domingo, 23 de febrero de 2025

EL SILENCIO POR FAVOR - DESAYUNO -CENA - DOMINGO -LUNES - EL ARBOL DE TU VIDA - Martes - 4 - Marzo - Carmen Posadas - Desnudar a un demonio para vestir a otro ,. / Lunes - 3 - Marzo - Imprescindibles - Memoria Julián Marías ,. / ELLA & - Europa, maniatada,. / EL BAR ESQUINA - REVISTA CAMPO - TAPAS Y BARRAS - UN PAIS PARA COMERSELO - PESADILLA EN LA COCINA - Jueves - 6 - Marzo -'Parfait' de chocolate con bizcocho de praliné ,.

 

 TITULO:  EL SILENCIO POR FAVOR - DESAYUNO -CENA - DOMINGO -LUNES - EL ARBOL DE TU VIDA - MARTES -  4 - Marzo - Carmen Posadas - Desnudar a un demonio para vestir a otro ,.

EL ARBOL DE TU VIDA - MARTES -  4 - Marzo  ,. 

 
 Conducido por Toñi Moreno, el espacio investiga el árbol genealógico de los personajes más queridos de nuestro país. El martes -  4 - Marzo
, a las 22:30 por antena 3, etc.


 EL SILENCIO POR FAVOR - DESAYUNO - CENA - DOMINGO - Carmen Posadas - Desnudar a un demonio para vestir a otro   ,.

 EL SILENCIO POR FAVOR - DESAYUNO - CENA - DOMINGO - Carmen Posadas - Desnudar a un demonio para vestir a otro  , fotos ,.

 Carmen Posadas - Desnudar a un demonio para vestir a otro ,.

 Carmen Posadas: “En el Titanic me habría ahogado seguro. Cuando la  situación se vuelve desesperada, los que se salvan son los que están  dispuestos a dar codazos, a pasar por encima de

  Carmen Posadas,.

Hay poetas que desde que nació en ellos la poesía como una forma de habitación de la existencia, han hecho de la creación un viaje íntimo y colectivo al que se han entregado sin pausa, poniendo en juego corazón, inteligencia y sentidos. Es el caso de Jon Andión (Madrid, 1984), que desde muy pequeño estuvo acompañado por la lectura, la música (el próximo dieciocho de diciembre se cumplirán cuatro años de la muerte de su padre, el gran cantautor) y 

 

 

( Desayuno )

 

el arte en general. No olvidemos que durante su estancia en Roma para ampliar sus estudios de Derecho colaboró con la oficina de patronazgo de los Museos Vaticanos, estudios de Derecho que, en mi opinión, le pusieron en contacto con la corriente sanguínea del lenguaje jurídico tan preciso a la hora de nombrar la realidad, tan compleja como lo es a la hora de tratar de la conducta humana. Esta relación ya venía precedida desde muy temprano por una visión del mundo que solo podría contarse en su raíz desde la poesía, desde libros como Palabras invisibles (Huerga y Fierro, 2011), Soñar (Huerga y Fierro,2014), Entre cosas salvajes (Ediciones Perro Azul, Costa Rica, 2015), La mirada abierta (Casa de Poesía, Costa Rica, 2017), El sonido del vigía (Huerga y Fierro, 2018) y El calor oculto de las cosas rotas (Huerga y Fierro. Colección Rayo Azul, 2023), libro este último que completa hasta el 

 

 Foodyt - La Santa María

( Cena )

 

momento una trayectoria ascendente de una poesía caracterizada, como ha señalado Joaquín Pérez Azaústre en su prólogo a Soñar, al que parafraseo, por su “nitidez verbal, su intención ética convertida en lenguaje, la originalidad de las asociaciones, su libertad estética, su potencia simbólica y su tensión emocional”. Todas estas características son predicables de El calor oculto de las cosas rotas, poemario en que se confirma la singularidad de una obra que no cabe dentro de las diferentes etiquetas utilizadas para nombrar movimientos o corrientes. Nos encontramos, por tanto, ante una voz única, no por ello exenta de nutrientes literarios tan cualificados como Walt Whitman, Machado, Vallejo, Lorca, Cernuda, Aleixandre o Juan Gelman, presencias encarnadas en los momentos de creación, a las que debemos añadir la de Shakespeare y su cosmovisión del alma humana. No en vano encabeza El calor oculto de las cosas rotas una larga cita de Macbeth.

"Entre la caída y el vuelo nos movemos durante la lectura del último libro de poemas de Jon Andión"

Entre la caída y el vuelo nos movemos durante la lectura del último libro de poemas de Jon Andión, dividido en dos partes alusivas, si las unimos, al rostro total de la existencia, al mundo con toda su verdad, con todo “el calor oculto de las cosas rotas” que, por tanto, se quedan dentro de nosotros, como un asma. Con todo también “lo que somos”, que es como nos dice Jon Andión todo lo que seremos. Mediante un lenguaje fundado en el superrealismo, nunca automático, siempre consciente, en el que se escucha una respiración aleixandrina; lenguaje a veces también con íntimas fracturas que nos recuerdan a Juan Gelman, y a través de versos que constantemente nos sumen en la sorpresa, como ya muy bien subrayó José Luis Ferris al hablar del primer libro del poeta, Palabras invisibles, se esgrafían dentro de nosotros el insurrecto placer de la pureza; el ansiar que es casi el azul profundo del ahogado / y encontrar un silencio rasgado de sirenas; el beso, el amor y el deseo (…) Un beso encierra una herida para conversar / pero se desvistieron rápido / y quedó al final un abismo insalvable / que nadie pudo vestir acunar o nombrar. / Son cosas del demonio el calor perdido entre el amor y el deseo. Y se anuncian el dolor y el recuerdo mediante un elemento atmosférico que nos inunda (…) La velocidad de la ventisca / en el cuarto último espectro de la lucidez / de repente un dolor un recuerdo / corto y arrastrado. La Naturaleza, lo vemos es  muy importante en alguno de los poemas de El calor oculto de las cosas rotas al actuar como catalizadora de lo medular en las ideas y los sentimientos que, al encontrar una referencia en ella, adquieren un desnudez y horizonte infinitos. Pongo tres ejemplos (…) La vastedad de todo lo que es y quedará (…) ¿Por dónde se llega a la altitud? (…) Hay una manera de respirar que es una llamada / al acento perdido de los abuelos y sus surcos de colina y manantial, / al épico altercado del amanecer / y el amarillo fluorescente de los imposibles, / a la verticalidad impulsada de los volcanes que vigilan, / a la soledad de la arena en la ternura mineral de los desiertos / que cambiaron el agua por la crudeza de la verdad, / y cada uno de los cielos que me guardo, / y el universo que sostiene el universo, como la diversidad inconquistable de los iguales / que se lanzan / de la mano/ hacia la vida. / Lo diré. /sólo el mañana nos sostiene.

Lo invisible, lo oculto, el secreto, son tres términos generativos en este libro de poemas, y aparece la crisálida como ese estado de quietud que precede a la adultez, como ese estado quiescente donde se produce el embarazo de lo que podemos con nuestra vida despertar (…) Quizás hay puertas que son solo su umbral. / Hay ruidos para los amantes, / luces abiertas que no disculpan, / y un aire dulce a sal del que cuelga el porvenir. / Quedarán crisálidas en el aire para los despiertos.

"Otro aspecto de este libro tan complejo por tantos elementos que en él se tejen, es el de la escenografía donde el fantasma del citado Shakespeare cruza, y se desnuda la existencia"

Hay igualmente en la poesía de Jon Andión una dimensión  profundamente reflexiva en la que la muerte y la nada están presentes, pero no como conceptos abstractos, sino que están encarnados, lo que consigue acudiendo de nuevo a elementos de la naturaleza, al secreto y los ausentes (…) Hay muerte y frío alrededor / como para compensar lo que pudimos haber reído/ conservas caducas de lo que fuimos / este vacío hecho animal. / Hay cantos blancos encima de cada secreto / como plumas caídas de un desengaño. / Silencio nieve y ceniza, / Hay criaturas calladas detrás de todas las puertas. Y a la hora de reflexionar nos dice Andión mantén la mente salvaje. Concepto este de salvaje que identifica con nosotros mismos en respuesta a una pregunta de la poeta y periodista Esther Peñas. “Lo salvaje, afirma el poeta, es aquello que habita en nuestra propia naturaleza per pertenece a la otra orilla, algo que deberíamos abrazar y comprender, tiene algo que ver con la pura libertad de emoción, de pensamiento, de pisada”.

Otro aspecto de este libro tan complejo por tantos elementos que en él se tejen, es el de la escenografía donde el fantasma del citado Shakespeare cruza, y se desnuda la existencia. Yo diría que todo el poemario es una representación del mundo donde somos apuntadores que vamos recitando, aunque sea en voz baja, nuestro papel. No me resisto a citar unos versos del poema que, precisamente se titula EL APUNTADOR: soy todas tus blancas calaveras aplicadas en un escenario / entre trozos de letreros rotos/escaleras imperfectas / cuerdas y contrapesos (…) no valen los nombres de las cosas / sino la sombra que dejaron al final / soy el árido secreto de las piezas sueltas/ soy el calor oculto de las cosas rotas.

Tras más de una lectura, en cada una de las cuales se encendían nuevas luces y nuevos sentidos hay dos poemas que por sí mismos,  justifican todo el libro, FERIA, poema muy visual, donde todo trasmina, y LOS SOLITARIOS, en el que con imágenes sorprendentes, muy habituales en la obra de Jon Andión, radiografía a este ser que vive en su astro, pero sin separarse del mundo (siempre lo interior y lo exterior confluyen en Jon Andión) (…) En la estocada una corona, / un vivir por el vivir, / un trance con sabor a nado libre e intenso (…) Sucumben los solitarios a las mañanas silentes,/ como las estantiguas a tantas madrugadas eléctricas. / Sería  todo por un gesto de cariño/ o un dedal que esconda el infinito.

Termino con unas palabras del propio autor que resumen muy bien EL COLOR OCULTO DE LAS COSAS ROTAS transmitidas a la ya citada Esther Peñas: “Este libro pretende volver la mirada a lo plural, a lo ilimitado, a lo diverso que conforma un mundo propio y a la vez todos los mundos. Y nada está roto del todo, como la vida no es solo una caída o solo un vuelo sino una sucesión de vuelos y caídas, y caídas que no lo son tanto y vuelos que tampoco y otros tantos ejemplos que sí. Quizás se trate de navegar y de mirar y de contar historias”. Una navegación que cada uno de notros haremos por el fondo de nosotros mismos y que de algún modo marcará nuestras vidas.

 


 TITULO:  Lunes -   3 - Marzo - Imprescindibles -  Memoria Julián Marías   ,. 




LUNES -  3 - Marzo -   Imprescindibles  -  Memoria Julián Marías   ,.

Imprescindibles, serie de documentales sobre los personajes más destacados de la cultura española del siglo XX cada semana en La 2, el lunes -  3 - Marzo ,.
 , a las 21:00 ,foto ,.
 
 Memoria Julián Marías,.
 
 Documentos RNE

Este programa es un repaso a la vida y la obra filosófica de Julián Marías (1914-2005) a través de las entrevistas, charlas y conferencias suyas que conserva el Fondo Documental de RTVE. Ese relato en primera persona,  con guión de José Manuel Delgado,  incluye también la opinión de los profesores Juan Pablo Fusi y Juan Manuel Burgos, y el editor Javier Jiménez.  Además, sus hijos  aportan detalles del filósofo en su esfera más íntima.

Discípulo aventajado de José Ortega y Gasset, cuya voz se escucha también en este documental,  Julián Marías edificó una obra propia que indaga en el ser humano no sólo desde la metafísica, sino que complementa esa búsqueda de respuestas a través de disciplinas como  la sociología, política, religión, historia, literatura y cine. Siempre atento a la máxima orteguiana de que la claridad es la cortesía del filósofo.

TITULO:   ELLA & - Europa, maniatada,.

Europa, maniatada,.

 La ultraderecha se expande y gana adeptos por toda Europa

foto / Quería ir a Oriente Próximo, una región cuyo nombre resuena a inmensidad, ancianos imperios, guerras estremecedoras, ejércitos perdidos, ciudades enterradas, religiones muertas, viejas lenguas enmudecidas; también a pogromos y genocidios, sanguinarios sultanes, guerreros feroces y reyes belicosos, y junto a todo ello, a sensualidad, aventura y poesía. ¿Puede haber razones más sugestivas para emprender un viaje a tan rico y brutal escenario?

Pero ¿dónde comienza en verdad Oriente, entendido como concepto y sentimiento?, ¿hay una frontera real, salvo la que marca la caprichosa geografía, entre los pueblos de Europa y aquellos que habitan las estepas, los desiertos, los ríos, los bosques y las montañas asiáticas? Y en última instancia, ¿qué es Oriente?, ¿qué es Occidente?, ¿existe una frontera espiritual o política entre los dos universos? He leído que, en un punto del recorrido que hace el Transiberiano entre Moscú y Vladivostok, puede verse una columna que, en su lado izquierdo, muestra el nombre de Europa y, en el contrario, el de Asia. Debería ser un obelisco móvil, pues en la época de Alejandro Magno, allá por el 327 antes de Cristo, habría que situarlo en la India, en donde el príncipe macedonio decidió darse la vuelta tras su asombrosa expedición de conquista, mientras que en el año 1529 de nuestra era se tendría que haber mudado a las puertas de Viena, ante cuyas murallas el ejército turco de Solimán I fue detenido en su avance hacia el oeste.

Cuando tomó un barco en Trieste, rumbo a Grecia y Turquía, en el año 1806, François-René de Chateaubriand sentenció: «El último suspiro de la civilización expira en esta costa en donde comienza la barbarie», o sea, en los Balcanes. Seguía la estela del pensamiento de Montesquieu, quien en su famosa y revolucionaria obra El espíritu de las leyes, de 1748, señalaba entre otras cosas: «Reina en Asia un espíritu servil que no han sido nunca capaces [los asiáticos] de sacudirse de encima, y es imposible encontrar en todas las historias de esa civilización un solo pasaje que revele una libertad de espíritu; nunca veremos allí más que los excesos de la esclavitud».

Por el mismo sendero habían ido otros importantes intelectos de la Ilustración, como Voltaire, que dedicó una obra de teatro al «salvaje» Gengis Kan en 1755 titulada El huérfano de China. Estos autores no habían leído, probablemente, los textos de algunos viajeros que recorrieron Oriente y escribieron sobre ello, como los españoles Ibn Battuta, Pedro Tafur, Ruy González de Clavijo y García de Silva, y, desde luego, el veneciano Marco Polo, por citar solo a algunos, cuyas crónicas ilustraban con gran detalle la vida, sobre todo de la realeza, en Turquía y Persia, cuando los derechos humanos eran igual de ajenos a los europeos y a los asiáticos, y los reyes y los emperadores cristianos asesinaban tanto como los sultanes y los sahs. Por otra parte, no está de más reseñar que lo mismo Voltaire que Montesquieu jamás pisaron territorios demasiado alejados de su patria en dirección al este. Por su parte, Napoleón decía: «Más allá de Rusia acaba el mundo».

En épocas ya cercanas, un chaparrón de cronistas viajeros se derramó sobre el mundo oriental, y su visión distaba mucho de los escritores que he citado antes. Gautier, Loti, lady Montagu, Vambéry, De Amicis, Flaubert, Sackville-West, Rivadeneyra, Blasco Ibáñez, Kipling, Thubron, Bouvier, Rodicio y Camba, entre otros muchos, dejaron un dibujo bastante más exacto y justo del universo oriental que el que aportaban los juicios de Montesquieu, Voltaire y Chateaubriand.

Y, ¡qué diablos!, ¿no se había quedado absolutamente fascinado por la civilización aqueménida el colosal Alejandro Magno, después de arrebatar su imperio a Darío III, hasta el punto de comenzar a vestir como un oriental y tratar de acomodarse a las costumbres de sus nuevos súbditos? ¿No tomó como dos de sus esposas a las princesas persas Barsine-Estatira, hija de Darío III, y Parisátide, hija de Artajerjes III? ¿No nombró a muchos de sus enemigos en el campo de batalla, después de derrotarlos, gobernadores de sus provincias a cambio de su lealtad? En una ocasión dijo: «No distingo a los hombres entre griegos y bárbaros, como hacen las personas de mente cerrada. No me importan la nascencia de los ciudadanos o sus orígenes raciales». Su gran proyecto, más que conquistar un enorme imperio, fue unir para siempre Occidente y Oriente. Según se cuenta, los tártaros del temible Tamerlán, que le incluían en sus antiguas leyendas de héroes victoriosos, le distinguían con el sobrenombre de «Dhul-Qarnayn », que significa «el de los dos mundos».

Pero vuelvo al principio. ¿Dónde empieza un universo y dónde termina el otro? En su libro Kurdos, Manuel Martorell comenta:

No existe un consenso científico sobre el momento ni el lugar exactos del big bang indoeuropeo, de la gran dispersión de los pueblos que, como los celtas, germanos, bálticos, eslovacos, griegos e itálicos, terminaron formando la actual Europa. Pero, sin embargo, es de aceptación general que esa explosión étnica […] se habría producido en los alrededores del mar Negro y también se cree que otro gran grupo de esos pueblos, el denominado indoiranio, se habría dirigido, en el año 4000 a. C., en sentido contrario, hacia el este, rebasando por ambas márgenes el mar Caspio.

De modo que, según eso, si occidentales y orientales no somos hermanos, al menos sí podemos considerarnos primos. Además, los muros que se alzan entre nosotros aparecen como permeables en muchos puntos del mapa de Europa y Asia: en Rumanía, Bulgaria, Grecia…, en Turquía, Georgia, Siria…, en los Balcanes y en las costas del mar Negro. ¿Quién puede decir que está en Occidente cuando toma en Atenas una copa de ouzo y en Oriente delante de un vaso de raki turco, si son la misma bebida? ¿Quién puede afirmar que se encuentra en Bulgaria y no en Azerbaiyán al oír la voz del almuédano convocando al rezo desde una cercana mezquita? ¿No es greco-ortodoxo el monasterio de Sumela, construido como un nido de aves rapaces en las montañas cercanas a la ciudad turca de Trebisonda? ¿Y de dónde provienen esas canciones lastimeras que parecen surgidas de la boca de una cordillera inclemente, tanto en los riscos de Hungría como en las montañas de Armenia?, ¿es balcánica o caucásica? En fin, si preguntas a un georgiano cuál es el continente al que pertenece, te dirá que a Europa, mientras que no pocos bosnios sienten nostalgia de Asia.

El famoso arqueólogo Arthur Evans, que desenterró en Creta el palacio de Cnosos y abrió la puerta a los estudios sobre la civilización minoica, cuando recorrió los Balcanes en 1875, reparó en que los bosnios llamaban «Europa» a la orilla contraria del río Sava (por entonces sus riberas eran la frontera entre la cristiana Croacia y la musulmana Bosnia). «Y tienen razón, porque a efectos prácticos un viaje de cinco minutos te lleva a Asia», escribió, y luego añadía: «Los viajeros que han visto las provincias turcas de Siria, Armenia o Egipto, cuando entran en Bosnia se sorprenden enseguida al encontrarse con las escenas habituales de Asia y África, reproducidas en una provincia de la Turquía europea». Y a comienzos del siglo XX, el por entonces joven periodista ruso León Trotski, mientras marchaba en tren entre Budapest y Belgrado, miró por la ventanilla del vagón y exclamó con entusiasmo: «¡Oriente, Oriente!». En su libro Los Balcanes, Mark Mazower, de quien he tomado las anteriores referencias, señala: «Los turcos ocupaban una zona cultural situada entre Europa y Asia: estaban en Europa pero no formaban parte de ella… Los turcos nunca fueron aceptados como europeos».

¿Quiere decirse que la península balcánica es la frontera real entre los dos mundos? ¿Significa ello que la línea divisoria de sus respectivas culturas hay que trazarla en el territorio que ocupan Albania, Bosnia-Herzegovina, Bulgaria, Croacia, Eslovenia, Grecia, la región italiana de Friuli-Venecia Julia (su capital es Trieste), Macedonia del Norte, Montenegro, Rumanía, Serbia, la región turca de Tracia Occidental e, incluso, Estambul? ¿Puede afirmarse que la desembocadura del Danubio es al mismo tiempo asiática y europea? ¿Y la del Volga?

Yo creo que son muchas las puertas, físicas o del espíritu, que se abren entre los dos mundos —o que se cierran en ocasiones—, formando una suerte de frontera vaporosa y vulnerable, la más antigua del mundo, una frontera que es y no es al mismo tiempo, una suerte de raya invisible. La leyenda y la guerra han roto a menudo los linderos euroasiáticos, si es que alguna vez han existido en forma determinante.

Al comienzo de la realidad histórica, Heródoto y Tucídides nos contaron cómo desde Oriente vinieron los aqueménidas persas Darío y Artajerjes en el siglo v a. C. a quemar Atenas por dos veces y fueron derrotados, primero, en Maratón y, más tarde, en Salamina y Platea. Alejandro les devolvió la injuria prendiendo fuego a Persépolis en el 331 a. C. y conquistando el Oriente hasta alcanzar las puertas de la India. En cuanto al mongol Ogodei, hijo de Gengis Kan, detuvo su ataque sobre Europa en 1240 en los arrabales de Viena, después de arrasar Polonia y Hungría. Y un siglo y medio más tarde, en 1402, el terrible Tamerlán, en su marcha hacia el oeste y mientras Europa temblaba de miedo, se dio la vuelta en las costas de Asia Menor cuando no existía en el mundo ningún ejército que pudiera oponérsele. Por su parte, los turcos ocuparon durante unos cinco siglos la casi totalidad de los Balcanes y solo fueron detenidos ante las murallas de Viena en 1529, en la isla de Malta en 1565 y en la batalla de Lepanto en 1571.

Si la historia, la geografía y la guerra no nos bastan para trazar una frontera precisa, tampoco nos sirve la religión. No existen líneas divisorias, ni físicas ni de credos, para la vida, y Occidente no es solo cristiano y Oriente tampoco es solo musulmán. ¿Qué son, pues? ¿En dónde dejamos a los judíos? ¿Y a los persas que aún siguen las enseñanzas de Zoroastro?

Pero retrocediendo a la mitología clásica, hasta el mar Negro viajó el vigoroso Heracles en busca de las amazonas y del perro Cancerbero, y resulta curioso que, según Heródoto, a medio camino entre la leyenda y la realidad, fueran las mujeres el desencadenante de las luchas entre ambos universos. Unos comerciantes fenicios llegados a Argos secuestraron al parecer a una princesa griega llamada Ío, y ahí empezó el choque entre las civilizaciones. Los griegos respondieron y el dios Zeus raptó a Europa, la hija del rey, en la ciudad de Tiro, y se la llevó a Creta, en donde tendrían un hijo, el famoso Minotauro. Más tarde, Jasón el argonauta, otro heleno, se llevó —con su consentimiento— a la princesa Medea, hija de Eetes, soberano de la Cólquide, y le ayudó a robar el ansiado vellocino de oro. Y para terminar la rueda de secuestros, el príncipe Paris, hijo de Príamo, el monarca de Troya, encandiló a la bella Helena, esposa del griego Menelao, hermano de Agamenón, y juntos huyeron a refugiarse en la ciudad asiática. Allí, en sus muros, junto a la playa y en la boca de los Dardanelos, se produciría la primera feroz guerra entre Oriente y Occidente. Vencieron las tribus griegas en aquel sangriento conflicto que hoy se considera el hecho fundacional de la historia de la Hélade. Y allí surgieron las leyendas y los personajes que nutrirían de acontecimientos y héroes a la épica y la tragedia.

Heródoto era un antirracista que, en su monumental Historia, trató de demostrar que no existe distinción de sangre entre griegos y persas (occidentales y orientales) y que la naturaleza humana está por encima de las diferencias étnicas y de las creencias religiosas y políticas. Ya en el comienzo de su libro lo proclama: «En lo que sigue, Heródoto de Halicarnaso expone el resultado de sus investigaciones, para evitar que, con el tiempo, caiga en el olvido lo ocurrido entre los hombres y así las hazañas, grandes y admirables, realizadas en parte por los griegos y en parte por los bárbaros».

El término «bárbaro», aplicado por el griego a otros pueblos, había tenido en principio un significado referido tan solo a la lengua: sencillamente eran bárbaros quienes no hablaban la lengua helena, y en ese sentido lo emplea Homero. Después se consideró que «bárbaro» era simplemente el extranjero. Y al fin, tras las aplastantes victorias griegas sobre los persas del siglo V a. C., se empezó a utilizar como referido a un ser inferior.

Pero Heródoto, así como Esquilo y Eurípides, comenzaron a contemplar la rivalidad como un hecho diferente. Y ello no les ahorró críticas. Plutarco fue quien puso a Heródoto el sobrenombre de philobarbaros («amante de los bárbaros») en su texto Sobre la malevolencia de Heródoto.

Los mejores escritores de aquel tiempo, como los citados trágicos, entendieron el hondo significado de aquel deseo de unidad de la condición humana. Todos ellos seguían la senda abierta por el majestuoso Homero: la simpatía hacia los troyanos vencidos, tan sencilla de detectar en la Ilíada.

Por cierto que, volviendo a los secuestros que originaron la enemistad entre Oriente y Occidente, hay que recordar que un hermano de Europa, Cadmo, partió en busca de ella y aunque no tuvo la suerte de encontrarla, fue el hombre que, según la leyenda, enseñó a escribir a los helenos a partir de los vocablos acuñados en las costas fenicias (el actual Líbano). En su magnífico El infinito en un junco, escribe Irene Vallejo que el rapto de Europa es un símbolo, «la llegada del alfabeto fenicio a las tierras griegas». Y añade: «Europa nació al acoger las letras, los libros, la memoria. Su existencia misma está en deuda con la sabiduría secuestrada de Oriente. Recordemos que hubo un tiempo en el que, oficialmente, los bárbaros éramos nosotros».

Heródoto, sin embargo, hizo mucho más que recoger mitos, aunque los mezclara con los datos históricos. Según Vallejo, el historiador «se esforzó por derribar los prejuicios de sus compatriotas griegos, enseñándoles que la línea divisoria entre la barbarie y la civilización nunca es una frontera geográfica entre diferentes países, sino una frontera moral dentro de cada pueblo; es más, dentro de cada individuo».

En todo caso, este libro de viajes no trata de resolver las preguntas con que he comenzado este texto y que se han hecho, durante centurias, filólogos, historiadores, sociólogos y estudiosos de otras ramas de la ciencia… Yo tan solo recorro el mundo para sentirme libre, observar a los extraños, aprender de sus libros, escuchar sus palabras, olfatear el entorno y luego contarlo; y no para construir sesudas hipótesis sobre cuanto sucede en el mundo de los humanos. Estoy de acuerdo con lo que decía Josep Pla, una frase que repito a menudo: «Describir es mucho más difícil que opinar. Por eso, la mayor parte de la gente opina».

Así pues, no tengo respuesta a los interrogantes formulados al principio. Quizá a lo que más se parecen Oriente y Occidente es a un matrimonio mal avenido: no se aguantan y miran cuanto les acontece y les rodea de distintas maneras, pero no pueden vivir sin estar juntos.

O quizá sea peor: que llegue un día en el que, por mor de la civilización y del llamado progreso, como predijo Paul Morand, «no haya más Oriente y Occidente, sino una sola miserable nación en la tierra».

De todas formas, para este periplo, tenía que elegir una puerta de entrada.

***

Por una serie de cuestiones de salud que no vienen al caso, a mediados de 2019, cumplidos los setenta y cinco años, llevaba casi dos sin colgarme la bolsa a la espalda y caminar mundo adelante durante un largo periodo. Me sentía viejo, maniatado por los galenos, esclavo de los fármacos y dominado por una liviana depresión del espíritu.

A menudo, los humanos no somos capaces de interpretar qué nos sucede cuando sentimos el ánimo desfallecer un poco. Por lo menos, ese es mi caso. Y un día, hojeando un periódico, leí el artículo de un viajero que hablaba sobre Irán. No era particularmente notable ni brillante. Pero en un momento afirmaba: «No hay plaza más bella en el mundo que la de Isfahán ». A su lado, una fotografía mostraba una oronda cúpula de gran tamaño, bajo la luz de la luna, que refulgía en colores delicados y sutiles, que iban del rosa al verde y al azul, y que se alzaba dominando una enorme extensión de terreno rectangular por la que caminaban sombras de personas y trotaban fantasmales coches de caballos. Y me dije: «¿Por qué no ir a Isfahán?».

Todo mi interior se revolvió. De súbito me veía en el lugar y mi melancolía se esfumaba. Creía poder escuchar el sonido de voces ajenas cuyo significado no comprendía, y me sentía de pronto acariciado por la brisa melosa de las noches de primavera en un lugar desconocido: era el aire libre del viaje que tan bien reconozco cuando sopla en mis narices.

Comencé a informarme cuanto pude sobre Isfahán. Pero, como siempre, unas lecturas me llevaron a otras y el itinerario que iba dibujando mi mente se fue ampliando… mientras mi deseo de ponerme en marcha se hacía más y más urgente. Anhelaba ir a la lejana ciudad cuanto antes; sin embargo, me propuse realizar un itinerario más dilatado, pues a todo vagabundo que se precie siempre le resultará más divertido llegar a su destino dando un rodeo que dirigirse a él como una flecha.

En todo caso, las depresiones se diluyeron en mi ánimo. Pedí permiso a mis amables médicos, busqué caminos en los mapas y en las guías turísticas, llené mi bolsa de píldoras, jarabes, cremas e inyecciones, y hurgué en internet en procura de un vuelo. «¿Por qué es tan diferente —se preguntaba John Dos Passos, en su libro Orient Express— viajar hacia el Oeste que ir hacia el Este? ¿Por qué produce alegría dirigirse al Sur y tristeza encaminarse al Norte?». Yo tampoco lo sé.

¿Y qué puerta elegir?

Eché los dados al azar… o no tan al azar: el mar Negro.


Autor de una extensa obra, Javier Reverte (Madrid, 1944-2020) cultivó la poesía, la bio­grafía, la novela y, en especial, la literatura de viajes, de la que sin duda fue el autor más destacado de las letras españolas. Entre sus obras de este último género, hay que resaltar las que tratan de sus periplos africanos, que comenzaron con El sueño de África (1996), un texto que no ha cesado de reeditarse desde entonces y que ha vendido más de un cuarto de millón de ejemplares. Otras narraciones viajeras incluyen sus navegaciones por tie­rras y mares polares, por ríos como el Amazo­nas y el Yukón, por países como Irlanda, Chi­na, Argelia y Grecia, así como diarios de sus largas estancias en Roma y Nueva York. En su narrativa, destaca la Trilogía trágica de Espa­ña (Banderas en la niebla, El tiempo de los hé­roes y Venga a nosotros tu reino), obras cen­tradas en la Guerra Civil y en los primeros años del franquismo. Sus memorias póstu­mas, publicadas en octubre de 2021, llevan por título Queridos camaradas.

 

TITULO: EL BAR ESQUINA - REVISTA CAMPO - TAPAS Y BARRAS - UN PAIS PARA COMERSELO - PESADILLA EN LA COCINA - Jueves -   6 - Marzo  -'Parfait' de chocolate con bizcocho de praliné  ,. 


Jueves   -   6 - Marzo  - Pesadilla en la Cocina es un programa de televisión español de telerrealidad culinaria, presentado por el chef Alberto Chicote, emitido habitualmente los jueves a las 22:30 en La Sexta. Nuevas broncas, enfrentamientos y arcadas; Alberto Chicote regresará con nueva temporada de Pesadilla en la cocina. Tras una temporada de descanso, Pesadilla en la cocina vuelve Alberto Chicote con las pilas bien cargadas. El chef de laSexta intentará reflotar nuevos restaurantes y se enfrentará a nuevos retos, etc.

EL BAR ESQUINA -  REVISTA CAMPO - TAPAS Y BARRAS - UN PAIS PARA COMERSELO - 'Parfait' de chocolate con bizcocho de praliné,. 

EL BAR ESQUINA -  REVISTA CAMPO - TAPAS Y BARRAS - UN PAIS PARA COMERSELO -  'Parfait' de chocolate con bizcocho de praliné ,fotos ,.

 'Parfait' de chocolate con bizcocho de praliné,.

 

 alternative text

Ingredientes:

  • 280 g de praliné de almendras o avellanas (si no, mantequilla de cacahuetes)
  • 200 ml de claras de huevo
  • 12 vasos de plástico tipo pícnic
  • 120 ml de claras de huevo
  • 100 g de azúcar,.
  •  
  •  
  • 500 ml de nata
  • 300 g de chocolate negro al 70 por ciento troceado
  • 140 ml de leche
  • 1 sopera de miel
  • 100 g de chocolate negro al 70 por ciento troceado
  • Un sifón con cuatro cargas

Paso a paso: Si el praliné está muy firme, dale un golpe de microondas para que se suelte, removiendo bien. Mézclalo en un bol con las claras, que habrán estado un rato a temperatura ambiente. Mete la mezcla en el sifón, ciérralo y dale cuatro cargas de gas. Perfora el fondo de los vasos de plástico y rellénalos hasta los tres cuartos con la mezcla del sifón, cocinándolos en el microondas a máxima potencia 40 segundos. Monta 300 ml de nata con las varillas y resérvala bien esponjosa en un bol en la nevera. Aparte, bate a punto de nieve las claras en un bol con unas varillas y, al estar bien firmes, añade poco a poco el azúcar, sin dejar de batir para obtener un merengue azucarado. Hierve en un cazo los 200 ml de nata restantes y, ya hervida, 

 

viértela de a poco sobre el chocolate puesto en un bol. Menea con una cuchara de madera o espátula y ve añadiendo la nata caliente, para lograr un chocolate fundido brillante y fluido. Remata la mezcla. Sobre este chocolate ve añadiendo el merengue recién hecho, mezclando con una espátula de arriba abajo con movimientos envolventes y termina añadiéndole la nata montada refrigerada y mezclando bien. No castigues demasiado la mezcla; hazlo rápida y 

 

 

delicadamente. Introduce la mezcla en un molde forrado de papel filme, cúbrelo bien y congélalo al menos 24 horas. Puede ser un molde de tipo plumcake, de corona, ovalado o en moldes individuales según queramos el emplatado final. Hierve la leche y la miel y vierte de a poco sobre el chocolate puesto en un bol, sin dejar de remover, hasta formar una salsa fluida y brillante. Desmolda el parfait helado y córtalo en la forma elegida o desmóldalo. Desmolda a la vez los bizcochos hechos en el microondas y trocéalos con las manos en pedazos.

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