TITULO: Trastos y tesoros - CANAL EXTREMADURA - Los guardianes del tesoro,.
Los guardianes del tesoro,.
foto / El libro se titula El folletinista de la calle Bonpland y es una novela por entregas que apareció con seudónimo durante tres semanas de 1969 en la sección Policiales del viejo vespertino La Razón. Trata de un periodista que narra como verdaderas las peripecias de un tardío cuchillero de la época del Centenario y luego, en castigo, es acosado por su fantasma. Un año más tarde, corregida y aumentada, se publicó en una editorial desaparecida. En 1973, un profesor de la UBA la rescató para una colección universitaria dedicada a los “géneros populares” y con un extenso estudio preliminar, que reivindicaba el regreso del folletín y que especulaba sobre quién podía ser su autor: hubo, a lo largo de los años, muchas versiones, que fueron desde escritores consagrados hasta frustrados novelistas que terminaron en la crónica roja. Nadie levantó la mano y nunca se supo la verdad. Un ejemplar de esa primera edición duerme en la biblioteca Jorge Luis Borges de la Academia Argentina de Letras, y otras similares, en librerías de usados de Buenos Aires y en Mercado Libre. Más allá del misterio de la autoría, no es un libro especialmente valioso, y muy pocas personas lo pidieron para consultar su contenido a lo largo de todas estas décadas. Sin embargo, un masculino de unos setenta años con traje gris, gabán y sombrero de ala corta abusó del ingreso semipúblico, mostró un DNI falso (su número pertenece a un jubilado que falleció hace tres años) y dijo que era un investigador de la Universidad Nacional de La Plata; pidió siete libros, los revisó y tomó notas, y a las 18 en punto agradeció a los bibliotecarios y ganó la calle. Cuando al día siguiente uno de los encargados acometió la pila y fue devolviendo cada cosa a su sitio, descubrió que el ejemplar de El folletinista de la calle Bonpland no era el mismo que estaba fichado. El hombre del traje gris había hecho un cambiazo, y había dejado en su lugar un ejemplar más castigado por el tiempo, que tiene manchadas las primeras páginas, como si alguna vez hace lustros alguien hubiera derramado sobre ellas una taza de café. El accidente no alcanzó a arruinar el libro ni impide su lectura. Puede tratarse de un perfeccionista o algo por el estilo, pero el uso de un documento de identidad falsificado lo hace todo más intrigante.
—Si esto es así, se abre todo un abanico de posibilidades —me dice Cálgaris cargando su pipa—. Significa que el tipo no quería mejorar su colección, sino quedarse específicamente con ese ejemplar. Pero ¿por qué querría hacerlo, si no tiene ningún valor extra?
—Puede ser un cleptómano —le respondo, aburrido—. O un fetichista o un demente.
—O el ensayo de un robo —asiente, pensativo. Luego barre el aire, dándome a entender que mueva el culo.
Visito la escena del crimen y converso un rato con el equipo de bibliotecarios: el sujeto en cuestión pidió libros muy diversos y es difícil armar un rompecabezas de sentido, porque además casi no pronunció una palabra durante toda la incursión. No hay registro de esa tarde, porque las dos cámaras de seguridad no funcionan, solo sirven para la disuasión de los visitantes. Son de la época del VHS, y encima de un armario juntan polvo el reproductor, la videocasetera y el monitor antediluviano. Los empleados son cultos y cuidadosos, y aman su incalculable tesoro: hay primeras ediciones de todo el canon argentino del siglo XIX, ejemplares dedicados de puño y letra por sus célebres autores, libros del 1600 que valdrían mucho en Sotheby’s o en Christie’s. Recuerdan, por ejemplo, que en los años noventa un sujeto aprovechó una distracción y se llevó inexplicablemente un tomo de las Obras Completas de Borges, y que después un conocido ladrón del mercado negro, afecto a láminas y mapas y a ediciones caras, apareció en la biblioteca y fue reconocido por el jefe, que se sentó junto a él durante horas para vigilarle el mínimo movimiento y al final le pidió que no regresara nunca más: el vivillo, que era todo un caballero de la cultura, se retiró en silencio con las manos vacías.
Una secretaria me ofrece una visita guiada por todo el palacio Errázuriz, y recorro arriba y abajo Sánchez de Bustamante intentando detectar cámaras de seguridad pública y privada en esquinas y en distintos edificios. Esa se convierte en la principal y más pesada faena. Me lleva dos días enteros pedir permiso y chequear los archivos grabados de los alrededores. Todo lo hago con una credencial apócrifa de la Policía Federal, y con la connivencia del comisario de la 25: los encargados de edificio y de comercio se allanan a mis amables pedidos, y un funcionario de la Ciudad me facilita los monitoreos de tránsito. La mayoría del material resulta un fiasco, pero al tercer día detecto al hombre de traje gris, gabán y sombrero de ala corta a doscientos metros de la Academia tomando un taxi. Avistamos el número de patente, y encontramos al peón que lo manejaba esa tarde. No tiene buena memoria, a pesar de que parece un poco intimidado, pero al cabo cree recordar al susodicho por el sombrero y porque lo dejó en la estación de Retiro. Uno de los hackers, que sigue la ruta del folletinista, me sugiere una librería de Beccar, y entonces decido unir los puntos: me tomo el tren, me bajo en la estación y camino setenta metros. El desconocido vio su catálogo en internet, llamó para preguntar por El folletinista de la calle Bonpland, pidió que se lo describieran detalladamente y cuando se le ofreció enviarle una foto por WhatsApp dijo que usaba un celular diminuto y anticuado, pero que él mismo se acercaría a la mañana siguiente. Se presentó un día de lluvia, hace tres semanas, y ni siquiera revisó por curiosidad los estantes ni las mesas de saldos. Tampoco hizo comentarios: examinó la fecha de edición, pagó en efectivo y salió rápido. Recuerdan la leve mancha de café de las primeras páginas, pero no saben decirme si el masculino tenía un coche estacionado o lo esperaba alguien en la vereda. Me detengo a tomar un expreso en un boliche con sillas de plástico y requiero a la Cueva una revisión rápida de las llamadas entrantes de ese número. Y aprovecho la pausa para comunicarme con Cálgaris y pasarle las noticias. El coronel carraspea:
—Quiera Dios que no haya usado un teléfono público—. Luego avanza en su razonamiento: —¿Qué tenía el ejemplar robado? ¿Una anotación manuscrita?—. Los bibliotecarios de la Academia no recordaban ni siquiera haberlo abierto, como tantos otros libros que reposan en esos ilustres estantes a la espera de un lector. Siento que Cálgaris se alza de hombros: —Todo esto es una gilada, Remil. Si en veinticuatro horas no lo agarramos, seguimos con otra cosa. Nunca hay que estirar la cuerda con un capricho—. Antes de cortar, me pide que hable con la Cueva y que le ordene a los hackers instalar un circuito de cámaras moderno, en calidad de donación: la Casita correrá con los gastos de la instalación y todo el instrumental. El coronel no quiere que la Academia Argentina de Letras, que acaba de cumplir noventa años, permanezca desprotegida y a merced de cualquier cuervo. Transmito la orden y recibo al instante la ubicación del llamado fatal: no es un teléfono público, sino un bar de Núñez, sobre la avenida Cabildo.
Vuelvo en tren, y camino por Juana Azurduy hasta el café señalado: el patrón me convida con una cerveza, porque piensa que soy un cana, y yo no lo desmiento. Tiene muchos clientes que se apoltronan a leer libros a toda hora, pero recuerda específicamente a uno que usa sombrero de ala corta; suele venir por las tardes y tomar dos capuchinos junto a la ventana. A veces pide el teléfono del mostrador para hacer alguna llamada y luego deja buena propina. Paso por el gimnasio de Saavedra para hacer fierros y guantes, me preparo en el departamento de Belgrano R dos sándwiches de salmón y un vodka con hielo, y me quedo despierto hasta la madrugada repasando las andanzas del periodista y del cuchillero, que primero es de carne y hueso, y más adelante se transforma en un fantasma molesto y maligno. Al mediodía estoy de nuevo en el bar de Cabildo, apostado en una mesa lejana, esperando al caballero. Que esa tarde no se presenta.
—Ya establecimos la trazabilidad, coronel, no me releve ahora —le pido a Cálgaris después de narrarle el primer fracaso.
A regañadientes, ya un poco mosqueado, me da una tarde más. Una sola. Felizmente, el desconocido esta vez no falla. Aparece a las tres en punto, con sombrero y todo, aunque no de traje gris, sino con un pulóver grueso y una campera de gamuza. Carga con un libro antiguo de tapas duras y doradas. Efectivamente, no baja de setenta años. Un individuo poco comunicativo y algo melancólico: distrae a cada rato la lectura y se queda con la mirada perdida. Toma dos capuchinos y un agua sin gas, pasa al baño, paga su deuda y luego camina por Cabildo, gira a la derecha y alcanza la calle Cuba. A doscientos metros ingresa en una casa decrépita de la vereda impar. De pronto la dirección me activa algo en la memoria, y reviso el chat de la Cueva. Qué estúpido —me recrimino—, el jubilado del DNI: se apellida Lazarte y falleció en el 18, pero el último domicilio registrado es esta misma casa descangallada. Creíamos que era un clásico robo de identidad y un documento falsificado por un profesional del yeite. Pero no era, en realidad, más que un documento viejo y real, al que le cambiaron la foto, y a lo mejor ni siquiera eso. Nos creímos inteligentes y somos unos reverendos boludos.
Espero quince minutos más y toco timbre. El ladrón sale a atender y sé por sus ojos que al verme la pinta lo asalta un mal presagio. Coloco un pie estratégico para que no pueda cerrarme la puerta en la cara y le muestro la Glock: retrocede pálido, aunque sin rasgo de sorpresa, al interior oscuro y silencioso, y yo avanzo y cierro a mis espaldas. Es un living comedor largo y descuidado, con muebles de los años cincuenta y dos alfombras manchadas. Hace más frío adentro que afuera. Al fondo se adivina la luz de un patio interno y las puertas de dos dormitorios; también la cocina, adonde nos dirigimos sin despegar los labios. Tiene las hornallas prendidas e incluso un calentador eléctrico, y el libro de tapas duras abierto sobre la mesa de fórmica carcomida. No hace ningún reclamo ni balbucea ninguna protesta: se imagina quién soy y sabe perfectamente por qué lo visito. Con una seña me invita a sentarme en una silla crujiente; él recuesta una nalga en la mesada baja, hace bailar un poco su pierna derecha y esboza una sonrisa triste.
—Usted no escribió El folletinista de la calle Bonpland —adivino.
—No, para nada —niega con una mueca extenuada: tiene una voz tabacal con un acento indefinible—. Lo más interesante que alguna vez fui –se detiene, me pregunta—: Dejé de fumar hace tres años, ¿tiene un cigarrillo?
Le ofrezco uno y se lo enciendo. Aspira el humo como si se tratara de oxígeno vital; le tiembla un poco el pulso.
—Lo más interesante que yo alguna vez fui, y dejé de ser, fue un militante revolucionario —completa. Luego mira con atención la brasa—. A mi viejo lo mató el pucho, ¿sabe? Tuvo un final horrible.
Lo dejo venir. Se oyen gorjeos en el patio y una lejanísima melodía de Pugliese que reconocería en cualquier lugar de la Tierra. Me echa una ojeada evaluativa y decide ir al grano:
—Estuve dos veces exiliado en Italia. La primera vez que volví fue en 1979. Ya se imaginará para qué.
—Sí, me lo imagino.
—La dictadura estaba en crisis y el pueblo, listo para ser conducido a la victoria.
—Veo que tuvo suerte.
—Mucha, mucha —asiente—. Es una larga historia.
—Vamos a concentrarnos en El folletinista de la calle Bonpland.
Se calienta las manos en una hornalla, se las frota. Después arrastra otra silla, la coloca al revés, se sienta como si la cabalgara y apoya los brazos en el respaldo. La Glock sigue a la vista: sabe perfectamente que puedo meterle una bala en el cerebro al más ínfimo gesto. Echa una nueva columna de humo por la nariz.
—Teníamos nuestra retaguardia —dice, nostálgico—. Por lo general, gente de superficie, en el exilio interior, operativos disfrazados de perejiles. En este caso, un profesor de literatura. Él y otros de la Orga tenían la orden de actuar como frente financiero. Había también un joyero de Villa Martelli con buenos contactos.
—¿Un joyero?
—Se atesoraba en oro, para preservar el valor —se ríe—. Ya por entonces este país no tenía moneda.
La música de Pugliese no se termina, pasa de tema a tema, pero ya no hay un solo gorjeo en el patio. Como si todos los gorriones se hubieran callado de repente, o estuvieran muertos.
—Los servicios prendieron la alerta total, y alguien cantó que el profesor era responsable de la logística.
—Y empezaron a seguirlo.
—Conocía la Academia, por su trabajo la frecuentaba —dice, y aplasta los restos del pucho en un platito de té—. Supongo que visitó la biblioteca y que pidió un libro al azar. Estuvo un rato largo leyendo, y lo marcó sin que los empleados se dieran cuenta. Suponemos que hizo esa anotación porque al salir llamó a un compañero y le explicó que dejaba la llave en El folletinista de la calle Bonpland. Así dijo: la llave. Pero sin decir dónde. Dos días después lo mataron en un enfrentamiento.
–Y el compañero zafó.
—No se crea que tanto: lo chuparon y lo dejaron a la miseria. —Ahora el caballero parece por primera vez dolido—. Y no sabemos por qué lo largaron. A lo mejor porque era nadie. Su familia lo puso en un avión y lo mandó con guita a España. A la vuelta de toda esta gira, dos muchachos de la Conducción lo visitaron en Valencia. Estaba en un manicomio, parecía un zombi.
—Zombi y todo les mencionó El folletinista de la calle Bonpland.
—Sí, pero en el aire, como alucinando. Ninguno de sus compañeros salió con vida de la ESMA. Ni siquiera el joyero. Era una ratonera.
—Creyeron que los grupos de tareas se habían quedado con el botín.
—Como tantas veces. ¿Tiene otro cigarrillo?
Le doy el segundo y vuelvo a encendérselo. Sus ojos parecen más oscuros y menos brillantes. La luz de la tarde se está apagando.
—Yo ya tenía decidido abrirme —agrega—. Habíamos sido derrotados, nos habíamos mandado tantas cagadas.
—¿Y entonces?
Se queda unos segundos pensando el mejor modo de explicarse. Al final decide ir por la vía rápida:
—Y entonces me borré. Conseguí un laburo en Milán y traté de olvidarme de la Argentina. Y durante un tiempo lo conseguí, se lo aseguro. Tenía una negación total, una especie de amnesia, y no sabe lo que me costaba llamar a mi viejo para ver cómo seguía. Me costaba un huevo. Pero la vida en Italia tampoco fue un lecho de rosas.
Me mira a fondo por primera vez:
—Nunca pude reivindicar aquella época, ni supe cómo aprovechar mi historia. Simplemente, la saqué del medio y le pegué derecho, como si no hubiera que pagar las facturas.
Tengo un déjà vu; conozco otros amnésicos. De nuevo lo dejo venir.
—El problema es que en su lugar quedó un hueco muy, muy grande —dice contemplándose la sombra que se quiebra en el piso y sube por la heladera. Observo sus zapatos gastados.
—¿Volvió para acompañar a su padre o porque ya no le quedaba más plata? —le pregunto.
Se ríe francamente, vuelve a dar una pitada.
—Por las dos cosas.
—Heredó un buen terreno y la casa puede reciclarse —digo echando un vistazo en redondo.
—Hipotecada —me corta, achicando los ojos—. ¿Qué sabe de los ludópatas, comisario?
—Que la plata nunca alcanza —repongo—. Comenzó a pensar en el oro.
—La desesperación agudiza los sentidos —asiente, rascándose una ceja—. Pero, mire, todo fue una casualidad. Me encontré por el centro a la hermana del profesor. Estaba en una marcha por los derechos humanos, o alguna de esas huevadas. Estuve en la casa de sus viejos, que todavía viven.
—Ellos le hablaron de la Academia.
—Iba muy seguido a estudiar en ese silencio, rodeado de libros. Le decía a su familia: “Acá hay mucho ruido, me voy al templo”. Esa biblioteca era su templo.
—¿Criptografía básica?
—Básica pero difícil de ubicar —aclara—. Se necesita el libro para buscar el mensaje, que al final consistía en una serie de coordenadas muy bien escondidas, casi invisibles. Lo cambié porque necesitaba examinarlo con atención y sin levantar sospechas. Supuse que nadie se daría cuenta de que no era el mismo ejemplar; por eso no me preocupé demasiado por el DNI de mi viejo. Que dicho sea paso, era bastante parecido a mí. Vea.
Veo que extrae de un bolsillo interior, con sumo cuidado y con dos dedos, el documento. El viejo Lazarte era una versión más hundida y menos elegante, pero con un innegable parecido: a golpe de vista uno y otro son la misma persona. Se lo devuelvo.
—¿El paquete seguía donde lo enterró? —quiero saber—. ¿O construyeron encima un edificio?
—Nada de eso —niega con una nueva sonrisa, un poco más animada o tal vez más sardónica—. Una cámara subterránea, en el nicho de su propia familia. En un pequeño cementerio de una ciudad de la provincia de Santa Fe. Cerca del límite norte.
—Convenció a la hermana.
—No, no muestra las palmas—. Bastó con darle unos mangos a un encargado. No se imagina la excitación, tenía taquicardia.
Nos envuelve el silencio; el sol pareció retirarse y la sombra empieza a encogerse. En el patio unos gorriones retomaron la rutina.
—No vengo por el oro, vengo por el libro —le aviso.
Mueve la cabeza y respira profundo. Ya no necesita cigarrillos, ni conversación. Se levanta y lo imito. Pasamos a un salón con escritorio y estantes llenos. El folletinista de la calle Bonpland está a la vista, inocente de todo. Me lo entrega sin ceremonias. Lo cargo como si fuera un explosivo.
—Un enigma dentro de otro enigma: leí mucho sobre ese folletín en Internet —dice, ahora con vivo interés—. ¿Quiere ver el paquete?
—No podría resistirme.
Me señala un pasillo, que deriva en el patio. Pugliese se sigue colando por la medianera. Hay una pajarera enorme y vacía; muchos malvones, paredes con manchas de humedad, baldosas cuarteadas. Al fondo, una puerta de vidrio y de hierro da a un taller de trastos y herramientas. Dejo, prudentemente, que Lazarte ingrese primero y mantengo mi Glock desenfundada. Pero no se trata de una emboscada, sino de una ironía. Una ironía del destino. Me acerco con cuidado a la mesa que me señala. La maleta permanece abierta, y tiene el cuero deteriorado y descolorido, pero los fajos parecen intactos y los billetes no han perdido legibilidad. Pesos argentinos, sin lesiones y sin moho. Sacados de circulación hace décadas, y víctimas de incontables devaluaciones.
—¿Cuánto calcula que me darán en el Mercado de Pulgas, comisario?
—No llegó a convertirlos —pienso en voz alta—. La quimera del oro.
—Usted lo ha dicho.
Nos quedamos mudos un rato, contemplando el tesoro evaporado y perdido. Luego le pido un fajo y me lo guardo en el bolsillo de la campera. Es un souvenir para Leandro Cálgaris. Enfundo también la Glock y me hago acompañar hasta la salida. En la vereda nos damos la mano sin reproches. Mientras camino hasta Cabildo pienso cuántos ahorros y chucherías le quedarán a Lazarte antes de levantarse la tapa de los sesos.
Ese mismo jueves, a las 16.30 en punto, participamos del clásico té de camaradería de los académicos, y el coronel les relata pormenorizadamente el extraño viaje de El folletinista de la calle Bonpland. Dedican media hora más a intercambiar nuevas especulaciones acerca de su autoría literaria, y acuerdan no ventilar el robo ante los medios de prensa por obvias razones. Poco antes de la apertura de sesión, nos dirigimos a la biblioteca y Cálgaris le entrega a su director y a sus ayudantes el ejemplar que sacó Lazarte del palacio Errázuriz. Los verdaderos guardianes del tesoro lo reciben como si fuera una pieza única y lo devuelven amorosamente a su lugar. Están emocionados.
TITULO: Leyenda del fútbol dice adios - Gerhard Aigner, exsecretario general de la confederación europea, a los 80 años de edad,.
Gerhard Aigner, exsecretario general de la confederación europea, a los 80 años de edad,.
foto / Gerhard Aigner,.
El mandatario estuvo como secretario general del organismo entre 1989 y 1999. Luego pasó a director ejecutivo hasta 2003. Ha fallecido a los 80 años.
La UEFA ha perdió este jueves a uno de sus exmiembros eméritos a los 80 años. Ha fallecido Gerhard Aigner (1 de septiembre de 1943, Ratisbona-Alemania), antiguo secretario general del organismo (1989-1999) y luego director ejecutivo del organismo del fútbol europeo (1999-2003).
Junto al sueco Lennart Johansson, presidente de la UEFA, durante casi dos décadas fueron los padrinos de la Champions League tal y como la hemos conocido hasta la edición de esta temporada. Aigner y Johansson cambiaron la antigua Copa de Europa por una novedosa Champions.
El dirigente alemán llegó a la UEFA tras empezar como árbitro hasta que poco a poco fue escalando en el organigrama de la UEFA. En los partido de la Eurocopa entre Inglaterra-Dinamarca y España-Italia se guardó un minuto de silencio en su memoria. Un torneo que se juega en su país natal.
TITULO: Domingo
- 14 - Julio - LA SEXTA TV - Ambulancias, en el corazón de la
ciudad - Alarma por el récord de ataques a iglesias católicas en EE.UU ,.
El domingo - 14 - Julio , a las 21:30 por La Sexta, fotos,.
Alarma por el récord de ataques a iglesias católicas en EE.UU.
El senador Marco Rubio pide a Joe Biden que tome medidas urgentes y ponga a trabajar a la fiscalía,.
Al menos nueve personas han muerto en un tiroteo ocurrido en una iglesia de la comunidad negra de Charleston (Carolina del Sur, Estados Unidos), según ha informado este jueves su alcalde Joseph Riley. La policía intenta dar caza al sospechoso, Dylann Roof, de 21 años y raza blanca.
Los agentes buscan al presunto tirador, que habría asistido a la misa al menos durante una hora, según ha asegurado el jefe de Policía, Greg Mullen, antes de abrir fuego. Los investigadores creen que podría encontrarse aún por la zona.
El Departamento de Policía de la ciudad ha distribuido imágenes tomadas por una cámara de seguridad tanto del sospechoso como de su vehículo.
Imagen tomada por una cámara de seguridad y difundida por el Departamento de Policía de Charleston (Carolina del Sur) del sospechoso del atentado contra una iglesia de la comunidad negra. Se trata de un hombre joven y blanco. AFP PHOTO / CHARLESTON POLICE DEPARTMENT
Tras el tiroteo, la Policía tuvo que desalojar la zona por una amenaza de bomba que se demostró falsa.
El jefe de Policía ha asegurado que las autoridades investigan lo ocurrido como un "crimen de odio". “Es incomprensible que alguien en la sociedad de hoy entre en una iglesia donde la gente está rezando y les mate", ha declarado Mullen.
El alcalde de la ciudad, Joe Riley, también ha señalado el odio racial como móvil más probable del crimen.
Iglesia histórica de la comunidad negra
El tiroteo ha tenido lugar alrededor de las 21.00 hora local mientras se celebraba una reunión de feligreses en la Iglesia Africana Metodista Episcopal (AME) "Emanuel". Se trata de un templo histórico, fundado en 1816 por pastores que predicaban la abolición de la esclavitud y con una larga historia como foco de protestas a favor de los derechos civiles y la igualdad racial.
Según indicaron las fuerzas del orden, ocho personas fallecieron en la iglesia y otras dos fueron trasladas al hospital, donde una de ellas no pudo recuperarse de las graves heridas.
Las víctimas son tres hombres y seis mujeres. Entre los fallecidos se encuentra el pastor de la iglesia y senador demócrata en la Cámara estatal, Clementa Pinckney, según han confirmado sus compañeros de partido.
Varios feligreses han improvisado un rezo en la calle cerca de la iglesia atacada. "Oramos por las familias, tienen un largo camino ante sí", ha declardo el reverendo James Johnson, activista local por los derechos civiles.
Varios feligreses rezan en la calle cerca de la iglesia metodista donde nueve personas han muerto en un tiroteo en Charleston, Carolina del Sur, EE.UU.
La ciudad de Charleston era estos días escenario de actos con presencia de destacados dirigentes políticos dentro de la campaña para las elecciones presidenciales. Jeb Bush, que se presenta a las primarias del Partido Republicano, ha cancelado un acto que tenía previsto celebrar la mañana del jueves. Otra aspirante a la presidencia, la demócrata Hillary Clinton, estuvo en Charleston el miércoles para recaudar fondos, y había abandonado la ciudad tan solo horas antes del tiroteo.
El tiroteo de este jueves se produce después de que en abril un policía blanco matara a un hombre negro desarmado en Charleston. La acción del agente fue gravada en vídeo y produjo un profundo impacto en Estados Unidos, donde desde hace meses se ha elevado la tensión racial por las agresiones a ciudadanos negros por parte de agentes de la ley.
TITULO: CAFE GIJON - MANZANAS VERDES - Fútbol Europa - Portugal golea a Turquía (0-3) y sella su clasificación como primera de grupo ,.
CAFE GIJON,.
Café Gijón - foto,.
MANZANAS VERDES - Fútbol - Europa - Portugal golea a Turquía (0-3) y sella su clasificación como primera de grupo ,.
MANZANAS VERDES - Fútbol - Europa - Portugal golea a Turquía (0-3) y sella su clasificación como primera de grupo . , fotos,.
Fútbol - Europa -Portugal golea a Turquía (0-3) y sella su clasificación como primera de grupo ,.
Portugal golea a Turquía (0-3) y sella su clasificación como primera de grupo,.
Con goles de Bernardo Silva, Bruno Fernandes y en propia puerta de Samet Akaydin.
Resultado Final - Turquía 0 - 3 Portugal - resultado, resumen y goles,.
Portugal se lleva la victoria ante una selección de Turquía que se vio totalmente diferente a lo que presentó en el primer partido. El dominio de los lusos fue superior durante todo el encuentro, los goles fueron de Bernardo Silva y de Bruno Fernandes, además de un gol que fue uno de los mayores errores que ha habido en esta Eurocopa, un gol en propia puerta del central Samet Akaydin.
Ahora, la "Selecao" se ha convertido en la primera del grupo F en conseguir el boleto a la siguiente fase, además de avanzar como primeros. Además, se une a un logro personal, pues Cristiano Ronaldo consiguió un hito más, ser el mayor asistente en la Eurocopa. En el banquillo sorprendió que Arda Güler no entrara de titular después de ser el jugador del partido anterior y también Joao Felix, quien no ha tenido minutos en esta competición.
TITULO: LA AVENTURA DEL SABER TVE - La vida de Audrey Hepburn será un musical y su estreno mundial será en Madrid ,.
La vida de Audrey Hepburn será un musical y su estreno mundial será en Madrid,.
Está impulsado por Sean Hepburn Ferrer, el hijo de la actriz: "hemos preparado un guion con profundas raíces cinematográficas que evoca permanentemente su vida y obra",.
La inolvidable protagonista de "Desayuno con diamantes", "Vacaciones en Roma" o el musical "My Fair Lady", Audrey Hepburn (1929-1993) tendrá su propio espectáculo, "Buscando a Audrey", y el estreno mundial se celebrará en Madrid en 2025. Al frente de la producción de este espectáculo, se encuentra el hijo de la actriz Sean Hepburn Ferrer (Lucerna, Suiza, 1960). "No se trata del clásico musical contando la biografía de su vida", ha explicado este martes Sean Hepburn en nota de prensa.
"Cuando a mi madre le propusieron escribir su biografía, ella siempre contestaba: ''A mí no me ha pasado nada. Solo he ido a trabajar y a la gente le ha gustado''", ha recordado el productor.
"Así que hemos preparado un guion con profundas raíces cinematográficas que evoca permanentemente su vida y obra", ha añadido el hijo de Hepburn', quien ha justificado el estreno mundial en Madrid porque "además de ser la tercera capital del mundo en volumen de negocio en torno a los musicales, Madrid está en un gran momento social y económico"
"Además, mi familia siempre ha estado muy vinculada a España hemos pasado muchas temporadas aquí y mi madre siempre amó este maravilloso país", ha añadido. "Buscando a Audrey" contará con libreto de José Ignacio Salmerón y música de Fernando Velázquez y el montaje será dirigido escénicamente por Juan Luis Iborra.
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