda una vida. Sin colegio, “El cartones” tuteló, educó, quiso y formó a Sentxo sin ayuda. Lo quiso a morir, y murió.
Recogían cartones de lunes a sábado. El domingo se lo reservaban para ellos. Se vestían con lo más decente que guardaban para ese día de la semana y juntos recorrían la ciudad en un autobús turístico de dos pisos color rojo. A Sentxo no le hacía falta mucho más. Cada siete días tomaban el autobús y recorrían la ciudad como si nunca lo hubiesen hecho. Cada domingo se sentaban en un asiento diferente. Alternaban el lado del autobús para que las imágenes del domingo anterior se perdiesen en la memoria y todo fuera nuevo. Una semana en la parte de arriba y a la semana siguiente en la de abajo. Sentxo se dejaba asombrar por todo lo que nunca tendría mientras no evitaba memorizar la situación de los mejores contenedores de cartones que durante el resto de la semana vaciarían, siempre de madrugada.
– ¿Estás bien? – Rodolfo insistió con tacto profesional.
–No le responderá – No vio llegar a la persona que portaba esa voz rota de alcohol y tabaco. El tío de Sentxo, “Chatarro”, salía de lo que parecía ser una pequeña e improvisaba cocina con las manos enfundadas en los bolsillos –. No le hablará, ni a usted ni a nadie. Cree que les fallará.
– ¿A quiénes? – Rodolfo mostró curiosidad.
–A los niños. Es Navidad -. Aclaró “Chatarro”.
Al cumplir tres años, “El cartones” entendió que era un buen momento para explicarle qué era eso de la Navidad, Papá Noel y demás particularidades del año reservadas sólo a los que no vivían donde él vivía y con quien él vivía. “El cartones” le dijo a Sentxo que ellos no podían tener Papá Noel porque ellos trabajaban para Papá Noel. Una labor ingente. Imposible de acometer por un solo hombre por muy veloces que fuesen sus Rudolf, Donner y demás renos. Para Sentxo hacía exactamente tres años, (el año del fallecimiento de su madre), que el mismísimo Papá Noel les había reclutado para la causa. “¿Cómo crees que pagamos esta gran casa hijo?” acompañaba sus palabras con ademanes que daban lustre a la chabola y a la vida del pequeño.
Al año siguiente Sentxo empezó a preguntar por los detalles del trabajo de Papá Noel. “Recogemos los cartones de los juguetes que Papá Noel regala al resto de niños; esos cartones se los vendemos a Papá Noel, él nos paga y sus duendes los reciclan para que al año siguiente todos los niños puedan tener más regalos, por eso tenemos tanto trabajo el día de Navidad”. A un Sentxo paralizado se le amontonaban las preguntas: “¿Y hay otros como nosotros papá?”. “Claro hijo, pero no podemos reconocernos, es la única norma que hay: No hablar nunca de esto con nadie”.
Desde entonces Sentxo esperaba el día de Navidad como cualquier otro niño, pero por otras razones, con otro tipo de ganas, con una ilusión diferente.
–¿Quién se lo va a decir? – Preguntó de repente Sentxo interrumpiendo la explicación que “Chatarro” ofrecía a Rodolfo.
–¿A qué te refieres chico? – Respondió el policía.
– Le hemos fallado. Hemos fallado a Papá Noel. ¿Quién se lo va a decir?
Rodolfo y “Chatarro” se miraron. Cómplices. Sin más explicación que la mirada.
–No te preocupes Sentxo. Me manda Papá Noel. – Se arrancó Rodolfo.
Sentxo paró de inmediato y levantó la cara en dirección al policía, luego a su tío “Chatarro” buscando su aceptación y tras encontrarla, nuevamente a Rodolfo.
–¿Le envía él? ¿Cómo lo ha sabido? – Sentxo quiso probarle.
– Porque él lo sabe todo. Somos la guardia personal de Papá Noel. Nos ha enviado con un coche que lleva sirenas y luces, como los de la policía, para que podamos ir más rápido y no perder tiempo. Quiere que te ayudemos a recoger los cartones de hoy.
– ¿Podremos recogerlos todos? – Se interesó Sentxo.
– Bueno, intentaremos hacerlo lo mejor posible, pero nunca tan bien como lo hacíais tu padre y tú.
“Chatarro” salió de la chabola a despedir a Sentxo. Quiso llorar de pena, pero una sonrisa nacida de la comisura de sus labios eliminó todo rastro de tristeza mientras contemplaba dos luces azules sobrevolando el poblado en dirección a la ciudad.
TITULO: Aquí la tierra - Presentado un avance de las actividades acuáticas y deportivas para el verano,.
Presentado un avance de las actividades acuáticas y deportivas para el verano,.
La población podrá elegir entre natación, aquafitness, aquatraining, gimnasia para mayores en el agua, campamentos de verano, Copa de La Farrapa, Campus del Atlético de Madrid, y torneos de petanca, de tenis, de pádel y de pesca
foto / El concejal de Deportes Luis Alberto Piñana,.
El concejal de Deportes Luis Alberto Piñana, ha presentado en las instalaciones de la Universidad Popular la oferta de actividades veraniegas para la población de Olivenza.
Entre las actividades presentadas se encuentran las que se llevarán a cabo en la Piscina Municipal de Verano y un avance de las que integrarán el programa deportivo.Inspired by
Con respecto a las acciones que se desarrollarán en la Piscina Municipal destacan los cursos de natación, aquafitness tanto para mayores como para adultos, aquatraining, gimnasia para mayores en el agua, campamentos de verano, natación terapéutica, entre otras actividades.
Las clases de aquafitness se desarrollarán en dos turnos, uno de 10.45h a 11.30h, y otro de tarde que será de 20.30h a 21.15h, los martes y jueves. La actividad de aquatraining serán los lunes y miércoles de 20.40h a 21.30h, durante los meses de julio y agosto con un precio de 12 euros el mes completo.
Como en años anteriores habrá gimnasia en el agua para mayores de 60 años, los lunes, miércoles y viernes de 10.45h a 11.30h.
Las inscripciones están abiertas en la GMD.
Del mismo modo, el concejal ha anunciado diferentes torneos y campus que se desarrollarán en Olivenza, como la Copa de La Farrapa, que se disputará durante los días 26 y 27 de junio, o el Campus del Atlético de Madrid que se desarrollará del 1 al 5 de julio.
Así mismo, ha anunciado el torneo de petanca de la Feria de La Farrapa y el de tenis. Además, habrá varios torneos deportivos para las Ferias de Agosto, entre ellos uno de pádel y otro de pesca.
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