TITULO: España Directo - Economía - Viviendas económicas,.
Viviendas económicas,.
Quien alquila busca una rentabilidad que está alineada con el precio de compra, de modo que, si éste sube, lo hará el alquiler
El Gobierno acaba de lanzar su llamada de socorro ante la imparable evidencia de que el mercado inmobiliario sufre un creciente desajuste entre la oferta y la demanda, que se traduce en precios inasumibles por quienes necesitan una vivienda, algo que muchos expertos auguraban desde hace tiempo, en especial, tras la Ley de Vivienda, que evidenciaba una caída de la oferta frente a la presión de quienes demandan un lugar donde construir su hogar.
Cuando se antepone la ideología a la lógica, el sentido común y las leyes del mercado, el resultado suele ser nefasto a medio y largo plazo, en especial para los ciudadanos más vulnerables que son los que sufren la ineficacia de algunas leyes. Desde los cuellos de botella regulatorios y colisiones de competencias entre diferentes AA PP que fomentan la escasez de suelo y la concesión de licencias, junto al aumento de costes y problemas de financiación de la promoción y construcción inmobiliaria, pasando por la regulación de los precios. Sin embargo, hay otras razones que explican la resistencia a bajar de los precios, incluso su aumento, a pesar de que el número de operaciones de compraventa de vivienda está cayendo, lo que rompe la lógica económica de las leyes del mercado.
Entre las principales razones del aumento de precios, cabe destacar la evidente escasez de oferta de viviendas disponibles en zonas con elevada demanda, como son las ciudades donde radica la actividad económica. Igualmente, la propia inercia del sector favorece la estabilidad de los precios y amortigua su caída, ya que el mercado inmobiliario es muy atractivo por ser un activo refugio que tiende a ser menos volátil que otros sectores, por lo que, ante una disminución de la actividad, los propietarios pueden optar por no vender y esperar a tiempos mejores, pues excepto en situaciones de burbuja, los precios a largo plazo tienden a subir. Salvo que tengamos una necesidad de liquidez acuciante, los españoles tenemos grabado a fuego en la mente aquello de que, en términos de vivienda, no vendemos por menos de lo que nos ha costado.
En este sentido, el legado cultural que recibimos de nuestros padres y abuelos, bastante arraigado, se basa en la aversión al riesgo y en la cultura de la propiedad frente al alquiler, de modo que la vivienda se convierte en nuestro principal propósito vital sobre el que construir un proyecto de futuro y donde ser propietario es sinónimo de logro social. Por ello, en España, tres de cada cuatro personas son propietarias del inmueble en el que habitan.
Además, dentro del caudal hereditario cultural que recibimos, se encuentra la aversión al riesgo, lo que nos hace ver la vivienda más como un mecanismo de ahorro a largo plazo de bajo riesgo con el que construir nuestro patrimonio en vez de ser un vehículo de inversión similar al que tenemos en los mercados financieros, como son las acciones, bonos, derivados, criptodivisas o materias primas, entre otros. La mayoría prefiere menor rentabilidad, pero sin sobresaltos y sostenida en el tiempo a la posibilidad de obtener elevados rendimientos de nuestras inversiones a costa de poder sufrir los altibajos de la montaña rusa que suponen los mercados.
Por otro lado, la inflación y el aumento de los costes de construcción, así como las exigentes regulaciones y permisos asociados con el desarrollo inmobiliario, elevan los costes fijos asociados a la adquisición de terrenos, materiales de construcción y mano de obra, lo que impulsa los precios al alza y ejerce de cadena de arrastre hacia el mercado de vivienda usada.
Y como la alternativa a la compra es el alquiler, el efecto de vasos comunicantes es inmediato, pues quien alquila busca una rentabilidad que está alineada con el precio de compra, de modo que, si éste sube, lo hará el alquiler
Si a los condicionantes estructurales del sector, añadimos, la incertidumbre, desprotección e inseguridad jurídica, que sufren propietarios e inversores ante la okupación y la morosidad, tenemos servido el plato de precios inmobiliarios, que dificulta la digestión de quienes tienen hambre de vivienda.
Viernes - 5 - Julio a las 22.00, en Telecinco, foto,.
Míriam Bonastre Tur,.
Míriam Bonastre Tur | ||
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Información personal | ||
Nacimiento |
5 de febrero de 1994 Pineda de Mar (España) (30 años) | |
Nacionalidad | Española | |
Educación | ||
Educada en | Escola Joso | |
Información profesional | ||
Ocupación | Ilustradora e historietista | |
Firma | ||
Míriam Bonastre Tur (Pineda de Mar, 5 de febrero de 1994) es una ilustradora y autora de cómics catalana, conocida por su cómic digital Hooky.
Carrera
Se graduó en ilustración en la Escola Joso de Barcelona en 2015.1
Desde ese mismo año, comenzó a publicar semanalmente el cómic digital Hooky en la plataforma Webtoon hasta 2020. La serie, orientada al público anglosajón, especialmente estadounidense, se convirtió en un gran éxito internacional en esta plataforma digital de cómics.2
En paralelo, en 2018 formó parte del equipo creativo de El Rubius en seis capítulos de Virtual Hero.3
Tras el éxito del cómic digital Hooky , empezó a preparar la versión en papel que publicó en Estados Unidos en septiembre de 2021. En enero de 2022 se publicó también en España. El primer volumen fue bien recibido tanto en España como en Estados Unidos, donde se incluyó en las listas de los libros más vendidos de The New York Times.4 El tercer volumen de la obra se publicó en otoño de 2023.
Es colaboradora habitual de la revista Planeta Manga,5 donde publicó en 2022 El príncipe de la calamidad junto con Blanca Mira, Laia López y Sara Lozoya.6
En diciembre de 2023, empezó a publicar semanalmente su nueva serie en la plataforma Webtoon, Marionetta.
TITULO: Detrás del muro - PÁGINA DOS - José Manuel Sánchez Ron y Carmen Estrada , Martes - 2 - Julio ,.
PÁGINA DOS - José Manuel Sánchez Ron y Carmen Estrada ,.
Martes - 2 - Julio , a las 22:00, en La2, fotos,.
José Manuel Sánchez Ron y Carmen Estrada,.
Para la catedrática y neurocientífica Carmen Estrada (Sevilla, 1947), la ciencia es un refugio de cordura, una fuerza cómplice, una herramienta de poder y una fuente de esperanza. Estar bien informado es la mejor protección en una era de bulos, desinformación y un cronómetro medioambiental acelerado y amenazante. En La herencia de Eva (Taurus) la investigadora narra el encuentro entre la ciencia y las humanidades como motor de la civilización contemporánea.
La clásica disyuntiva entre ciencias o letras se desdibuja en la trayectoria profesional de Carmen Estrada. Se licenció en Medicina por la Universidad de Sevilla, y luego se doctoró en Madrid. Ejerció de profesora titular en universidades de Cádiz y California, y tras su jubilación se dedicó al estudio del griego clásico, que han dado como fruto varios libros sobre el tema. Estrada charla con 'Página Dos' de la ciencia como una tarea colectiva y colaborativa, donde la voz de las científicas debe estar tan presente como la de ellos.
Proteger la ciencia de la avaricia
La herencia de Eva es también una crítica afilada a cierta manera de entender la ciencia como medio para alcanzar unos fines interesados. Estrada defiende su función social, incompatible con un capitalismo salvaje que solo busca el beneficio y trata a los ciudadanos como clientes. Carmen Estrada: «Solo a través del humanismo científico podremos recuperar el papel central y de vanguardia que la ciencia ha desempeñado a lo largo de nuestra historia.»
«La palabra más antigua que conocemos para designar a la ciencia", cuenta Carmen Estrada, «es epistéme, que en griego significa pararse a observar algo. También incluye la idea de indagar, contrastar y abandonar la idea si surgen evidencias en su contra.» Este ensayo demuestra que la actividad científica es tan antigua como la artística, y responde a un rasgo inherente de la naturaleza humana: la curiosidad, las preguntas, la necesidad de trascender.
Las sociedades humanas se articulan en torno a dos dimensiones: la técnica y la cultural. La primera produce herramientas, instrumentos que facilitan la adaptación al mundo. La segunda, basada en el lenguaje, genera una visión del mundo que da forma a la organización social y se expresa en códigos, expresiones o símbolos compartidos. El humilde libro, con su estructura ligera y sencilla, recoge lo mejor de los dos mundos.
TITULO: Cartas de amor - Días de sol y amor,.
Días de sol y amor,.
fotos / ¿Cuál es la diferencia entre novelar y confesar, entre construir un relato y escribir unas memorias? ¿Cuál es la diferencia entre inspirarse en hechos reales y narrar esos hechos reales? La teoría de “la verdad de las mentiras” dice que no hay ninguna diferencia, que el escritor debe construir un mundo en el que todo se sienta como real, aunque ocurra en planetas lejanos y haya hombres que vuelen. Pero no es evidente que eso sea del todo cierto.
En 2014, el joven escritor francés Édouard Louis publicó un libro autobiográfico titulado Para terminar con Eddy Bellegueule, que es el apellido real del autor. En él cuenta como a causa de su homosexualidad fue atacado, marginado y humillado en su ciudad natal, Hallencourt, en el norte de Francia. Su propia familia se avergonzaba de él, su propio padre le pegaba. Sus compañeros de colegio le escupían a la cara y le hacían tragarse los esputos. A los dieciséis años se armó de valor y decidió huir rumbo a París para dejar atrás su pasado: abandonó al Bellegueule mortificado y empezó a construir a Édouard Louis.
El libro fue un éxito absoluto. Vendió varios cientos de miles de ejemplares en Francia y fue traducido a muchas lenguas. Su caso se empleó como ejemplo de la pervivencia de la homofobia salvaje en nuestro tiempo: incluso en la civilizada Francia seguían sufriéndose indignidades como ésas.
Tiempo después de leer el libro me contaron que su madre acudía a las presentaciones que se celebraban en Francia para boicotearlas y explicarles a todos que los hechos que Louis cuenta en el libro son completamente falsos. “Ha destrozado la vida de nuestra familia”, exclamaba al parecer la señora en mitad de los actos públicos.
Nunca llegué a saber si aquello era verdad o mentira, pero mi percepción de Para terminar con Eddy Bellegueule cambió inmediatamente. No cabe duda de que el libro es el mismo sean cuales sean los hechos reales que estén detrás de él, y tal vez en el siglo XXIII, si aún sigue existiendo la literatura, será leído sin que importe mucho que en la partida de bautismo del autor y en la del protagonista figuren el mismo apellido, la misma ciudad de nacimiento y los mismos detalles biográficos. La literatura, sin embargo, no es —como tantas veces nos gusta repetir a los iniciados— un reino de marfil en el que todo tenga vida autónoma. Está manchada por los hechos, por las biografías, por la leyenda, por la suciedad de lo que ocurre.
En la literatura gay confesional ha habido en las últimas décadas —y más aún en los últimos años— un estampido. No es irrelevante que, con todos los matices, los autores se anclen a su propia historia. La literatura del yo —autobiográfica, memorialística, autoficcional— tiene en estos principios del siglo XXI un peso cada vez mayor, y el universo homosexual no podía escapar a esa corriente: su testimonio es el de la intimidad perturbada o conmovida, el de lo privado pisoteado por lo público, el del secreto, la clandestinidad y la penumbra.
El primero en abrir el camino en España fue Juan Goytisolo en Coto vedado, publicado en 1985. El año siguiente publicó En los reinos de Taifas, la continuación. Los dos volúmenes recogen sus recuerdos autobiográficos, que supusieron, en la época, un cierto sobresalto: primero porque el género era muy raquítico en España y la obra constituía una pequeña revolución literaria; y segundo porque Goytisolo, casado con Monique Lange y hermético en público hasta el momento, reconocía su homosexualidad y contaba algunos episodios audaces.
Las memorias de Terenci Moix, El peso de la paja, no tuvieron dos volúmenes, sino tres: se iniciaron en 1990 con la publicación de El cine de los sábados, al que siguieron, pocos años después, El beso de Peter Pan y Extraño en el paraíso. Son unas memorias, como el propio Moix, mitómanas y atrevidas, pero al mismo tiempo —y en ello radica su singularidad—contrapesadas por lo mínimo, por lo pequeño. Son las memorias de Terenci pero también las memorias de Ramón, que era su nombre real. La gravedad de la vida queda en ellas disuelta.
Moix es casi protagonista de uno de los últimos libros memorialísticos —novela con nombres reales— que se han publicado: El joven sin alma, de Vicente Molina Foix, en el que el autor recuerda los años de su juventud, compartidos con Terenci (que entonces todavía se llamaba Ramón), con su hermana Ana María Moix, con Pedro Gimferrer y con Leopoldo María Panero, entre otros personajes de la sociedad literaria de la época. En El joven sin alma, Molina Foix contiene la tentación nostálgica, y de esa tensión nacen algunas de las mejores páginas del libro.
Más representativo de esta convulsión confesional es el anterior libro de Molina Foix, El invitado amargo, escrito a cuatro manos con Luis Cremades. En él, los autores recuerdan en capítulos alternos la relación sentimental que les unió más de tres décadas atrás y el remolino que el tiempo fue haciendo con todo aquello: la vida gay de la época dorada de la movida madrileña, la fragilidad de las relaciones homosexuales de entonces, los celos, el dulce culturalismo que abrigaba a los amantes. Es un libro tan táctil que resulta doloroso.
En 2009, Lluís María Todó publicó en castellano El mal francés, un libro en el que reconstruía también su adolescencia y su despertar homosexual. Si en El invitado amargo Molina Foix y Cremades utilizaban sus cartas del pasado como base documental de la arqueología sentimental, en El mal francés Todó emplea sus diarios juveniles. A pesar de la ironía y del humor que recorren todo el texto, queda al desnudo la mala vida que el autor tuvo que llevar durante años por ser “un invertido, un marica, un gay o un homosexual muy extraño”.
Kiko Herrero fue finalista del Premio Goncourt en 2014 con una novela que recorre la misma senda autobiográfica: ¡Arde Madrid!, escrita y publicada originariamente en francés. En ella, Herrero recuerda también su despertar sexual, sus conflictos familiares, los excesos que vivió y el agotamiento al que llevó esa vida un poco al límite en todos los sentidos. Es un libro que encuentra en la sobriedad su mayor arma expresiva para recordar —una vez más— aquel Madrid glorioso de principios de los ochenta.
Luis Antonio de Villena, una figura omnipresente de la literatura homosexual española reciente, autor de más de dos decenas de libros narrativos, ha publicado en 2015 y 2017 los dos primeros volúmenes de sus memorias personales: El fin de los palacios de invierno (Recuerdos de infancia y primera juventud) y Dorados días de sol y noche. En ellos repasa, con la misma voz elegíaca y jubilosa de sus relatos o de su poesía, el crecimiento erótico, la gloria de las amistades literarias y el resplandeciente paisaje de la noche madrileña.
Yo mismo, por último, publiqué en 2016 El amor del revés, una autobiografía que trataba de contar el tránsito entre el descubrimiento de mi homosexualidad y su aceptación.
En América Latina, este modelo memorialístico o confesional se va abriendo paso poco a poco. Después del precedente de Antes que anochezca, de Reynaldo Arenas, del que ya hemos hablado en este rincón, en los últimos tiempos han empezado a publicarse algunos libros que exploran la homosexualidad desde el yo. El peruano Beto Ortiz, por ejemplo, cuenta noveladamente cómo tuvo que enfrentarse a la homofobia en el ámbito del periodismo y de la política: los amores, los excesos —más excesos— y su huida del Perú. El chileno Alberto Fuguet, por su parte, utiliza su pasión por el cine para narrar en VHS, a través de algunas de las películas que vio en su adolescencia y en su juventud, los titubeos, las inseguridades y los sueños de aquel muchacho que fue.
No da igual, por lo tanto, que Eddy Bellegueule sea o no Édouard Louis. Los libros son los mismos, las palabras son idénticas, pero hay en la lectura un rastro de estupor —o de ternura— que sólo es posible alcanzar si sabemos que lo que estamos leyendo ocurrió realmente.
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